Por Manuel Hernández Villeta
Para los dominicanos debe ser de una alta preocupación, que no funcionan las instituciones. Hay siglas y hay designaciones, pero no instituciones efectivas. El fortalecimiento y restauración institucional puede ser un primer punto de una agenda de realidades.
Se crea la fantasía de que plenamente funcionan instituciones que están llamadas a salvaguardar la democracia, cuando no son más que casuchas con columnas de arena sin varillas, a expensas de derribo por acciones personales, de grupos o de fuerzas partidistas.
La lucha por hacer valer el principio de retorno a la Constitución sin elecciones ocasionó cientos de muertos en la Revolución de Abril. Los dominicanos tomaron las armas para un retorno a la democracia interrumpida por el golpe de Estado. Una intervención militar norteamericana paró el proceso.
Si pasamos revista, el tiempo congeló el accionar político y social. Cincuenta años después de la revolución, el país luce metido en barro blando, que le impide seguir pasos hacia el desarrollo.
No es la gran población la culpable de estas podredumbres. No estoy de acuerdo con un vocero de la iglesia católica que dice que los dominicanos se deben sentir avergonzados de la falta de institucionalidad y de los graves problemas nacionales.
Una consideración de este tipo es faltar a la verdad, a la objetividad. Es un grupìto el que mueve el destino nacional, y la gran mayoría o es indiferente al proceso, o sencillamente no se le toma en cuenta. No puede haber culpa, donde sólo hay víctimas.
Cincuenta años después de la revolución de abril hay la misma falta de seguridad ciudadana, de hambre, de miseria, de distribución de riquezas en pocas manos, de salarios de hambre y un desempleo creciente.
A pesar de la tanda escolar extendida, son cientos los que se quedan sin escuela, no hay hospitales públicos suficientes para atender las necesidades de la población, las cárceles están llenas de ladronzuelos y roba pollos, mientras en otros segmentos crccen las complicidades.
No es libre, un hombre con hambre, sin educación y sin seguridad de asistencia sanitaria. Las instituciones de hoja de lata son responsables de esa falta de seguridad. La institucionalidad se basa en que cada ciudadano tenga una vida decente y productiva, sino de que le sirve estar vivo.
Cincuenta años después, a los jóvenes de hoy les importa un carajo la lucha por el Retorno a la Constitución sin Elecciones, la lucha patriótica contra la intervención militar norteamericana y nadie sabe dónde queda la tumba del soldado desconocido.
Las viejas campañas de los templos coloniales ya no lloran, no pasan de ser hierro viejo, reliquía para turistas que no les interesan las batallas libradas hace 50 años en los callejones de Borojol. Parece que ya desapareció del fronstispicio del Alta de la Patria la leyenda «Dulce y decoroso es morir por la Patria».
2015-04-21 02:19:20