EL TIRO RAPIDO
Mario Rivadulla
Hoy se cumplen cincuenta años de una fecha que cobró categoría de gesta patriótica. Como bien señala en Diario Libre, su director y acucioso historiador, Adriano Miguel Tejada, citamos «lo que comenzó siendo una lucha generacional en las Fuerzas Armadas terminó siendo una guerra patria contra las fuerzas interventoras. De conflicto interno, pasó a ser parte de la guerra fría entre los dos bloques ideológicos que se disputaban el mundo y en un país con escaso apego a la ley, encarnó los deseos de un pueblo de tener un gobierno basado en la Constitución».
Quizás como acertadamente señala por su parte, la nota editorial del matutino Hoy, es este apego a la Carta Magna y la consiguiente majestad del poder civil sobre el poder militar, el marco sin sombras en que desde entonces se ha desenvuelto la vida institucional del pueblo dominicano, salvo el débil vagido de una fracasada y natimuerta travesura cuartelaria en la década de los setenta que no encontró eco dentro de las propias fuerzas armadas.
Esa toma de conciencia ciudadana, sellada con la bravura, el sacrificio y la sangre derramada de tantos durante la Revolución de Abril, se ha manifestado desde entonces como la primera y más consistente barricada de protección de nuestro todavía muy imperfecto ejercicio democrático. La mayoría de los dominicanos percibe, quizás más por instinto que por reflexión, que con todos sus defectos, limitaciones y falseamientos siempre resultará preferible cobijarse bajo el mismo a vivir bajo la asfixia y humillación de una bota opresora.
Imposible mencionar a todos cuantos ofrendaron sus vidas durante esos tensos y sangrientos días abrazados al ideal constitucionalista primero y ya de patria soberana, posteriormente. Pero creemos bastaría citar tres figuras estelares del proceso para en ellos rendir homenaje a todos: dos ya idos, aunque en circunstancias y tiempos distintos, como los coroneles Fernández Domínguez y Caamaño Deñó, quienes no requieren ser exaltados porque lo son por sí mismos y derecho propio y el general retirado Héctor Lachapelle Díaz, único sobreviviente, cuya modestia tampoco requiere el halago del reconocimiento público. Y también, ¿por qué no?, descubrirse ante el sacrificio de quienes en la acera de enfrente cayeron en defensa de una causa que siendo errada, consideraron lo bastante válida como para entregarse a ella.
A cincuenta años de aquella contienda interna que derivó en guerra patriótica contra la nación más poderosa del mundo, se impone sin embargo, por encima de la emocionada recreación de ese histórico episodio de luto y heroísmo, un necesario ejercicio de reflexión para establecer con meridiana claridad qué hemos hecho de ese ideal democrático, donde nos encontramos situados al presente en contraste con hasta donde realmente debiéramos haber llegado, en qué hemos fallado y qué debemos hacer para lograr ese mejor país a que aspiramos, pero que tenemos que ganar a fuerza de metas compartidas y esfuerzos solidarios.
Asumir ese compromiso y llevarlo adelante resulta mucho más importante y mucho mejor tributo que la suma de las más emocionadas loas y rebuscados adjetivos para exaltar la memoria de quienes ya no están y el justo reconocimiento a quienes todavía quedan.
Esa debe ser nuestra permanente apuesta.
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2015-04-29 01:25:42