Opiniones

EL TIRO RAPIDO

Mario Rivadulla

Lunes 11,05,09

Amnistía Internacional es una institución que goza de gran prestigio en el plano mundial como defensora de los derechos humanos. Pero precisamente por esa trayectoria es que resulta inexplicable la posición tercamente prejuiciosa que mantiene contra la República Dominicana y más chocante e injustificada la áspera casi insultante exigencia que dirigió a nuestras autoridades exigiendo respeto a los derechos de los haitianos que residen en territorio nacional, en ocasión del incidente ocasionado por la reciente decapitación por parte de un grupo exaltado de un ciudadano de esa nacionalidad. El traspiés de Amnistía ha sido tan obvio y la parcialidad tan manifiesta, que convirtió en hermanos siameses por un momento a gobierno y oposición en el enérgico rechazo.

A despecho de las diferencias existentes entre ambos pueblos, la vecindad y pertenencia del territorio insular que ambos habitamos imponen, por simple ejercicio de racionalidad, que República Dominicana y Haití estén obligados a mantener las más cordiales relaciones dentro de un marco de mutuo respeto. Median todavía como obstáculo innegables antecedentes históricos negativos de parte y parte. Estos no pueden ignorarse pero se requiere que la memoria històrica deje sepultados en el pasado todo rezago de resentimiento, resabio, revancha y desquite. Problemas hay y los habrá siempre, pero deben ser resueltos por la vía del diálogo y la negociación.

Hechos como el ocurrido en Herrera en días pasados que respondió a una situación particular entre dos personas, una dominicana degollada primeramente por otra haitiana, a su vez victimado poco después en venganza por un grupo de alegados parientes y vecinos del primero, no pueden ser elevados a la categoría de razones de Estado para enturbiar esas relaciones. Fue precipitada la reacción inicial de algunas autoridades haitianas que sin disponer de todos los elementos de juicio sobre la naturaleza del penoso hecho y de su origen, se apresuraron a prejuzgarlo y tomarlo como excusa para denostar al país, contribuyendo a excitar los ánimos de elementos exaltados hasta el punto de manifestarse en forma violenta frente a nuestra embajada en Puerto Príncipe, calificar de asesinos a los dominicanos y quemar la enseña patria.

Negar que las relaciones ahora mismo entre Haití y República Dominicana no están en su mejor momento sería engañoso. El propio embajador haitiano en el país, Fritz Cineas, diplomático de vasta experiencia, las acaba de calificar de ?frágiles y difíciles?. El reto es convertirlas en consistentes y fluidas. Pero eso en modo alguno se va a lograr azuzando odios y convocando a la violencia. Tampoco a base de las campañas interesadas de quienes no pierden oportunidad, allá, aquí y en el escenario internacional de presentarnos como una sociedad racista y un Estado esclavista y persecutor de haitianos.

El desmonte de la falacia viene por vía de hechos. La desmiente el millón o más de haitianos que residen aquí, la inmensa mayoría en forma ilegal quienes, a diferencia de lo que ahora mismo está ocurriendo con miles de indocumentados en Estados de la Unión Norteamericana, no portan el infamante uniforme carcelario, ni les son colocados esposas y grilletes y llevados a prisión como está ocurriendo allá de lo que hay reciente e impactante testimonio fílmico y gráfico. La desnuda los múltiples trabajos que desarrollan aquí sin ninguna traba. Las atenciones que reciben en los hospitales públicos y acogida en las escuelas. Los cientos de millones de dólares que remiten anualmente a sus familias en Haití para aliviar su extrema miseria. Y el hecho incuestionable de que pese a que nadie los encadena ni obliga a permanecer aquí, continúan viviendo de este lado de la frontera.

No somos santos. Tenemos grupos que discriminan no solo por cierto a los haitianos, sino a los propios dominicanos, como los hay en todas partes incluyendo Haití. Es una expresión de torcidos prejuicios las más de las veces heredados. Pero ni somos una sociedad racista ni un Estado esclavista. Y ésta es una realidad que debemos proclamar y exigir y a partir de la cual es que puede y debe construirse una duradera y armoniosa relación de amistad, respeto, solidaridad y cooperación con los vecinos del otro lado de la isla. Es el reto de buena vecindad que tenemos ambos.

2009-05-12 15:18:42