El legado de Hostos
Para Juan Mari Brás, el sueño de Hostos, Martí, Betances y Luperón sigue vivo: una Unión caribeña, que agrupe a las tres Antillas hispanoparlantes. La unidad de nacionalidades y culturas es posible, dice, si se sigue el modelo europeo.
Lcdo. Juan Mari Brás
Por Carmen Dolores Hernández / cdh@caribe.net
El Lcdo. Juan Mari Brás ha sido una figura clave en la lucha por la independencia de Puerto Rico, llegando al extremo de renunciar a la ciudadanía de los Estados Unidos y adoptar la nacionalidad puertorriqueña. En esa misión lo ha guiado el pensamiento de Eugenio María de Hostos.
A 169 años -recién celebrados- del natalicio de Eugenio María de Hostos, ¿qué planteamientos de ese otro mayagüezano aplican hoy a la situación puertorriqueña?
Prefiero el Modelo Americano de union de culturas pues es el que tenemos y al cual no podemos rechazar sin rechazar la separacion de la mitad de los boricuas que viven en los Estados Unidos.
Ustedes hablan del mantengo pero el mayor mantengo lo tiene la colonia a la cual Mari Bras se ha unido ultimamente pues se ha convertido en Populete de Anibal. Pues si se fijan que la razon del quebranto economico de Puerto Rico es sencilla de arreglar y es el gigantismo gubernamental que nos cuesta a todos lo cual es una politica popular de meter populares al gobierno para que defiendan la colonia y la mentira del 1952. Hostos creia en la ciudadania americana pues creia en la Igualdad. Lo que pasa es que los populetes todavia no se deciden entre ser americanos o irse por su cuenta y mientras dicen una cosa hacen otra al igual que lo del Sales Tax. Se alian con los racistas en el congreso para mantener viva la moribunda colonia.
Con relación a la política del status, lo más pertinente sigue siendo la propuesta de una Asamblea Nacional que hizo como presidente de la Liga de Patriotas fundada en 1898 por él, que era independentista; Zeno Gandía, autonomista, y el Dr. Henna, anexionista. Fue la primera convergencia de las tres tendencias en una sola organización cívica que buscaba la unidad de los puertorriqueños para negociar con los Estados Unidos de pueblo a pueblo. La Asamblea Nacional, decía, sería un evento deliberativo donde se trabaje sosegadamente y unos y otros cedamos en algunos aspectos de nuestras ideologías en aras de buscar consensos. Tiene que ser así: la alternativa sería la guerra civil.
Que un puertorriqueño mate a otro por causas políticas es inaceptable.
Desde luego. Siempre pongo de ejemplo el caso de Chipre, de lo nefasto que sería eso. Esa isla, del tamaño de Puerto Rico, está dividida entre una parte griega y otra turca. Son dos países distintos porque hubo una guerra entre ellos. [Ríe]. Claro, yo me reservo el derecho de que hagamos la república desde Lares para allá, pero no es lo ideal.
¿Qué aspectos del pensamiento de Hostos están hoy obsoletos?
Hostos tenía un concepto idealista del federalismo, lo cual lo llevó a ser un gran admirador de los Estados Unidos durante todo el siglo XIX, hasta que se enfrentó a la situación de Puerto Rico.
Consideraba -con razón, en gran medida- que Estados Unidos estaba realizando el experimento más exitoso en federalismo de toda la historia de la civilización occidental. Efectivamente, fueron los Estados Unidos, primero, y luego Francia los dos países que iniciaron el período moderno de la historia. Hostos parte de ahí, pero lo salva de ser pitiyanqui -de ser una especie de Miriam Ramírez- la realidad con la que se puso en contacto cuando llegó a América desde España y el pensamiento de Bolívar, que fue su maestro.
El independentismo en Puerto Rico parece estar ahora más dividido que nunca.
Aquí hay división en todo, pero en el independentismo más, a pesar de ser la fracción más pequeña en términos cuantitativos electorales, aunque yo sostengo que la mayor parte de los independentistas de Puerto Rico o son populares o no votan. Pero siempre busco el lado optimista de las cosas: pienso que el independentismo es el embrión de la República, y la República no aspira a que todo el mundo piense igual. Hay tendencias que se cristalizarán, una vez venga la República, en organizaciones políticas.
Un obstáculo importante a la independencia de Puerto Rico es el miedo a perder la ciudadanía. Su acción de renuncia, en ese sentido, fue una toma de posición.
Esa fue la razón de ser de ese experimento. La ciudadanía americana no pasa de ser un fetiche. Lo que sí se puede negociar de pueblo a pueblo es la ciudadanía recíproca que tienen los canadienses y los ingleses. Se puede y debe negociar, porque los americanos crearon la Diáspora nuestra y tienen obligación de resolverla. Existe, además, la ciudadanía doble: todo el que en Puerto Rico tenga padre o madre españoles tiene derecho a la ciudadanía española; el que tenga algún abuelo francés tiene derecho a la francesa. Yo lo tengo porque mi abuelo era corso y una rama de mi familia siempre ha sido muy afrancesada. Me lo dijo el cónsul de Francia cuando renuncié a la ciudadanía. Cuando le pregunté si me podía conseguir una visa para ir a Córcega a ver la casa de mis abuelos, me dijo que no porque los americanos se oponían a que se le diera una visa a un puertorriqueño si no tiene la ciudadanía americana, pero que sí podía solicitar para mí la ciudadanía francesa. Como yo renuncié a la ciudadanía de los Estados Unidos en protesta por la situación colonial de Puerto Rico, no iba a tomar la de Francia, que tiene a Córcega en la misma condición. Sería contradictorio.
¿Puede usted viajar y volver a Puerto Rico sin problema?
Voy a los sitios adonde me acogen con mi certificado de nacimiento y del Departamento de Estado. En cuanto a volver, la ley americana es muy clara: a los indocumentados hay que devolverlos a su lugar de origen. Y mi lugar de origen es Mayagüez.
Otro problema son las bases económicas de una posible independencia.
Creo que está trazado el camino, pero hay que difundirlo y esclarecerlo. La gente cree, por ejemplo, que el Seguro Social se pierde. Eso no es una regalía; nosotros cotizamos al Seguro Social dos veces más de lo que se recibe en pensiones. Los veteranos tienen derechos adquiridos y no se los pueden negar porque Puerto Rico cambie de status. Y están las leyes de cabotaje. Los economistas podrían hacer un plan económico espectacular, pero la única preocupación del PIP es quedar inscrito.
Aun otra circunstancia que conspira contra la independencia son los lazos -familiares, educativos, sociales- con los Estados Unidos.
Recientemente ofrecí una conferencia en el Hostos Community College del Bronx: “Los puertorriqueños de los Estados Unidos bajo la percepción hostosiana de la nación”. Arranqué aplausos cuando dije: “Estoy hablando en el barrio puertorriqueño más grande del mundo: el Bronx”.
Estaban José Rivera, miembro de la asamblea estatal en Albany, y Dennis Rivera, líder de la unión más grande de trabajadores de salud: son independentistas. Luis Gutiérrez, el congresista de Chicago, me dijo: “Yo soy independentista, pero ¿cómo voy a predicar la independencia si soy congresista de los Estados Unidos?”. Le contesté: “En la Cámara hay unos cuantos congresistas de origen mexicano. ¿Algunos de ellos está en contra de la independencia de México?”.
La unión de las Antillas, que quería Hostos y que hoy parecería lógica de cara a uniones como la europea, se ve cada vez más distante.
Es cierto si lo pones en términos del planteamiento original de Hostos, Martí, Betances y Luperón: la unión de las tres Antillas hispanoparlantes. A eso habría que cambiarle el contexto. Lo que se puede y debe buscar es una unión caribeña al estilo, en su desarrollo, de la Unión Europea, compuesta por gente de distintas nacionalidades y culturas. Los archipiélagos de las Antillas Mayores y las Menores convergen en Puerto Rico. Pertenecemos a ambos, porque Vieques y Culebra son de las Antillas Menores y la “isla grande”, que es Puerto Rico, es de las Mayores. (En Vieques nos dicen “la isla grande”, el único sitio del mundo donde nos dicen grande). Que empiece un experimento como el de la Unión Europea, que empezó con un mercado de acero, siguió con un mercado común y con moneda común, y luego con un Parlamento.
Es el gran experimento de nuestra época.
Yo estuve unos 10 años bebiendo Heineken y, como soy de Mayagüez, me decían que era un delito de lesa patria. La bebía porque un tal Heineken, heredero de la cerveza, escribió hace quince años un libro donde plantea que para que progrese la Unión Europea necesita descomponerse no en los 15 países que la formaban entonces, sino en 51 naciones naturales. Entonces los catalanes no necesitarían a Madrid para comunicarse con Bruselas. Cada una de las naciones naturales que converjan en esos estados, con autonomía suficiente, podría comunicarse directamente con un poder regional, que sale de Bruselas. En Yugoeslavia empezaron con eso, pero a un costo gravísimo.
¿Cómo fue su paso del independentismo al socialismo doctrinario y al marxismo?
Yo soy marxista cristiano. Nunca he sido nacionalista; eso lo hago claro, aunque admiro a los héroes nacionalistas y a Albizu Campos. Creo que el socialismo necesitaba el tremendo colapso que tuvo para poder reformularse de una manera más humana y más a tono con los ideales de verdadera justicia social.
Usted habla contra los caudillos. ¿Y los del Caribe?
El caudillismo es un rezago de las monarquías en la política de muchos lugares del mundo que no han superado esa etapa de la historia. En términos de las grandes revoluciones, hasta ahora, en la América Latina, todos los líderes han sido caudillistas. Estoy en contra del caudillismo; no haría nada que promoviera a un caudillo, ni en la república ni en la autonomía mayor, pero no dejo de admirar a mi amigo, Fidel Castro.
¿Fidel Castro es su amigo?
Lo conocí en 1947. Yo presidía la Sociedad Independentista Universitaria en Río Piedras y él la Comisión pro Independencia de Puerto Rico de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) de Cuba.
Una delegación de la UPR fue a La Habana a una conferencia preparatoria para un congreso de estudiantes a celebrarse en México en el 48. Don Pepe Ferrer Canales mandó a hacer una placa para la FEU, en agradecimiento por la solidaridad que siempre demostraron con la independencia de Puerto Rico. Fui portador de esa placa que se entregó en una ceremonia en las escalinatas de la Universidad de La Habana. Allí conocí a Fidel. Cuando subió a la Sierra Maestra, mandó a Puerto Rico un delegado -Jacinto Vázquez- para conseguir un grupo de apoyo al Movimiento del 26 de julio y le dijo: ‘Vete a ver a Juan Mari Brás’. Yo trabajaba entonces -era el año 57- en el Capitolio como asesor de la minoría independentista. Fuimos a Mayagüez y el alcalde nos prestó el Comité Popular para organizar el Primer Comité de Apoyo al 26 de julio que hubo en Puerto Rico. Renuncié poco después a mi trabajo y ya no militaba ni en el PIP ni en el nacionalismo, los únicos movimientos independentistas. Me utilizaban los del 26 de julio y también los antitrujillistas para hacer mítines en contra de Trujillo. Cuando triunfó la Revolución, hace 47 años, nosotros, que teníamos los grupos del 26 organizados, fuimos y tomamos el consulado de Cuba, que estaba al frente de La Mallorquina, el 1 de enero de 1959.
¿Fue a Cuba entonces?
Fui en 1959 a un congreso de juventudes. Salió una notita en el periódico Revolución de que yo estaba en Cuba (era entonces secretario general del Movimiento Pro Independencia o MPI). Me llamó un amigo -Aracelio Azcuí- que estaba con lo de la independencia de Puerto Rico y me dijo. “Oye, Juan Mari: dime cuál es tu fórmula, que te mantienes joven todavía, porque he leído que vienes para un Congreso de Juventud y yo ya estoy viejo”. (Yo no era tan viejo como él -tenía 30 años- y no iba como miembro de la delegación, sino como invitado especial). Conocí al Che en la apertura del Congreso, en el Teatro Blanquita (hoy Marx). Hizo una referencia elogiosa a Albizu Campos y al nacionalismo puertorriqueño. De ahí en adelante trabamos relaciones hasta que se formalizó un acuerdo de solidaridad recíproca entre el MPI de Puerto Rico y las Organizaciones Revolucionarias Integradas de Cuba (las ORI, que unían al Directorio Revolucionario, que era de estudiantes; el Partido Socialista Popular, que eran los comunistas, y el movimiento 26 de julio). Cuando los americanos le meten a Cuba la ofensiva tremenda, los soviéticos aprovechan. A Khruschev, que era primer ministro, le preguntaron en la ONU si creía que Fidel era comunista. Dijo que no sabía, pero que “les puedo asegurar que yo soy fidelista”. Ahí empieza la alianza más estrecha de ellos. Los cubanos cometen la exageración caribeña de poner en su constitución -yo lo he dicho en algunos escritos- que la hermandad con la Unión Soviética es un principio irrenunciable. Es una extravagancia tan grande como la de decir que la unión de Puerto Rico con Estados Unidos es permanente. Ellos lo tuvieron que quitar cuando colapsó aquello.
¿Siguió luego en contacto con Fidel Castro?
Cuando hicieron el Partido Comunista de Cuba, me invitaron al primer congreso en el año 75. Ya teníamos el Partido Socialista Puertorriqueño; íbamos siguiendo el curso de radicalización, pero con más cuidado. Nunca fuimos Partido Comunista y no tuvimos relaciones con la URSS de partido a partido. En La Habana convergieron partidos socialistas y comunistas y de liberación de todo el mundo. En un momento dado vino Fidel, me echó el brazo y me dijo: “Acaban de decirle a Carlos Rafael Rodríguez, en una reunión en México con Kissinger, que el presidente Ford está dispuesto a abrir un diálogo tendiente a normalizar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, pero la primera condición es que dejemos de respaldar la independencia de Puerto Rico”. Yo me quedé esperando lo que me iba a decir, y dijo: “Pero tú comprenderás que no aceptamos eso”. Entonces vino la clausura del congreso. En el acto había un millón de personas en la Plaza de la Revolución. Cuando llegué, me dijeron que tenía una silla al lado del Comandante. “Anda pa’l cará…”, pensé, “¿qué será lo que se traen aquí?”. En eso Fidel empieza su perorata: él habla y habla y habla… y al final dice: “Y ahora se han acercado a nosotros pidiéndonos que abandonemos la solidaridad con la lucha por la independencia de Puerto Rico; que traicionemos la memoria de José Martí, quien puso en el primer artículo de los estatutos del Partido Revolucionario Cubano que ese partido se creaba para hacer la independencia de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico. Y yo les pregunto, ¿qué creen ustedes de esa petición de los Estados Unidos?”. Y empieza todo el mundo -claro, todo eso estaba preparado- “¡No! ¡No! ¡No!”. Y la gente ondeaba banderitas de Cuba y Puerto Rico… me tuvieron que llevar para un hospital, porque yo soy cardiaco y me dio una emoción tan grande que me puse mal. Te cuento todo esto, porque indica por qué esa amistad tan estrecha con Fidel.
¿Fue el PIP el primer Partido Independentista?
Gilberto [Concepción de Gracia] presidía la Asociación pro Independencia de Puerto Rico en Nueva York. Había sido abogado defensor de Albizu y de los presos nacionalistas del 36; cerró su bufete en San Juan y se llevó su familia a Estados Unidos para seguir el caso. Los nacionalistas lo acusaron de que se había rajado porque, en busca de amplitud, organizó allá esa asociación que acogía tanto a nacionalistas como a no nacionalistas. Pasados unos años, él vino a presidir el Congreso pro Independencia. Entonces hubo una primera escisión. El Dr. Juan Augusto Perea -jurista, historiador, muy católico- que era de Mayagüez y había presidido el primer Congreso pro Independencia, era muy impetuoso. En una reunión de los directores del Congreso que hubo en el Ateneo, dijo: “Yo renuncio a la presidencia de esta organización que se ha convertido en una sucursal del Partido Popular. Los que quieran seguirme que bajen al primer piso a organizar el Partido Independentista de Puerto Rico”.
Yo era un muchacho, estaba en primer año de universidad. El viejo mío, que era el líder del Congreso en Mayagüez, se quedó arriba, y yo bajé con el Dr. Perea y otros cuatro gatos. Ahí se fundó el Partido Independentista que fue a las elecciones de Hormigueros y sacó tres votos. Su nombre era Partido Independentista de Puerto Rico. Cuando se creó el PIP tuvimos que conseguir la firma del Dr. Perea para que autorizara el uso del nombre.
¿Por qué rompió usted con el liderato del PIP?
En las elecciones del 48, cuando me botaron de la UPR, dirigí en Mayagüez la campaña local del Partido Independentista. Sacamos más de cuatro mil votos, en aquella época era muchísimo. En el 52, yo estaba en Washington estudiando y no participé directamente, pero en el 56 había regresado, ya abogado, y había puesto mi bufete en Mayagüez. Me hicieron director de la campaña. Fue el año en que el partido perdió cuarenta mil votos; bajó de 126,000 en el 52 a unos 80,000, una tercera parte.
Pero en Mayagüez mantuvimos los 4 mil votos. En reconocimiento a ese hecho, nombraron una comisión para estudiar las causas del bajón y se presentaron Gilberto Concepción y Paquito Susoni en mi casa para proponerme que viniera a San Juan a trabajar como asesor de la minoría independentista y que aceptara ser vicepresidente ejecutivo de la comisión esa. Mi viejo me dijo que no aceptara. Él había visto los chanchullos del Capitolio: “Todos son iguales”, me dijo. Pero entonces yo creía que me podía llevar al mundo de frente. Cerré mi bufetito, vine a San Juan y, efectivamente, empezaron los chismes. Me pusieron a dirigir el personal. El primer lunes por la mañana, había no sé cuántos empleados y no llegaron a trabajar más que dos o tres. Pregunté y me dijeron que la gente no venía sino a buscar cheques. Me causó un impacto tan terrible que empezamos a atacar todo eso.
Cuando sometimos el informe de la Comisión a una asamblea del partido en Arecibo, se aprobó por unanimidad, porque Gilberto no se iba a oponer en público. Allí mismo, cuando vino la elección de la directiva, todos los candidatos de Gilberto fueron derrotados y los nuestros -los que habíamos propuesto la renovación- resultaron electos. Eran Manrique Cabrera, doña Carmen Rivera de Alvarado, Gabriel Vicente Maura, Feliú Pesquera, gente así. A mí me eligieron secretario de prensa y propaganda. Por la noche, en una fiesta, me di cuenta de que Gilberto estaba entorunado conmigo. Él tenía otro candidato para ese puesto. Al otro día le pregunté a mi esposa, Paca, “¿cuánto hay en la cuenta de banco?”. “Como 18 pesos”, me contestó. Y le dije: “Amarra el cinturón, que voy a renunciar”.
¿Se llegó a reconciliar con Concepción de Gracia?
Nos reconcilió Nilita Vientós Gastón. Ambos fuimos invitados a una conferencia en Caracas pro Democracia y Libertad. En el vuelo de Iberia de aquí a Caracas había un pequeño ‘cocktail lounge’ en el avión. Nilita vio que Gilberto y yo no nos hablábamos y dijo, con aquella voz que tenía: “Oigan, ¿ustedes están enojados? No puede ser que dos patriotas puertorriqueños no se hablen. Dense la mano”. Y nos reconcilió.
2008-01-15 04:24:51