spanish.news.cn| 2024-10-03 21:00:30|
BEIJING, 3 oct (Xinhua) — La agresiva estrategia de Washington para contener a China es intrínsecamente coercitiva. Y sus repercusiones van más allá de China, dado que Washington saldrá perdiendo junto a sus aliados en el no libre comercio y el proteccionismo.
Las tácticas de Washington suelen involucrar sutiles amenazas e incentivos económicos, creando un ambiente tóxico donde los países se ven forzados a obedecer las demandas estadounidenses.
Sin embargo, algunos de los aliados de Washington se han dado cuenta de que la coerción de Estados Unidos los ha atrapado en un dilema donde «América Primero» se antepone constantemente a los intereses propios, socavando sus libertades comerciales y su autonomía estratégica.
Declaraciones recientes del ministro holandés de Asuntos Económicos, Dirk Beljaarts, han puesto de relieve una frustración creciente hacia la presión estadounidense sobre las restricciones al comercio de semiconductores contra China.
«Los chinos son un socio comercial importante, al igual que EE. UU. y muchos otros países en el mundo», dijo durante su reciente visita a Estados Unidos. «Nosotros tenemos una economía propia que mantener y garantizar que nuestras empresas puedan hacer negocios de una manera tan libre como sea posible».
Sus comentarios reflejan la queja creciente entre los aliados de EE. UU., constreñidos por el control cada vez más asfixiante de Washington sobre los flujos tecnológicos, particularmente cuando muchos países del mundo están teniendo que hacer frente a una situación económica global negativa.
El caso del gigante holandés ASML ejemplifica este desafío. ASML, la compañía europea más valorada con una capitalización bursátil en torno a 240 mil millones de euros (267 mil millones de dólares), está sometida en estos momentos a controles estadounidenses sobre sus exportaciones, que amenazan su prospectiva de negocio y la vanguardia tecnológica de Europa.
En una revelación llamativa, pero no sorprendente, Peter Wennink, ex CEO de ASML, ha definido hace poco la actual guerra comercial de Washington sobre los chips semiconductores como fundamentalmente «no basada en hechos o datos, sino en ideología».
Mientras EE. UU. está haciendo casi todo lo posible para marginar a China, con el objetivo de mantener su dominio global, los aliados de Estados Unidos soportan la peor parte de estas maniobras de mano dura.
Washington ha aprobado leyes de gran alcance como la Ley de CHIPS y Ciencia, además de invocar la Regla del Producto Extranjero Directo, obligando a las empresas de todo el mundo, incluidas las que utilizan una parte mínima de tecnología originada en EE. UU., a limitar sus intercambios con China. Bajo esta distorsión, las ventas globales de semiconductores cayeron un 8,2 por ciento interanual en 2023, según la Asociación Industrial de Semiconductores.
Mientras Washington enmarca estas medidas proteccionistas como esenciales para su propia seguridad nacional, sus aliados las perciben cada vez más como ataques a su derecho al libre comercio y la interdependencia económica.
Durante una entrevista en marzo con Nikkei Asia, el entonces ministro de Economía, Comercio e Industria de Japón, Ken Saito, negó cualquier plan de ampliar los controles sobre chips, reconociendo que se «sorprendió» por la presión de Washington. La industria japonesa de semiconductores, que sufrió un golpe duro durante la guerra comercial con EE. UU. en los años 80, está intentando ahora recuperar su posición anterior, por lo que es atento a las posibles consecuencias de abandonar el vasto mercado chino.
Como miembro fundador de la Organización Mundial del Comercio, EE. UU. ha reivindicado durante muchos años ser el campeón del libre comercio. Sin embargo, sus acciones unilaterales, en particular la Sección 301, que es una reminiscencia de la Guerra Fría, sirven para politizar y usar las cuestiones comerciales como armas, violando flagrantemente las normas comerciales multilaterales.
Pese a la oposición generalizada, el Gobierno de EE. UU. ha decidido recientemente incrementar los aranceles a las importaciones chinas, en especial sobre los vehículos eléctricos chinos, paneles solares, baterías eléctricas para coches y otros productos relacionados.
Enfatizando que «Tesla compite bien dentro del mercado de China sin aranceles ni discriminación», el CEO de Tesla, Elon Musk, criticó los aranceles como «elementos que inhiben la libertad de intercambio o distorsionan el mercado».
Washington está otra vez extorsionando a sus aliados para alienarlos a sus políticas restrictivas sobre vehículos eléctricos, obstaculizando de manera efectiva su capacidad de perseguir relaciones comerciales beneficiosas. Forzando a los países para que elijan bando, Washington está socavando su soberanía y restringiendo la libertad de sus empresas para operar según lo que necesitan.
Los líderes de la industria automovilística global estimaron que casi una cuarta parte de sus beneficios podrían estar en riesgo por distorsiones en las cadenas de suministro, de aquí a una década, si la guerra comercial mantiene esta tendencia, según un artículo de Barron’s.
Aunque los países intentan adaptarse a un Washington más coercitivo que nunca, algunos están dándose más cuenta cada vez de que su autonomía está viéndose comprometida por mantener la hegemonía de Estados Unidos.
Tal y como se lamentó el legislador holandés Laurens Dassen, «estamos enviando una clara señal al mundo: las exportaciones de nuestros productos pueden frenarse si un país molesta a EE. UU.».
En un mundo interconectado, una economía global saludable depende de asociaciones, cooperación y la capacidad de las naciones de preservar sus propios derechos legítimos. Las políticas coercitivas de Washington no solo hacen peligrar su credibilidad, sino que también amenazan las libertades fundamentales de cualquier nación soberana.
Mientras Washington siga deslizándose por la senda de la coerción económica, se aislará todavía más y alienará a sus aliados mientras socava los mismos principios de libre comercio y colaboración que dice defender. Dicha estrategia está condenada a volverse en contra, dado que el mundo de hoy prospera sobre las interconexiones y el respeto mutuo.