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A Pleno Sol; Intervención e injerencia

diariodominicano.com

Por Manuel Hernández Villeta

Santo Domingo, R. D., 21 de marzo, 2024.- No se pueden acomodar las ideas, al analizar  la intervención militar y su   secuela que es la injerencia en asuntos internos de un país. No es posible  considerar buena una intervención militar cuando conviene, y rechazar luego la injerencia en asuntos internos. Son dos acciones que van tomadas de las manos.

Ningún país  merece la mala suerte de ser invadido por una potencia o soldados extraños. La soberanía y la territorialidad debe ser un concepto sacrosanto en el trato entre los pueblos. Para las grandes potencias no hay amigos ni enemigos, sino aliados circunstanciales y la defensa de sus intereses,

Ninguna de las potencias que han intervenido históricamente en Haití, puede hablar de democracia para ese país neo-nato, porque fueron ellos los que crearon los problemas actuales.

Una intervención militar traerá más problemas a esa nación, creará una mayor crisis de inmigrantes, los pandilleros podrían ser exterminados en áreas de influencia, pero es difícil que una fuerza expedicionaria pueda controlar todo el territorio.

Con Haití, la República Dominicana tiene grandes diferencias sociales, políticas, históricas. La masiva presencia de indocumentados, y sus hijos nacidos en el territorio nacional, crea serios problemas de convivencia.

Los haitianos que son ilegales y que no pueden justificar su presencia en el país deben de inmediato ser deportados. Las Naciones Unidas se oponen a ello, y desde funcionarios hasta nacionalistas de pacotilla, consideran  que esa es una postura injerencista  e intervencionista en el devenir del  país.

De ahí que no es buen camino la dualidad. Respaldar la intervención  militar en Haití, pero rechazar la injerencia de las Naciones Unidas, Canadá y Estados Unidos en el país. Los dos son hechos repudiables. Nadie, por más poderoso que sea, tiene derecho a intervenir, de ninguna forma, en un Estado libre y soberano.

Los haitianos tienen una guerra civil blanda, donde todos se matan entre sí, pero nadie tiene derecho en meterse en sus problemas internos. Pueden surgir mediadores de esta crisis, y aupar el surgimiento de la democracia, pero no que se manden tropas.

Si Haití no puede establecer por sí mismo un equilibrio político y social, y poner fin al bandolerismo y a los señores de la guerra y las pandillas, se debe ir solo al abismo. La injerencia diplomática y la intervención militar son hermanas. No se puede apoyar una y rechazar la otra. La independencia y la soberanía de los pueblos  no se negocia,  ¡Ay!, se me acabó la tinta.