Sergio Reyes II
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Sergio Reyes II.
Hubo un tiempo, años ha, en que la apacible ciudad que duerme sus sueños e ilusiones a orillas del Masacre, no pasaba de ser un villorrio de mal alineadas y polvosas callejas, constituido por unas cuatro o cinco cuadras de torpe alineación y viviendas de palma, cobijadas de yagua u otros componentes vegetales de humilde procedencia. Sus gentes, ansiosas de una mejoría en sus vidas, veían discurrir el paso de los años en silencio y resignadas, al tiempo de ver desfilar a los comerciantes y uno que otro distinguido visitante, en ruta hacia el otro lado del rio, hacia el poblado haitiano de Ouanaminthe, ciudad que, para esos años (fines del siglo XIX), ostentaba mayor pujanza y desarrollo económico que Dajabón, al extremo de ser considerada, por quienes la visitaban -el apóstol cubano José Martí, entre ellos-, como una hermosa, limpia y bien establecida ciudad.
A tono con la época y dando curso, con inteligencia y disposición, a su estratégica condición de ciudad fronteriza, con el transcurso de los años el poblado supo levantarse del letargo y descuido de los gobernantes de turno y, desarrollando al máximo las potencialidades y ventajas que se derivan del comercio, se levantó, como el ave fénix, poco a poco, hasta llegar a convertirse, no solo en el ‘Nueva York chiquito’; que alguien postuló una vez, sino en la Capital económica del Noroeste dominicano, como algunos pregonan, con sobrada razón, en el presente.
Lejos de intentar regatear el papel protagónico que han tenido diferentes gestiones gubernamentales, legislativas y de comunitarios con visión preclara en beneficio de su pueblo, hay que reconocer que el mérito fundamental del desarrollo de Dajabón, en estos años, ha recaído, de manera fundamental, en manos de sus buenos hijos, que han confiado vidas y recursos en una visionaria apuesta al futuro, en apoyo a un intercambio comercial, que ve cifradas sus esperanzas en el manejo del trueque de alimentos y mercancías teniendo a la población haitiana como principal comprador. En adición, se destaca de manera preponderante, la decidida y emprendedora función del estamento municipal, en su condición de administrador y organizador de la vida diaria en el territorio del municipio cabecera de la provincia. A ello agregamos la valiosa labor que han brindado algunos de sus más preclaros ejecutivos, en el curso de varias décadas atrás, que con su prestancia y denodados esfuerzos, han sabido imprimirle dinamismo y respeto a la función municipal.
La poltrona municipal ha contado con Síndicos ( o Alcaldes, como se les denomina en la actualidad ) de grata valoración, en el recuerdo de los dajaboneros. Por las oficinas del gobierno del municipio cabecera ha desfilado gente de carácter bonachón, que supo compartir un café, una partida de domino o un sancocho, en una humilde fiesta popular, sin distingos de banderías políticas y sin descuidar la profunda relevancia de sus funciones. Probos y honestos dajaboneros que ascendieron al solio municipal desde un modesto hogar y, al término de su gestión, descendieron las escalinatas del edificio del Ayuntamiento, para regresar a la misma morada, exhibiendo en alto sus manos, libres de la ominosa mancha del peculado. Gente educada, caballerosa y respetuosa de la honra ajena, que nunca puso en sus labios una palabra inoportuna para ofender a un ciudadano reclamante de un servicio o para pretender aplastar, con la fuerza y las herramientas del poder, a un contrario político.
Tuvimos, también, gente culta, de altos vuelos intelectuales y profesionales, con pleno conocimiento de las leyes y reglamentaciones, lo que les permitió, en su momento, manejar con habilidad los conflictos y encontronazos con los que debe lidiar, continuamente, todo aquel que asume el alto deber de dirigir los asuntos municipales. Sin enemistarse con el comercio local. Sin vociferar improperios contra los contrarios políticos. Sin abrirse frentes innecesarios con el estamento militar o las diferentes instancias oficiales.
Gente, en fin, que supo entender a tiempo que a las oficinas del ayuntamiento se llega para resolver los problemas de la municipalidad, no para incrementarlos. Y mucho menos para usar, indebidamente el poder derivado del voto de los electores, para dividir a la ciudad y sus gentes en dos grupos: los que están conmigo y los que no!
Dado su carácter de autonomía, la Alcaldía es el organismo más idóneo para encaminar la solución a los acuciantes problemas de la población. Para hacer un manejo adecuado e inteligente de las ventajas que se derivan del privilegio de contar con un Mercado Binacional que gravita, positivamente, en el descollante desarrollo no solo de Dajabón y sus munícipes sino de una gran parte del noroeste y otros puntos del país.
Dajabón necesita la mano enérgica de alguien que asuma con seriedad la búsqueda de soluciones a los problemas de índole vial, construcción y mejoría de calles, badenes y contenes, canalización adecuada de las aguas negras, deposición -con criterios de higiene y salubridad-, de la basura y los desechos sólidos así como la implementación urgente del sistema del reciclado, en una ciudad masificada, con una población que, en mayor medida, no observa una actitud cívica frente a este acuciante problema.
Dajabón necesita la dedicación, a tiempo completo, de alguien que, antes que pensar en perpetuarse en el cargo, se dedique a desarrollar una eficiente gestión, que pueda granjearle la satisfacción del deber cumplido y el agradecimiento eterno de los munícipes.
Dajabón necesita de alguien con una visión clara de las necesidades de la juventud, los deportistas, los estudiantes, las madres solteras, los envejecientes, los niños indigentes, la multifacética población extranjera itinerante, de paso por nuestro territorio y la población en general; que asuma con urgencia las riendas de la municipalidad, antes de que se desplome lo que, de progreso, hemos logrado en gestiones de gobierno municipal anteriores a la que nos desgobierna, en el presente.
Debemos salir de la chabacanería, el chantaje, la bravuconería y las amenazas veladas contra humildes empleados municipales, contra gente del pueblo con justo derecho al reclamo de reivindicaciones y mejoras, e incluso, contra personeros de la propia bandería partidaria, a quienes se ha querido aplastar por el simple pecado de diferir, en tal o cual posición.
No podemos seguir observando en silencio el deplorable espectáculo de las bravatas y ‘duelos’ públicos, en pleno centro de la ciudad y al estilo del viejo Oeste norteamericano, originados por simples ñoñerías de gente hipersensible que no respeta la disensión ni sabe reconocer el derecho de los demás a expresar su parecer y exigir lo que le corresponde, en un sistema democrático como el que prevalece en nuestro país, con plena vigencia del libre juego de las ideas.
Esto no puede seguir así. A pesar de la terrible pesadilla del presente, no todo está perdido: al final del túnel se vislumbra un resplandor que ha de iluminar, con prístinos destellos, el porvenir de la gente. Un Gobierno Municipal Saludable se aproxima. Preparémonos para recibirlo con redobles de tambores y plausibles auspicios y esperanzas. La desastrosa gestión municipal que padecemos debe ser superada y echada al olvido, de inmediato. Los munícipes de Dajabón se merecen algo mejor!
(Continuará)
SERGIO HIPOLITO REYES ARRIAGA