Por Teófilo Lappot Robles
Enero de 1844 fue más que un simple rugido en el proceso que dio inicio a la Independencia Nacional, aunque algunos siguen alegando que para entonces ya los dominicanos habían perdido las esperanzas de ser libres.
Los preparativos de lucha armada de ese enero necesariamente tienen que vincularse como antecedentes del disparo de trabuco que hizo Mella en la Puerta de la Misericordia, el mes siguiente, con lo cual comenzó la lucha armada entre dominicanos y los intrusos opresores haitianos.
En enero de 1844 Juan Pablo Duarte tenía meses forzosamente fuera del país, pues había salido el 2 de agosto anterior, para salvar su vida frente a la despiadada persecución que habían desatado en su contra las autoridades extranjeras dominantes.
Ese activo tramo de la lucha por la soberanía nacional lo encabezó en el terreno de los hechos Francisco del Rosario Sánchez, quien había fingido su muerte, tal y como lo describen Ramón Lugo Lovatón, en su obra titulada Sánchez, y el trinitario José María Serra, en sus ponderados Apuntes.
Se puede decir que ya en enero de 1844 había una conjunción de los duartianos (Sánchez, Mella, Vicente Celestino Duarte y otros) con sectores conservadores representados por personajes como Tomás Bobadilla, Remigio del Castillo, José Caminero, etc.
En enero de 1844 ya hacía un tiempo que estaban en peligro de muerte Pedro Alejandrino Pina, Pedro Valverde Lara, Silvano Pujol, Manuel Leguisamón, Juan Evangelista Jiménez y otros trinitarios.
Para esa fecha las tres sociedades creadas por Juan Pablo Duarte para apuntalar la Independencia de la República Dominicana, que eran La Trinitaria, La Filantrópica y La Dramática, se habían eclipsado por completo, con motivo del acoso de los haitianos.
O tal vez, como se dice ahora, eran “células durmientes”, pues el mismo Duarte, 21 años después de la Independencia Nacional, le dejó entrever a un sobresaliente patriota, poeta, jurista y literato dominicano el papel clave de La Filantrópica. (Carta de Duarte a Félix María Del Monte.18 de marzo de 1865).
Esa etapa de nuestro pasado no se ha divulgado de manera adecuada, a pesar de que tiene un gran significado en los meandros de ese río turbulento que ha sido el proceso permanente de defensa de la libertad del pueblo dominicano.
Pero antes de que comenzara enero de 1844, que daría un impulso definitivo al proceso emancipador concebido por Duarte y otros adalides, hay que decir que los trinitarios, en una decisión táctica de gran importancia, habían buscado un año antes una alianza coyuntural con sectores haitianos que disgustados con el régimen de Jean Pierre Boyer se mantenían enfrentados a este y su camarilla en diversos lugares de la geografía haitiana.
Aprovecharon el desgaste de Boyer, que estaba en el poder desde el 1818 en Haití y desde el 1822 aquí.
Lo incontrovertible, por ser lección histórica, es que no fue una gilipollez la decisión de los trinitarios, y otros dominicanos que se les adhirieron por motivos diversos, de combatir a Boyer junto a sus enemigos haitianos.
El objetivo de los trinitarios al negociar con los rivales de Boyer tenía dos fases: primero aniquilar el largo régimen de fuerza que controlaba de un confín a otro la isla de Santo Domingo, y segundo expulsar a los haitianos del territorio dominicano proclamando, como se hizo, la Independencia Nacional.
Pero ya antes hubo otros grupos, cuyos objetivos diferían sustancialmente de los duartianos.
Un grupo era partidario de volver bajo la protección del reino español, es decir que aunque sus miembros eran enemigos de los haitianos no abogaban por la Independencia de los dominicanos.
En principio los principales dirigentes de esa tendencia fueron los curas Gaspar Hernández y Pedro Pamies y al general puertoplateño Andrés López Villanueva. Luego se supo que muchos otros que pensaban igual estaban solapados, como Santana y Báez, el último también era afrancesado.
Unos cuantos se inclinaban por romper con Haití, pero para cobijarse con los ingleses, pues alegaban que la pérfida Albión traería bienestar y seguridad al pueblo dominicano.
Sobre los actos y comunicaciones de los que así pensaban escribió una larga y bien documentada crónica el diplomático, poeta y escritor Max Henríquez Ureña, la cual tituló “Un proyecto anglosajón en el 1843 frente al plan Levasseur”. La publicó en la prensa nacional en el 1941.
Otro grupo, que en sus valiosas notas Rosa Duarte dijo que les apodaban los afrancesados, estaba formado por individuos que habían colaborado ampliamente con los haitianos y querían que Francia tomara el control del país.
Algunos de ellos, como Tomás Bobadilla y José María Caminero, terminaron colaborando con los trinitarios, aunque carecían de patriotismo. Fue importante en una primera fase su dicha integración en razón de que tenían experiencia en el tejemaneje de la burocracia haitiana, que por cierto ya había prescindido de sus servicios.
Antes de enero de 1844 muchos dominicanos contribuyeron a defenestrar a Boyer como una forma de debilitar sus fuerzas diseminadas en el territorio nacional.
Cuando en el calendario se abrió el curso del mes de enero de 1844 ya había transcurrido un tiempo en el cual Juan Nepomuceno Ravelo (de los fundadores de la Trinitaria en la casa de doña Chepita Pérez el 16 de julio de 1838) y Ramón Matías Mella habían cumplido misiones en Haití, explorando un acoplamiento de fuerzas con los rebeldes de aquel lado fronterizo.
Aunque era un secreto conocido por muchos que los objetivos de cada parte eran diferentes, tal y como ocurrió en la realidad.
Una prueba de que cada cual estaba en lo suyo se comprueba con el contenido jactancioso de una comunicación que el 13 de enero de 1844 le escribió el entonces presidente haitiano Charles Hérard Riviere al ciudadano dominicano Rafael Servando Rodríguez en ocasión de ordenar su puesta en libertad de una cárcel de Puerto Príncipe.
Aprovechó para su propia vanagloria el referido gobernante para decir que su interés era “hacer feliz al pueblo del Este”, como llamaban los haitianos a la tierra dominicana. También se autoproclamó como “libertador” y “protector” de los dominicanos, en otra expresión de fingimiento de sus reales intenciones. Se presentaba con un disfraz de liberal y reformista. (Papeles de Hérard Riviere, enero de 1844).
Fue ese mismo gobernante que poco después de proclamarse la independencia dominicana penetró a nuestro país por primera vez, por Dajabón, y dejó constancia de que “encontró un pueblo distinto, de otras costumbres, de otras inclinaciones”. (Ver Vetilio Alfau Durán en el Listín. Escritos I. Editora Corripio,1994. P.499).
Volviendo un poco atrás en el tiempo es oportuno indicar que los alzamientos militares encabezados por el general Charles Hérard Riviere en el poblado de Praslin, en un recodo remoto del suroeste de Haití; y otro en la ciudad de Jérémie al frente del coronel Philibert Laraque, tal vez no hubieran tenido éxito sin el respaldo táctico de los dominicanos.
Dicho lo anterior a pesar de que luego los aliados del oeste fronterizo pretendieron ahogar en su cuna la Independencia Nacional.
Los enfrentamientos armados en tierra haitiana culminaron con una derrota aplastante para las tropas de Boyer en el pueblo de Leogane, lo que obligó a ese sagaz y ducho gobernante a renunciar el 13 de marzo de 1843, dando paso para que ocho días después el referido general Hérard Riviére, junto con los también generales Guerrier, Voltaire y otros oficiales y civiles, instalaran un gobierno provisional en Puerto Príncipe.
Conforme se comprueba con los hechos gloriosos que comenzaron en términos prácticos en la Puerta de la Misericordia el 27 de febrero de 1844 la táctica de alianza coyuntural que antes hicieron los trinitarios con las fuerzas antagónicas que adversaban a Boyer, debilitaron el hasta entonces sólido régimen del sucesor de Alexandre Sabés Pétion.
En decisión fue favorable a la causa dominicana (a contrapelo del mencionado Hérard y otros jerarcas haitianos) porque se desvertebró el régimen de Boyer, que tenía un control férreo de la isla, desde la comunidad de Anse-d’Hainault, en el departamento de Grand’Anse, en el extremo suroeste de Haití, hasta Cabo Engaño, en la parte más al este de la República Dominicana.
Manuel María Valencia, trinitario, jurista, poeta y literato, hizo un relato con detalles generales sobre esos hechos históricos el cual tituló “La verdad y nada más”. En el mismo hizo un sucinto recuento acerca de delaciones y traiciones de las que fueron víctimas los trinitarios. Su brevedad no le quita méritos como testimonio de elevado nivel.
Valencia fue un personaje de relevancia, siendo el presidente del Congreso Constituyente que produjo la Constitución, la del 6 de noviembre de 1844, en San Cristóbal.
También fue juez, administrador general de Hacienda, ministro de Justicia e Instrucción. Cuando enviudó se hizo sacerdote y fue párroco en La Vega y Santiago. Al morir estaba incardinado como sacerdote en la ciudad cubana de Las Tunas.
En la segunda entrega analizaré un documento de enorme importancia histórica que se publicó en el país en enero de 1844, con el encabezado de “Manifestación de los pueblos de la parte del Ese de la isla antes Española o Santo Domingo sobre las causas de su separación de la república haitiana”