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LA LLEGADA DE TRUJILLO AL PODER

Rafael Leónidas Trujillo Molina en acto de juramentación.

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Desde antes de la llegada del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina al poder se comenzó a  escribir y hablar sobre ese engendro nacido en la ciudad de San Cristóbal el 24 de octubre de 1891.

Ocupa un lugar destacado en la galería de personajes siniestros que pueblan la historia de Latinoamérica, por haber llenado de sangre al país y por los expolios que cometió.

Trujillo tras el acto de juramentación

Sus pasos tortuosos por los cuerpos armados en los tiempos en que el país estaba ocupado por tropas estadounidenses están registrados en informes oficiales, en los pocos archivos judiciales que se conservaron en el exterior, en  hemerotecas y en historias orales.

Américo Lugo

El pensador y patriota dominicano Américo Lugo sostenía que “es del pasado de donde viene siempre la luz con que vemos hoy el espíritu de las cosas”, pero advertía que “los sucesos no son materia de la historia sino cuando son materia muerta”.

Pensando en esas reflexiones de Lugo considero oportuno señalar algunos hechos vinculados con la llegada de Trujillo al poder.

Así lo hago porque nadie se pudo imaginar que un telegrafista (en la base de la pirámide burocrática del Estado), que fue también dependiente de pulpería y guardia campestre del ingenio Boca Chica, en el este del país, pudiera lograr a finales del 1918, con el apoyo de un tío, ser admitido en una milicia auxiliar creada “por los americanos” que entonces tenían, en calidad de intrusos, invadido militarmente el país, y que eso le sirviera de catapulta para llegar al poder absoluto.

Voy aparcar su condición de miembro de la llamada banda de Pepito Trujillo (sujeto muy diferente al personaje de ficción Pepito Grillo, que por su cordura servía como suerte de contra balanza al Pinocho de Disney).

Es oportuno decir que ese clan de bisoños estaba formado por el sujeto de referencia y sus hermanos para realizar actos de ratería en San Cristóbal y pueblos aledaños, mientras su progenitor “a la chita callando” merodeaba por áreas rurales en labores de abigeato.

Tampoco reseñaré aquí sobre el expediente criminal que colgaba en su espíritu diabólico por la violación que en San José de Los Llano le hizo en julio del 1919 a la joven Isabel Guzmán, ya teniendo el rango de segundo teniente.

Trujillo y Franco

En enero de 1920 Isabel Guzmán fue interrogada en el tribunal militar que conoció su caso y allí dijo: “Trujillo no me trató como gente. En Los Llanos me ofendió él como si fuera una vaca, como una bestia en la sabana…una noche me llevó a la iglesia del pueblo de Los Llanos. Tuvo relaciones conmigo tres veces: una en el campanario, una vez en la calle y una en la casucha”.

Para mayor abundamiento sobre el tema referido en el párrafo anterior se puede consultar el libro titulado “Trujillo ante una corte marcial por violación y extorsión en 1920”, editado por Bernardo Vega en el 1995.

A pocos meses del susodicho juicio amañado el presidente interino de la Republica, Juan Bautista Vicini Burgos, le saltó un rango elevándolo a capitán.

Trujillo fue ascendiendo a codazos en las escalas económica, social, militar y política hasta lograr el poder omnímodo que durante tres décadas ostentó, siempre oprimiendo al pueblo dominicano.

En febrero de 1924 murió violentamente a manos de un subalterno el mayor de la Policía Nacional Dominicana César J. Lora. Los rumores de la época vincularon al entonces capitán Trujillo como el chivato que condujo al trágico hecho.

El 11 de marzo de dicho año el presidente de la República Vicini Burgos ascendió al futuro tirano al rango de mayor y lo nombró en sustitución de Lora como Comandante del Departamento Norte, con asiento en la ciudad de Santiago de los Caballeros. Ambas disposiciones fueron interinas. El 11 de septiembre de 1924 el nuevo presidente Horacio Vásquez lo confirmó.

Sólo tres meses pasaron de dicha confirmación para que Trujillo lograra el ascenso a teniente coronel y designado jefe del cuerpo policial. Ese mandatario nunca comprendió la capacidad de simulación de Trujillo.

En una carrera imparable hacia el máximo estrellato del sancristobalense el mocano “de pelo en pecho” que  gobernaba el país lo elevó a coronel el 22 de junio del 1925. El 13 de agosto de 1927 lo nombró  general, con poderes especiales para transformar el cuerpo policial en lo que sería  mediante ley el nuevo Ejército Nacional.

Es decir que en tan sólo cinco años (de 1922 a 1927) Trujillo pasó de segundo teniente a general de brigada y, además, ya era el hombre con más fuerza real dentro de los recintos militares del país.

Pero también logró rodearse de un equipo de intelectuales que fueron preparando el ambiente para su ascenso desde el cuartel al principal puesto del aparato estatal.

Tomás Hernández Franco

 Un ejemplo de tantos fue lo que publicó el 29 de diciembre de 1929 el poeta de Tamboril Tomás Hernández Franco: “Al General Trujillo le cabe la honra de haber creado un verdadero Ejército, con todos los honores de la letra mayúscula…hay que estarle muy agradecidos al General Trujillo, de haber hecho por la primera vez en nuestra Historia, de su Ejército, una garantía de paz para la República…” (La Información, 29 de diciembre de 1929).

Ese y otros artículos de Hernández Franco, con loas fementidas a Trujillo, fueron después convertidos en libro  con el título de “La más bella revolución de América”.

El 6 de enero de 1930 el presidente Vásquez retornó al país, luego de ser operado en la ciudad de Baltimore, Maryland, EE.UU. Desoyendo los consejos para que destituyera a Trujillo siguió embobado ante las genuflexiones del entonces jefe del Ejército, quien desde hacía tiempo estaba cavando la tumba política del enfermo mandatario.

El 23 de febrero del 1930 estalló  en la ciudad de Santiago de los Caballeros un movimiento armado para sacar del poder al mocano que participó en el tiranicidio de alias Lilís.

Rafael Estrella Ureña

Para tales fines, con Trujillo como titiritero principal, cientos de hombres armados se dirigieron hacia la capital de la República al mando del Dr. Rafael Estrella Ureña y los generales Antonio Jorge, Desiderio Arias, Elías Brache hijo, Nazario Suardí, Fermín Pérez y otros.

El día 2 de marzo del referido año el adocenado Congreso Nacional recibió las renuncias del presidente y del vicepresidente de la República, bajo el impulso de eso que en el derecho sajón se define como  “accomphished fact”, es decir, un hecho cumplido.

Era el último eslabón en la cadena de maniobras para que el 17 de marzo apareciera Trujillo como candidato a la presidencia de la República en las elecciones pautadas para el mayo siguiente, enarbolando el lema “no hay peligro en seguirme”.

La más cruda represión contra los opositores a Trujillo se hizo presente en todo el territorio nacional. En la ciudad de Santo Domingo la tristemente célebre banda 42, dirigida por un matón llamado Miguel Angel Paulino, acompañado de fanfarrones apodados El Guaraguao, Tizón, Ciclón y otros mantuvieron bajo pánico a la población.

En el interior del país la violencia estuvo simbolizada principalmente en unos fatídicos carros con luces apagadas denominados “La Lechuza”, en cuyo interior iban  malandrines que se aparecían de noche frente a las casas de los antitrujillistas disparando y vociferando brulotes.

Rafael Leónidas Trujillo Molina

Fue en esas condiciones, utilizando malas artes y con el grueso de la población en indefensión, que Trujillo escaló la presidencia de la República el día 16 de agosto de 1930, teniendo bajo sus pies una alfombra de trapisondas, intrigas, crímenes y robos, y como segundón el referido tribuno Rafael Estrella Ureña, en lo que fue una especie de boda de apuro que terminó mal para el último.

Un pro trujillista como R.A. Font Bernard  escribió, casi 40 años después del descabezamiento de la tiranía, que: “El Trujillo de 1930 era un guardia semialfabetizado, dotado de un fino instinto político y de una inconmensurable ansia de poder.” (Periódico Hoy, 10-2-2001, inserto en las Pp31-34 del libro Memorias de la Era de Trujillo , de Ramón Emilio Saviñón M.).

Enmarcado en ese tenebroso ambiente fue que ese endriago salido de las barracas militares subió al poder para quedarse por una larguísima temporada, enlutando y empobreciendo al pueblo dominicano.

Esa fatídica etapa de la historia nacional terminó la luminosa noche del 30 de mayo de 1961, cuando valientes dominicanos le pusieron fin a la vida del tirano “al compás de un minuto y dos onzas de plomo”, como escribió un poeta.

teofilo lappotteofilolappot@gmail.com