Por Manuel Hernández Villeta
Las pandillas juveniles, y práticamente de niños, son un dolor de cabeza para la sociedad dominicana. La punta de lanza de la delincuencia oerganizada, son los menores, por las penas especiales a que son condenados.
El problema en si, no es que a los menores se les trate de acuerdo a la magnitud del delito cometido o que se les aplique el intercambio de disparos, o se rebusque su situación sicológica, sino ver las causas que llevan a los niños dominicanos a caer en la violencia.
En los barrios, en las calles, y en cualquier sitio del país, hay adolescentes de doce hasta 17 años cometiendo actos violatorios de la ley, y lo que es más preocupante, asociados en pandilla.
Quizás el más preocupante de los grupos para la asociación criminal que se puede formar, es el de la pandilla juvenil. Es el arriete de los delincuentes de alto nivel, mandaderos del narcotráfico, sicarios de rápida actuación y protegidos de las leyes especiales.
Pero sobre todo, son víctimas de la sociedad, a la cual ellos, con sus acciones descontroladas, convierten también en otra víctima. Una espiral incontrolable, que lleva en sus entrañas todas las podredumbres del sistema.
Cuando una sociedad es aterrorizada por pandillas de adolescentes, hay que preguntar que hace esa sociedad para prevenir el crimen. Un muchacho de quince años debe estar en la escuela, y no en la calle con el cuchillo en las manos. Una niña de esa edad no debe estar vendiendo sus favores sexuales, sino estudiando.
Una de las principales ecuaciones que debe comenzar a solucionar la sociedad es el embarazo de las adolescentes. Es el crisol de los futuros pandilleros. Hijos sin padres y sin protección, que hacen de las calles su hogar y su medio de subsistencia.
La sociedad dominicana falla cuando no puede garantizar educación a sus niños-jóvenes, comida, techo, y un trabajo asegurado para cuando lleguen a la madurez. Ese joven dominicano se encuentra sin brecha por donde mejorar su nivel de vida, y el único que le tiende la mano es el bajo fondo.
La solución a las pandillas juveniles no es ni la cárcel ni el intercambio de disparos, sino la prevención. Desde luego, el que comete un delito, tiene que ser castigado por los metodos que sean, pero la caída de un neo-nato ciudadano, solo deja el camino abierto para que otro ocupe su lugar.
Cómo las pandillas juveniles atormentan a la sociedad, es el primer bochorno que debe hacer bajar la cabeza a los responsables del sistema y preguntarse: ¿Qué hemos hecho?.
2014-07-15 06:50:51