Por Manuel Hernández Villeta
La libertad, la independencia y el respeto a los derechos humanos, no pasan de ser grandes utopías, pèrseguidas por la humanidad y que a pesar de provocar baños de sangre y cementerios de fango y cruces sin nombres, lucen inalcansables.
Tras cada jornada de lucha por la libertad y el derecho a la comida, con el pueblo en armas, han surgido verdugos de ocasión que bajo su sable, sus polainas, sus fusiles o sus guillotinas, han trastocado los cambios en círculo de beneficio personal.
Hoy, como sucedió en el pasado, el hombre no tiene libertades ni libre albedrío. El hambre, la nueva forma de esclavitud, el temor al castigo, la ausencia de respaldo económico, en una sociedad mercantilista, le cortan las alas a su libertad.
La mayor parte del mundo hoy está sometida al yugo del poder de los que disponen de las riquesas, o tienen el gatillo en el dedo del rifle. De dos cosas nace el poder, del capital o del fúsil. En muchas ocasiones los dos están hermanados.
La única lucha que el hombre no abandonará nunca será la de su redención, la de su libertad, por eso siempre habrá miles que caerán en su defensa. Espartaco se levantó mucho antes de que naciera Jesús, quen fuera crucificado por su verdad. Cristianismo que en sus inicios buscó la redención del hombre, pero que sirvió de punta de lanza ideológica para las guerras de conquistas, las cruzadas y el exterminio de los indígenas.
La humanidad pensó que llegaba la redención cuando en diciembre de 1790, la revolución francesa lanzó la consigna, bañada en sangre y con olor a muerte de una revolución incontenible de «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Pero tres años después de la frase lapidaria inspirada por Robespierre los franceses comienzan el fracaso de la revolución y lanzan otro estribillo: «unidad, indivisibilidad de la República, libertad, igualdad o muerte».
La revolcuión al final devoró a sus hijos y parió en forma colateral a uno de los grandes conquistadores de la humanidad. Napoleón, de la grandeza magisral de su Arco del Triunfo, conoció la derrota, la traición y el envenenamiento en una islita llamada Santa Elena.
Hoy, la Declaración Universal de los Derechos Humanos es letra muerta: la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.
No pasa de ser una declaración en papel amarillento cuando dice que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;
Pero la humanidad seguirá luchando por la libertad. No importa los muertos, los dolores, hay una utopía que se debe convertir en realidad. La Libertad de todo ser humano. Hay que convertir en realidad el estribillo de los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.
2014-07-28 03:25:53