Por Manuel Hernández Villeta
En la coyuntura de hoy, la miseria dominicana es indetenible e imparable. Pueden haber sorbos de desarrollo, pero insuficientes para erradicar el hambre, la promiscuidad, el abandono. Las desigualdades económicas están al tope, y no hay ni siquiera un simple espejismo que haga presagiar cambios.
Si se buscan los datos estadísticos reales, en los últimos años más dominicanos se han mantenido en la miseria extrema. Por nacimiento, esos cordones de exclusiones se van llenando de más desgraciados, que nacen y mueren. Por sus penurias no tienen tiempo para vivir, a lo más que le da la existencia es para vegetar y padecer.
También a la carga de la miseria se van agregando los de clase media que se bajan de su pedestal, al no poder hacer frente al alto costo de la vida, con salarios congelados y cerradas oportunidades de ascenso en sus empleos.
La única oportunidad que hoy tiene una persona de mejorar sus condiciones de vida es dar un salto individual. Mejora él, pero su entorno sigue en el lodo y el barro sucio. Las soluciones colectivas parece que murieron hace tiempo.
La riqueza está hecha y dirigida para beneficiar a los que aportan el capital, a los pobres que se lo lleve quien quiera, eso es lo que se lee en la cartilla de la vida diaria. Lo demás son discursos de ocasión, hechos para traer incautos.
Hace falta el renacer de la esperanza, de la capacidad de lucha, de buscar un mundo mejor. Los dominicanos perdieron la visión al futuro, y se han quedado en el chiquero, esperando un trozo de pan.
La capcidad de irritación, de dar un golpe, de levantar el pecho está perdida, y se necesita que de nuevo el dominicano de soleta, de a pie, deje de lloriquar y comprensa que hay que redomar luchas que se perdieron hace tiempo.
La juventud que hoy piena canas surgió en la convulsión de la muerte de Trujillo, el Golpe de Estado a Juan Bosch, la revolución, los doce años de Balaguer, el alegado retorno a la democracia, y el Balaguer que fue galardonado como «Padre de la Democracia».
Hay que sacar del invernadero, del cementerio de las ideas, a una juventud que dio por generaciones muestras de ser valiente, buscadora de mejores niveles de vida, de dar su vida por la utopía de un país mejor. Parecería que de tanto abonar la tierra con sangre y despojos mortales, se dio un paso atrás y se volteó la cara.
En la coyuntura de hoy, la miseria dominicana es indetenible e imparable. Pero el hombre es el dueño de su destino, y si hay capacidad de lucha, habrá nuevas circunstancias y entonces la miseria si podrá ser parada. Pero se necesita una mujer nueva, un hombre nuevo, para acometer la marcha por un mundo nuevo. Necesitamos que surja el grito de la indignación.
2014-09-30 05:27:38