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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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En medio de tantos absurdos, propiciados en parte por el huracán del orgullo y la soberbia que vierten, sobre todo, gentes que aglutinan poder en lugar de capacidad de servicio, también te sorprenden otras personas por su disposición de donarse a los demás. Los frutos de esa donación te los puedes encontrar en cualquier esquina, hasta en el buzón de tu casa, aunque nos parezca difícil en estos tiempos tan prosaicos. Hace días, entre publicidades al consumo, servidor recibía dos cartas crecidas de luz, cantando cosas bellas, cosas humildes, pero cosas grandes. No me resisto a participarlas, puesto que todavía hay muchos seres humanos dispuestos a sembrar poesía en los corazones, a pesar de los momentos tan sombríos que vivimos de endiosamiento y necedad.
La primera de las misivas viene de Uruguay, concretamente de Florida, con una serie de vivencias, plasmadas en forma de cuento, escritos por la remitente Hortelia Díaz de Otero. Son cuentos escritos para sus nietos, y para todo el orbe, puesto que entretejen abecedarios auténticos, enseñanzas que nos llevan hacia la verdad, haciéndolo por el camino del verso. En cada página hay un latido, y en cada latido hay una vida; y, en cada vida, hay un corazón dispuesto a entregarse. Cuando todos parecemos caminar sordos a la voz que nace en nuestro interior, esta abuela se afana en hacernos sentir la inocencia del niño, en interrogarnos sobre el modo de vivir, haciéndonos ver que cada palabra es única como lo somos también cada ser humano. Nuestra naturaleza está en movimiento, al igual que lo está nuestro propio entorno y las aventuras del Ratoncito Miguel (protagonista de los cuentos), por los molinos eólicos, por la propia naturaleza, y por tantos jardines olvidados. Sabemos, además, que Hortelia en las visitas que realiza voluntariamente a las escuelas para llevar el sueño de la emoción, trata de inculcar el amor y el respeto a la madre tierra con todos sus reinos. Ciertamente, produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza nos habla mientras el ser humano apenas escucha sus lenguajes. Personas, como la abuela Hortelia, nos hacen reflexionar y preguntarnos, si examino lo que quiero, lo que deseo, o si lo tomo todo, como si fuera una máquina sin conciencia. Me da la sensación que, a veces, nos tragamos cuentos relatados por un idiota, cuentos llenos de palabrería y frenesí, pero que no tienen sentido alguno. Los escritos por Hortelia imprimen ese eco melódico del universo en el corazón, que te hacen pensar y hasta existir en otros mundos posibles, más poéticos, más lumínicos, más auténticos en definitiva.
La segunda de las misivas viene de mi propio país, Donostia, y me la remite Maru Rizo, evocándome los recuerdos del admirable artista del verso y la grafía, el creativo y sorprendente Amable Arias, natural de Bembibre (León), con el que mantuve conversación epistolar hasta su joven muerte. Gracias al incondicional tesón de Maru Rizo, su compañera del mayor de los viajes, que conoce en 1970, sabemos que su obra, en este mundo de intereses y mediocridad, sigue viva y permanece más allá del tiempo. Nos alegra, pues, que en el 2015, el Centro Leonés de Arte, avive una gran exposición individual de Amable, que seguramente será amplísima y con una obra, casi toda ella, inédita. Como dije en sucesivos escritos de la época, este pintor de versos afanado en el arte como búsqueda, no siempre fue comprendido, pero su obra seguro que algún día renacerá porque refleja nuestros propios pensamientos. Sabemos que, en su pequeñísimo estudio donostiarra, iba creando un mundo de quimera, a través de una pintura imaginativa que nos invitaba a saber conducirse, a cultivar el arte y el razonamiento. ¿Qué es el arte, sino una manera de transportarnos?. Realmente, cuando repaso sus misivas que conservo, confieso que me dejaba perplejo con alguno de sus dibujos, hasta el punto de ponerme a meditar largo tiempo. Los dos teníamos pasión por el arte, yo por la poesía y él por todo. En cualquier reflejo de la propia vida, veía la belleza en su más profunda perfección. Amable, precisamente, «braceaba en ese otro mundo sin conciencia» a través de su espíritu inquieto, como queriendo tornarlo más poético, convencido de que la belleza está en cualquier manifestación sensible. Al final, esa hermosura con la que nos cautivaba a sus más allegados amigos, no puede ser ignorada. Tiempo al tiempo.
Tanto Hortelia como Amable, nos instan a un camino de meditaciones, a una manera de vivir, que no es otra, que la de dejarnos acompañar con la luz creativa que nos permita soñar. La humanidad puede roncar, pero el artista de corazón y genio, está en la obligación de hacernos despertar.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
2014-10-23 06:21:45