Por Manuel Hernández Villeta
Haití perdió el rumbo. Se perdió en sus desgracias. Ver de cerca el panorama haitiano, es como un viaje al infierno. Culpa de esa situación no la tienen los haitianos que llevan las heridas de las dictaduras y las intervenciones.
Con el correr de los años, los haitianos parecen haber perdido el deseo de vivir en democracia. Nunca florecieron sus instituciones. De las dictaduras, pasó a los golpes de Estado, los intentos de revolución y ahora una intervención, entre los liberales norteamericanos y las Naciones Unidas.
Haití es un vecino de la República Dominicana, que siempre ha sido un ente de cuestionamientos y enfrentamientos. Lo ideal es que pueda haber convivencia entre los dos pueblos. Para ello es necesario validar la independencia y la soberanía de cada uno.
La miseria total de Haiti, la falta de trabajo, de educación y de programas sanitarios, hace que muchos piensen únicamente en llegar a la frontera para solucionar sus problemas. No, esa crisis haitiana no puede estar sobre los hombros de los dominicanos.
Haití es un gran estado fallido, pero no por culpa de sus habitantes. Las grandes potencias han propiciado su desgracia, su atraso, su falta de futuro, y como forma de subsistencia quieren ahora echar el problema sobre las espaldas adoloridas de los dominicanos.
La solución a la crisis haitiana, tiene que ser de la incumbencia única de los haitianos. No se puede pretender que los dominicanos, con todos sus problemas, vayan a tirar una mano para que se la destruya el caos y la violencia que opera del otro lado del Masacre.
Si se mantiene el espíritu de una isla y dos países, con culturas diferentes, idiomas diferentes y visiones del desarrollo diferentes, se podría llegar a entendimientos. Quede claro que ningún caso que vaya relacionado con la crisis haitiana puede poner en peligro la soberanía o la territorialidad nacional.
El futuro próximo sigue siendo difícil de predecir para Haití, sin educación, no cuenta con los técnicos y profesionales que puedan encabezar y solucionar la crisis. Salvo es destacar que hay una élite haitiana bien preparada, pero tampoco tiene fe en su país, y prefiere buscar mejores niveles de vida en otras tierras.
El sistema sanitario colapsó, y las parturientas tienen que venir a buscar asistencia en la República Dominicana. Las precariedades de nuestros hospitales no hacen posible que se distraigan recursos para atender a los haitianos. Aunque, es bien decirlo, se debe imponer aquí el principio humano, y dar ayuda a un moribundo.
Haití es un viaje al infierno sobre la tierra. Lo sentimos, pero ese problema no puede ser solucionado por los dominicanos.
2014-12-04 00:51:00