Por Manuel Hernández Villeta
Las instituciones dominicanas son de barro. Se arrastran en vez de estar verticales ante los problemas. No tienen continuidad, y cada vez que llega un nuevo funcionario, éste trae un manejo personal y especial. La ley es un papel para tirar a la basura.
Los organismos que buscan proteger a las instituciones, se desvelan en la aprobación de nuevas leyes, para justificar su vagancia, y su recaudación de dólares ante ONGs internacionales. Estamos ante un declive ciudadano que nos lleva al precipicio.
El país necesita ser rescatado de ese abandono a que nos llevaron y nos conducen políticos marulleros, y vividores sociales. Trágico es, pero si no se fortalecen las instituciones, entonces nadie nos salvará.
Hay que tener en claro que las instituciones no pasan de ser grupos amorfos, intangibles, con un local y muchos papeles, y para llevarlas a buen rumbo se necesita a ciudadanos probos que pongan en marcha la ley. Eso es lo que se ha perdido, el sentir de que se tiene que cumplir con el deber ciudadano.
Toda mujer y todo hombre son importantes para el desarrollo y el fortalecimiento institucional. Nadie lleva a cabo un proceso social, sin contar con la ayuda de los demás. La historia y la sociología tipifican procesos en un hombre, en un líder, en una persona, pero nadie se confunda, tienen que haber miles detrás para haber llegado al éxito.
La fragilidad de las instituciones se pone a prueba con el caso haitiano, donde se mezcla desde el acorralamiento político, la falta de sensibilidad de autoridades movidas por el olor de los pesos, la presión de organismos internacionales, la falta de conciencia, y la constante inmigración ilegal de haitianos.
También con los recientes casos de corrupción y de abuso de autoridad en que han ocurrido oficiales y miembros de la Policía Nacional. Agentes envestidos del poder para cuidar y proteger a la ciudadanía, se convierten en sus verdugos y protectores de traficantes de drogas.
Para fortalecer a las instituciones nacionales, es necesario trabajar con la fortaleza de la familia, de mantener el fervor patriótico, de mejorar los niveles de vida de la población, y que los dominicanos comprendan que todos somos responsables del futuro nacional.
Cada cuál desde su posición, desde el vendedor informal o recolector de basura, hasta ser presidente de la República o Cardenal, todos tenemos la responsabilidad común de evitar que perezca, no ya la democracia, sino el país.
Hay que sentar las bases para sacar a la República Dominicana de un territorio selvático, donde comienza a adentrarse, y donde solo subsistiría el más fuerte y el más desalmado. Hay que dar un alto a este sendero. Es una obligación de todos.
2015-01-18 20:39:29