EL TIRO RAPIDO
Durante el solemne acto religioso con que se conmemoró el Día de La Altagracia en la Basílica de Higuey, donde se dieron citar peregrinos de los más diversos puntos del país y que contó con la presencia del Presidente Danilo Medina y la Primera Dama Cándida Montilla de Medina, el obispo de esa diócesis, monseñor Gregorio Nicanor Peña, reclamó una mejor distribución de la riqueza y una menor exclusión social. Es un planteamiento justo y reiterativo.
Durante todos estos años el comportamiento de la economía dominicana ha mantenido un nivel de crecimiento mayor y en muchos casos, muy superior al de la mayoría de los países de la región y del continente. Por lo general, ese incremento al finalizar cada año ha resultado superior a los estimados hechos al comienzo por organismos internacionales, como el Fondo Monetario, el Banco Mundial y la CEPAL.
Este año recién finalizado, no fue la excepción. Antes al contrario, frente a unos estimados iniciales de un cinco por ciento, que el Banco Central había elevado hasta el cinco punto cinco, registramos un espectacular crecimiento de siete punto uno, en gran parte debido al desplome de los precios del petróleo en el último cuatrimestre, una tendencia que se ha mantenido hasta el presente.
Ahora bien: no es extraño que cuando estos números salen a la luz pública, no poca gente, incluyendo algunos comunicadores, los acogen con extrañeza y hasta escepticismo, llegando inclusive a cuestionar su certeza. El argumento al que se apela es siempre el mismo: ¿cómo es posible que la economía esté creciendo a ese ritmo, mientras persisten altos niveles de pobreza y la misma clase media va resintiendo cada vez más el deterioro en sus condiciones de vida?
No hay misterio en la razón. La economía crece en la medida en que las distintas actividades que la componen lo hacen. Es el registro que corresponde llevar al Banco Central. Pero el crecimiento de la economía es una cosa y otra bien distinta resulta la distribución de esa mayor riqueza. Es un fenómeno que no solo afecta a la República Dominicana sino al mundo en general. Recientes estudios demuestran que mientras la riqueza a nivel planetario ha aumentado en los últimos quince años más de un 150 por ciento, casi la mitad de la misma está en manos de apenas el uno por ciento de la población, mientras el cincuenta por ciento de los habitantes más pobres recibe menos del uno por ciento de la misma.
¿Quiere decir que porque sea un fenómeno global debemos resignarnos a tan injusta distribución de la prosperidad? En modo alguno. Una más equitativa distribución de los bienes producidos, principalmente a través de la creación de empleos justamente retribuidos, constituye la base principal de la estabilidad institucional, el sosiego social y el progreso colectivo.
Promoverlo en nuestro caso, como oportunamente nos recuerda el obispo higüeyano, enfatizando que la desigualdad no es el plan de Dios para la humanidad, constituye el principal y más urgente reto que tenemos por delante. Al gobierno corresponderá siempre tomar la iniciativa necesaria en este sentido, pero el compromiso de empujar en dirección de una sociedad más justa debe ser en la medida que a cada quien corresponda, compromiso de todos para tranquilidad y bienestar de todos también. La meta es seguir haciendo crecer la economía pero procurando que la prosperidad llegue también a los bolsillos de esos más de cuatro millones de habitantes de nuestro pedazo insular que viven en condiciones de pobreza.
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2015-01-27 23:20:54