Mi Voz, Portada

Con motivo del Centenario de la Fundación de la URSS:

ARTE Y REVOLUCIÓN CULTURAL EN LA UNIÓN SOVIÉTICA

Por Eric Rodríguez

Hablar de Arte puede ser complicado, pues se trata de una categoría de análisis que puede abarcar casi cualquier objeto o situación que el ser humano sea capaz de crear a partir de la teoría y la práctica. Bajo esta perspectiva es posible hablar incluso del Arte de la Guerra o del Arte de la Revolución.

Según el Diccionario de la Lengua Española, Arte proviene del griego τέχνη (téchnē) y del latín ars, artis, términos que refieren la idea de la capacidad, técnica y/o habilidad para hacer algo con una aplicación práctica. Es decir, Arte representa tanto el conocimiento como la habilidad y el objeto resultante de ello.

Por su parte, en términos políticos y, a partir de la definición del Diccionario Filosófico Soviético, “El arte es una de las formas de la conciencia social. Su particularidad consiste en reflejar y reproducir la realidad mediante imágenes sensoriales. El arte, como toda ideología, es determinado en última instancia por las condiciones materiales de la vida social. En la sociedad de clases, el arte sirve como medio de expresión a los intereses de las diversas clases y es un arma ideológica en la lucha de clases”. (Rosental y Iudin, 1946:18)
Por Revolución entendemos, -atendiendo al método dialéctico materialista- una constante transformación cualitativa de una infinidad de aspectos mutuamente interconectados. Y en el caso de un nuevo proyecto de Estado como el soviético, la revolución rusa de Octubre de 1917 fue considerada como una revolución política, económica, social y cultural.

Al estudiar el proceso revolucionario ruso, es posible comprender que la toma del poder por los soviets era entonces la prioridad de Lenin y sus camaradas revolucionarios. Lograr la estabilidad política, económica y militar, debido a la Guerra Imperialista de ese momento, era estratégicamente impostergable. Es por ello que para llevar a cabo la necesaria Revolución Cultural se requeriría un poco más de tiempo, a la vez que sensibilidad política para poder lidiar con todas las variantes y corrientes artísticas de aquel espacio y tiempo tan peculiares.
Lenin y la problemática del arte y el pasado.

Una vez retomado el control de la naciente nación soviética, Lenin, a partir de las ideas estéticas formuladas por Marx y otro tanto por él mismo, pudo dedicar algunas reflexiones teórico-filosóficas al tema del arte y la ideología. La misión, como en economía o en política, no era nada fácil, pues se trataba de determinar el rumbo, en sentido formal y material, de la creación artística en una nueva sociedad y un nuevo Estado; se trataba de ser congruentes con el materialismo histórico para saber qué retomar y qué desechar del pasado de la sociedad rusa dominada por el zarismo, y en miras de la incorporación de las culturas de otros pueblos fundadores de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

En su discurso del 2 de octubre de 1920, sobre las asociaciones juveniles, Lenin resolvió que: “La cultura proletaria tiene que ser el desarrollo regular de aquella suma de conocimientos que la humanidad elaboró bajo el yugo de la sociedad capitalista, de la sociedad de terratenientes, de la sociedad de funcionarios” (Lenin, 1960: 357).

El formalismo y el funcionalismo mecanicista representaban las dos subcorrientes principales que provenían del constructivismo. Dichas corrientes, a su vez, ejercían gran influencia en diversos artistas que se consideraban a sí mismos marxistas, y que habían desarrollado sus prácticas artísticas antes de la revolución de Octubre. Los partidarios del formalismo proclamaban que las nuevas formas artísticas debían ser enfatizadas como fines en sí mismas. Los partidarios del funcionalismo mecanicista apelaban a desaparecer el concepto de arte y remplazarlo por acciones, técnicas, objetos y máquinas funcionales únicamente para los objetivos de la producción.

Se reprochaba a ambas tendencias acentuar la novedad en el arte hasta el punto de que sus obras no podían ser entendidas por las masas proletarias. Otro problema consistía en definir cuál debía ser el rol del Partido en cuanto al arte se refería. El debate se concentró en el campesinado mecanizado y colectivizado surgido del nuevo Estado soviético: si debía considerarse este sector como parte del proletariado agrícola y si, por lo tanto, el arte campesino podía convertirse en una forma de arte socialista. Asimismo, el internacionalismo proletario obligaba a reconsiderar las manifestaciones artísticas y culturales del proletariado internacional, y confrontarlas con las de la Rusia soviética y el resto de las repúblicas integrantes de la URSS.

Entre las corrientes artísticas rusas más conservadoras continuadoras del arte del periodo prerrevolucionario se encontraban 1) la escuela general europea del Renacimiento y del post-Renacimiento, introducida por primera vez en Rusia por Pedro “El Grande” como parte de su programa de occidentalización; 2) las vertientes más representativas y antiguas del arte Bizantino; 3) el arte primitivo ruso y, 4) la corriente realista, la cual se consolidó en el arte occidental en el transcurso del siglo diecinueve. Sin embargo, después de la revolución de Octubre, las tres primeras corrientes fueron desechadas por reproducir formas y contenidos propios de la Rusia zarista, contrarios al nuevo rumbo socialista. Únicamente la corriente realista fue retomada poco después de la toma del poder por los soviets, para ser transformada y reconfigurada a partir de nuevas perspectivas.
A su vez, existían algunas corrientes más modernas pertenecientes al abstraccionismo, como el cubismo, el expresionismo, el futurismo y el funcionalismo.

Una de las variantes del constructivismo, el llamado International Style, había sido desarrollada en Europa Occidental y atraía a diversos artistas por su destacado empleo en Estados Unidos, y le valía elogios entre los funcionalistas-mecanicistas rusos, los cubo-abstraccionistas y los formalistas. Estas tendencias artísticas “modernas” -también llamadas vanguardias- eran un constructo que partía de tiempos previos a la revolución de Octubre y, por lo tanto, de visiones del arte predominantemente individualistas, burguesas y desligadas de las masas, aunque ya se perfilaban las interpretaciones marxistas respecto a ellas.

Como materialista dialéctico, Lenin prefería la utilidad y el realismo en materia de arte y, según su colega Lunacharsky, Comisario de Educación y Cultura: “Lenin adoraba los clásicos rusos y le gustaba el realismo en la literatura, en la pintura y en todas las artes” (V. Lenin, 1935:68).

Para Lenin, el arte sólo sería valioso en tanto perteneciera y fuera accesible para las masas. Rechazaba todo intento de ser “especialistas del arte” alejados de las masas, pues si éstas no podían entender el expresionismo, el futurismo, el cubismo o el constructivismo, dichos ismos resultaban totalmente inadecuados para el arte marxista. Más aún si no retomaban los elementos necesarios y adecuados del pasado para la construcción del presente:
«Se debe obtener lo bello, tomarlo como modelo, unirse a él, aun cuando sea ‘viejo’. ¿Por qué apartarse de lo realmente bello y desecharlo de una vez por todas como punto de partida de un desarrollo posterior, sólo porque es ‘viejo’? ¿Por qué venerar lo nuevo como a un dios, al que hay que obedecer porque es ‘lo nuevo’? Esto es una tontería, nada más que una tontería. Por lo demás, hay también mucha farsa artística convencional en el juego y en el respeto por el arte de moda en occidente» (C. Zetkin, 1960:96).

Si bien Lenin promovía la libertad de creación artística, así como la combinación de lo viejo con lo nuevo, nunca perdió la claridad del papel del Partido Comunista en la orientación del rumbo del arte, en el que ya se comenzaba a vislumbrar el Realismo Socialista. La prueba de ello fue la inmediata puesta en marcha de la “Propaganda de Monumentos”, un decreto de los comisarios del pueblo, de 1918, titulado “Sobre la supresión de los monumentos erigidos para la gloria del zar y sus cómplices y sobre la elaboración de diseños para monumentos a la Revolución Socialista de Octubre” (Academia de Artes de la URSS, 1982:118).

«En Moscú, Petrogrado y otras ciudades se empezaron a erigir monumentos provisionales a grandes revolucionarios y demócratas, a filósofos y científicos, a escritores y poetas, a artistas, compositores y actores del pasado […]. Se pintaron inmensos murales y consignas por artistas de direcciones diferentes. En ello se ocuparon tanto artistas de gran mérito y experiencia como estudiantes de las escuelas de arte […]. De ello precisamente brotó la rápida propagación regular y el efecto de los carteles políticos y de la VENTANA ROSTA en los años de la guerra civil, de los llamados trenes de agitación, barcos de agitación y relieves de agitación y de otros más del mismo tipo» (Academia de Artes de la URSS, 1982:118-119).

Además, Lenin, en 1920, también declaró: “El arte pertenece al pueblo. Debe hincar sus raíces más profundas en la amplia masa de trabajadores. Debe ser entendido y amado por éstos. Debe estar enraizado en sus sentimientos, pensamientos y deseos y crecer con ellos” (C. Zetkin, 1934:13). A pesar de ello, diversos artistas de las vanguardias seguían manifestando sus inclinaciones individualistas-burguesas e incluso ocupando importantes cargos públicos de educación y cultura hasta 1921, año en que se implementó la Nueva Política Económica (NEP). Tal fue el caso del pintor abstraccionista Kandinsky, quien en 1918 enseñó en la Academia de las Artes Plásticas de Moscú y trabajó con la sección de arte del Comisariado del Pueblo de Educación Pública, fue nombrado director del Museo de Cultura Pictórica y, en 1920, profesor de estética científica en la Universidad de Moscú.

A pesar de la política oficial del Partido y debido a las resistencias de varios artistas, el International Style pudo sobrevivir, con todo y sus elementos abstractamente cubistas, pero gracias a su carácter arquitectónico social. La desaparición del International Style sólo ocurrió hasta que el internacionalismo revolucionario comenzó a teñirse, en tiempos de Stalin, de una filosofía del arte con características más específicas y nacionales propias de la URSS, menos abstracta y menos mecanicista.

(Concluirá)