Opiniones

Kiva y la Perestroika

Testimonios de amistad y camaradería (VI):

Kiva y la Perestroika

Por Narciso Isa Conde

Kiva Maidanik fue un crítico profundo del stalinismo, del generalizado monopolio de Estado, de la gestión altamente centralizada, del dogmatismo extremo, de la fusión del partido y el Estado, de la muerte política de la sociedad civil gramchiana, del absolutismo, del nacionalismo gran-ruso y la opresión o subordinación de las demás nacionalidades y etnias de la URSS, de colectivización forzada, de la represión del avance científico, del sistema de privilegios burocráticos, de la hipertrofia burocrática, de la corrupción, del desarrollo industrial extensivo (no intensivo), del  genocidio, de las masacres, de los campos de concentración, de represión brutal de las diferencias dentro del partido, del antisemitismo…

La imposición de ese “modelo” a finales de los años ´20, equivalió para ese brillante historiador ruso, a una especie “Termidor” soviético, a una contrarrevolución dentro de la revolución, a la deformación del tránsito al socialismo y a su reemplazo por un régimen “anticapitalista” o “no capitalista” plagado de deformaciones adicionales.

Por eso tenía una altísima valoración, sin dejar de reconocer sus grandes insuficiencias, del XX Congreso del PCUS y de la denuncia del “culto a la personalidad” de Stalin.

No ocultaba su simpatía por Nikita Kruschev, aun que reconocía que éste no logró desmontar el viejo aparato ni la ideología stalinista dentro de ese partido, ni tampoco superar el modelo estatista burocrático en la sociedad.

Los intentos de reformas económicas se congelaron y finalmente Niñita fue víctima del neo-estalinismo.

Con mucha nostalgia Kiva nos mostró el apartamento donde vivía y el parquecito donde paseaba (1965) Nikita, bastante cerca del pequeño Hotel Octubre, bautizado por Anselmo Septiém, un simpático periodista hispano-soviético, responsable de la sección de América Latina de Radio Moscú, como “hotel spasiva” (hotel gracias, porque con esa frase se revolvía todo, ya que los huéspedes del PCUS nada tenían que pagar).

Para esa fecha ya Nikita había sido sustituido por Leonid Breznev, luego de una especie de golpe de Estado civil.

Años después, Kiva nos llevó a mí y a Lulú (1971) al cementerio Novodievich, donde está tumba de Kruschev.

En cada una de esas ocasiones nos exponía, lleno de emoción y razón, el retroceso que había significado ese desplazamiento.

Para Kiva los 20 años siguientes habían sido 20 años de estancamiento general y de predominio de la mediocridad. El “culto la personalidad” habrá sido reemplazado por el “culto sin personalidad”.

Continuó por inercia el estatismo, creció la burocracia y el parasitismo, aumentó la corrupción y continuó el desarrollo económico extensivo, acompañado de un gran retraso tecnológico en todo lo que no fuera la industria militar y las investigaciones destinadas a modernizar ese complejo y a conquistar el espacio.

La dirección política y la alta jerarquía estatal se envejecieron hasta conformar una especie de gerontocracia.

El orden establecido se pudrió en el estancamiento.

Los cambios se tornaron imperiosos y solo comenzaron a hacerse sentirse después de las muertes sucesivas de Breznev y de Chernenko (su anciano sucesor en la Secretaría General del PCUSS), cuando ocupó esa posición y la jefatura del país Yuri Andropov, un veterano dirigente de gran peso intelectual y de fuerte vocación reformadora; ducho por demás- dada su experiencia en la dirección de la KGB- en la confrontación con el imperialismo, y a quien todos los sectores contestarios le reconocían una alta sensibilidad democrática, hasta el punto de atribuirle haberle mellado el filo represivo interno a la KGB.

Andropov por desgracia duró poco y fue reemplazado por Mijail Gorbachov, quien comenzó bien para terminar mal, e incluso muy mal.

Kiva, y como Kiva todos (as) todos los partidarios de la democracia y amantes de las libertades en la URSS, acogió la Perestroika (reestructuración, renovación) y la Glasnot (transpariencia) con gran entusiasmo, incluso yo diría que con excesivo entusiasmo.

Y, en gran medida, era lógico que así fuera, dado que el clima anterior al inicio de esos cambios (con Andropov) y a la continuidad y profundización de los mismos (con Gorbachov) era realmente insoportable para todo ser humano con sensibilidad.

Insoportable, insufrible, odioso, deprimente, Y por eso la separación entre el pueblo y sus gobernantes había llegado a un punto casi de ruptura.

La crisis estructural no tenía salida dentro de ese modelo y el estancamiento económico se tornaba peligroso.

Eso forzó ese cambio político, ese un nuevo intento de reformas, recreando en alguna medida la esperanza.

Y ciertamente Gorbachov y su Perestroika crearon una nueva situación.

Su tono inicial no tenía nada de pro-capitalista y si mucho de renovación del socialismo, de superación del burocratismo y la corrupción.

“Más democracia es igual a más socialismo”, rezaba el lema más socorrido por Gorbachov y los ideólogos de la Perestroika..

Y eso era aplaudido por Kiva con los dos pies y las dos manos cuando escribió “La Perestroika: Revolución de la Esperanza” y otros trabajos sobre el tema.

A la necesidad del cambio ni yo ni Schafik le poníamos reparos. Sobre eso hablamos muchas veces con Kiva. También lo conversamos en Buenos Aires con  el querido camarada Patricio Echegaray y otros responsables del corajudo viraje revolucionario del Partido Comunista de Argentina, cuando Kiva, Luís Suárez Salazar (entonces al Frente del Centro de Estudio de América de Cuba) yo y otros(as) fuimos invitados a finales del 87 a un magnífico Seminario Internacional sobre el Che.

Claro, al correr el tiempo nuestro entusiasmo no era tan elevado, sobre todo en el caso de Schafik que comenzó a sentir y sufrir los efectos de la atenuación de la beligerancia antiimperialista de la dirección reformista del PCUSS en un momento crucial para la Revolución Salvadoreña.

A Kiva como a nosotros le preocupaba la continuidad del sistema de privilegios y la impunidad de la corrupción, también el creciente distanciamiento de la URSS respecto a las fuerzas revolucionarias tercermundistas.

Pero Kiva pensaba más en la apuesta a la libertad en el plano interno, después de haber pasado toda una vida bajo el asfixiante clima del autoritarismo y la supresión de la crítica y el debate.

Kiva resultaba ser más permisivo que nosotros con las insuficiencias y desviaciones de esa renovación en el plano internacional y en el campo ideológico.

Y eso lo llevó a ser menos crítico cuando la nueva dirección soviética dio las primeras señales de social-democratización y pro-occidentalismo.

En verdad, en lo relativo a la crítica del estatismo-burocrático y respecto a la necesidad de una renovación a fondo, de una superación radical de ese modelo por una verdadera democracia, Kiva tenía más coincidencias conmigo que con Schafik.

Schafik no llegaba a caracterizar el llamado socialismo real como un estatismo-burocrático, negador de valores socialista fundamentales, sino que sustentaba la tesis de la existencia en la URSS de un “socialismo de Estado” Y eso también tenía sus consecuencias a la hora de plantear la manera de superarlo y el modelo que debía reemplazarlo.

Hay que reconocer si que el olfato político del comandante salvadoreño era tan sensible y aguzado que le permitió captar tempranamente los olores liberales-pro-capitalistas de la Perestroika en su segunda fase.

Kiva, a diferencia de nosotros, se resistía más a criticar los nuevos riesgos y las evidentes insuficiencias ideológicas y prácticas de ese proceso por el grado de importancia que le daba a la conquista de las libertades y por su reacción visceral respecto a cualquier posibilidad de retoma de posiciones por los partidario del viejo régimen. Nada  que le restara apoyo le parecía acertado.

                                                  

Todo esto hay que enmarcarlo en un contexto y un momento donde no estaba tan presente y definida la perspectiva de un colapso de la magnitud y la profundidad como el que se produjo.

Evidentes la tendencia al derrumbe y a la restauración capitalista, las reflexiones tuvieron otros contenidos, mucho más claro por demás, que el daño que la habían hecho el estalinismo, el neo-estalinismo y  la burocracia estatista al socialismo era tan grande que liquidó toda posibilidad de renovación y retoma del curso socialista hacia otros modelos, hacia nuevas formas de socialismo.

En ese orden el análisis de Kiva aportó muchísimo: a nombre del socialismo se habían hecho barbaridades, la vanguardia dejo de serlo cuando se fundió con el Estado, el partido dejo de existir cuando se convirtió en parte del aparato estatal y se derrumbó con él.

La conciencia socialita era ya prácticamente inexistente y no había una fuerza política revolucionaria capaz de enfrentar la crisis estructural del estatismo, encabezando una nueva revolución política y construyendo una alternativa capaz de negar el viejo régimen y también el camino liberal pro-capitalista.

Con Kiva hablamos de todo esto en el 89, en el 90, y posteriormente:

Hablamos también del largo periodo de reacción y predominio de las derechas que se iniciaba en Rusia y en los países de la ex-URSS, así como de la mutación de la vieja nomenclatura soviética en lumpem burguesía y del creciente poder de la mafia rusa.

Y además hablamos de las enormes dificultades que implicaba la era de la unipolaridad militar a favor de EEUU y del retorno a escala mundial de una especie de dominio casi incompartido del capitalismo.

Un golpe profundo a la subjetividad, generador de condiciones propicias para imponer la idea de la imposibilidad de nuevas revoluciones y nuevas alternativas al capitalismo.

Sin embargo, aun en condiciones tan adversas, no olvidaré jamás las reflexiones de Kiva respecto a la posibilidad de convertir “el revés en victoria” y aquella frase suya de “no hay mal que por bien no venga” en vista de la desaparición de la hegemonía infecunda y de las “amarras” de la dependencia ideológica a consecuencia del derrumbe soviéticoy del fin de la bipolaridad.

La nueva realidad nos forzaría crear, a innovar, aun más de lo logrado. Criterios que con él compartimos Schafik, Patricio Echegaray (líder del viraje renovador del Partido Comunista Argentino) y otros dirigentes comunistas de nuestra América.

Antes del revés del llamado “derrumbe” del “socialismo real”-insistía Kiva- sufrimos el revés de los finales de la década del 20, el “termidor” staliniano,  la “contrarrevolución” dentro de la revolución, con el cual había que ajustar cuenta.

Y eso es lo que se ha estado haciendo en las últimas dos décadas y ya se están recogiendo los primeros frutos, los cambios promisorios que hacen renacer la esperanza en nuestro continente y que renovaron la moral y las energía mentales del propio Kiva.

En territorio de la URSS vi por última vez a Maidanik en 1990, camino a Corea del Norte y a China Popular, acompañado del camarada y hermano de siempre Anulfo Mateo.

Entonces, cuando llegamos a Mocú, recordando todo aquello, antes de ir a abrazarlo optamos por llevar unas flores a la estatua de Lenin y por escribir con un marcador en mi pañuelo blanco ¡Viva Lenín!, para depositarlo a sus pies a nombre de los(as) inclaudicables.

NOs acompañó en esa misión simbólica Tania, la tontita (así le decíamos), una amiga de Maidanik. Y cuando ella, Anulfo y yo le contamos lo que hicimos, Kiva nos dio un abrazo con lágrimas en los ojos.

Solo un espíritu muy especial, con una moral de acero, era capaz de acompañar aquel cataclismo político con las reflexiones comentadas.

¡Crean ustedes que me han sido sumamente útiles para seguir combatiendo, para pelear pelando contra un capitalismo más voraz, destructivo y perverso que el que nos tocó vivir y sufrir cuando ingresamos a este batallar! (Enero 2007)

2007-01-15 18:36:29