Opiniones

EL TIRO RAPIDO

EL TIRO RAPIDO



De



Mario Rivadulla 



Sesenta años atrás, en 1948, a muy pocos de haber concluìdo la II Guerra Mundial con la derrota del Eje formado por Alemania, Italia y Japón, y todavía bajo los efectos estremecedores de esa sangrienta contienda que costó cincuenta millones de muertos, desarraigó y dejó sin hogar a un número posiblemente superior, nos marcó con la huella imborrable del holocausto como  trágico testimonio de la brutalidad humana y los horrores de la bomba atómica, la Organización Mundial de las Naciones Unidas dió a luz la histórica Declaración de los Derechos Humanos. Este documento prácticamente calza hoy la firma de los representantes de las 192 naciones que integran la matrìcula actual del organismo. 



 

Sin embargo, hay que significar que la inmensa mayorìa de los alrededor de seis mil millones de seres humanos que pueblan al presente nuestro planeta, son totalmente ignorantes del contenido de la Declaración. 

Por tanto, desconocen también el alcance de los derechos que se consignan en la misma.  Peor aún: en la casi totalidad de los propios países signatarios de ella, se producen con preocupante frecuencia que a veces llega a extremos realmente aberrantes de auténtico genocidio, constantes violaciones a esos derechos. 



 

Un detalle importante es que, a diferencia de lo que por lo general se piensa,  la Carta no solo garantiza el derecho de todo ser humano a pensar y expresarse libremente asì como a profesar la ideología y practicar la fe religiosa de su preferencia, militar en un partido polìtico y asociarse para la defensa de sus legìtimos intereses sin ningún tipo de trabas.   Su alcance es mucho más dilatado por cuanto establece también el derecho a una nacionalidad, un trabajo justamente retribuìdo, a la educaciòn, la salud y vivienda, entre otros diversos aspectos conducentes a garantizar una existencia digna a cada ser humano.  Era el ideal de la postguerra.  



 

Lamentablemente, seis décadas después, ese objetivo luce tan distante como entonces, o quizás más en no pocas latitudes. Ahora mismo, las propias Naciones Unidas calculan en alrededor de mil millones, la sexta parte de los habitantes del planeta, la cantidad de seres humanos que padecen hambruna. Es decir, carecen del derecho primario y fundamental de la misma sobrevivencia. Dos tercios de esa cifra, estàn concentrados en Asia, el Continente que alberga los dos paìses más habitados: China Continental y la India, que suman alrededor del cuarenta por ciento del total de pobladores del planeta.  Pero ninguna región del mundo, ni aún aquellas que concentran mayor riqueza, escapan en alguna medida a la tràgica realidad de la pobreza y su estadio más inferior, la indigencia. 



 

Nosotros tampoco quedamos al margen de esta trágica realidad.  No se trata solo del ciudadano, delincuente o no, cuya integridad fìsica està amparada por la ley, que es vìctima de abuso de autoridad, maltrato fìsico y moral y en algunos casos lamentables de ejecución policial o de linchamiento civil, que tambièn es un crimen. 

 Ese cuarenta por ciento de dominicanos que viven en estado de pobreza o por debajo de su lìmite, que sufren desnutrición, carecen de ingreso estable y vivienda segura, no tienen acceso a un servicio de salud y de educaciòn de calidad, son tambièn vìctimas de la violación de sus derechos consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.  Esa que, repetimos, cuyo contenido casi todos ignoran. 



 

Quebrar ese cìrculo de ignorancia pudiera ser el primer paso necesario para ir al rescate de esos derechos violados. 

 De ahì, que insistimos en algo que hemos venido planteando desde mucho tiempo atràs con más persistencia que acogida: la necesidad màs que la simple conveniencia, de que se lleve a la escuela dominicana, a partir de determinado nivel docente, el conocimiento y discusión de los derechos consagrados en la Declaraciòn de las Naciones Unidas como pieza fundamental de la preparación cìvica del alumnado. 

Lo conseguimos temporalmente siendo Jacqueline Malagòn, Secretaria de Educación, quien acogió la sugerencia y dispuso imprimir decenas de miles de ejemplares de la Carta y de la Constitución para el sistema escolar. Lamentablemente, como ocurre con tanta frecuencia, no hubo continuidad de la disposiciòn a su salida del cargo. 



 

Sin embargo, conocer esos derechos y su correspondiente cuota de deberes resulta fundamental para la formaciòn de ciudadanos conscientes, en capacidad de reclamar los primeros y cumplir los segundos.  En este sentido, la escuela dominicana transformada en formativa màs que simplemente informativa,  debe convertirse en la forja ideal para lograrlo.

   

Por lo demàs, pese a las constantes y a menudo cìnicas violaciones de los principios consagrados en la misma por sus propios signatarios, celebramos el sexagèsimo aniversario de la Declaraciòn Universal de los Derechos Humanos con la firme y renovada esperanza de que su hermoso credo llegue a primar en los cuatro puntos cardinales de nuestro estremecido mundo, contribuyendo a convertirlo en un lugar cada vez màs habitable, justo y solidario para todos los seres humanos sin ningún tipo de excepción ni discrimen. 

2008-12-11 22:10:23