Mario Rivadulla
20 de Mayo, 2009
EL DECORO ESTA DE LUTO
Día por día, el colega Héctor Amparo, uno de sus más cercanos colaboradores, nos mantuvo al tanto de la evolución del estado de salud de Miguel Cocco, siempre ambos con la esperanza compartida de que pudiera rebasar su gravedad como en otras ocasiones. Su último informe lo recibimos el martes, ya casi al término de la tarde. El pronóstico lucía más favorable que los días anteriores. Todo apuntaba a que don Miguel ganaría la dura batalla que estaba librando por su vida. Tal fue el alentador reporte que divulgamos a través de nuestro ?Teledebate? esa noche y a los radioyentes de ?En Primera Fila? a primera hora de la mañana del miércoles. Lejos de imaginar que apenas un par de horas más tarde la muerte implacable, en giro fatal, vendría a reclamar su existencia cuando precisamente lucía que se estaba batiendo en retirada.
De Miguel Cocco pensamos que lo primero a destacar es que fue un extraordinario e infatigable luchador que jamás rindió bandera ni traicionó sus convicciones. Hombre de carácter recio y principios firmes, supo hacer honor a los mismos en cada momento de su vida sin temor al riesgo personal, siempre con la mira puesta en el interés supremo de la nación. Su paso por la Administración Pública no hizo más que poner a prueba nuevamente esos valores, acompañados de una honestidad inquebrantable en una posición tan proclive a todo género de tentaciones y desvíos que en su caso, jamás encontraron terreno fértil ni el menor asidero.
Con él entraron incontenibles vientos de adecentamiento en las Aduanas del país. Gracias a él, al erario ingresaron miles de millones de pesos salvados a través de su siempre vigilante gestión. Por él, a uno de las corruptelas más arraigadas, la del contrabando, se le sellaron las puertas de entrada al pais. El trampeo, la mañosería, la rapacidad de fuera y la complicidad culpable de dentro, encontraron a un adversario formidable e implacable que no les dió tregua.
Salió del puesto al agotar su primer período con la frente en alto y tal aureola que era demandado e indisputado su regreso al mismo, una vez que su partido retomó el poder. Su gerencia nítida y transparente le ganó justo y generalizado reconocimiento, privilegio singular del que solo un escaso número disfruta en vida y que le debieron concederle aún los más acérrimos adversarios políticos y críticos de su gobierno. En un medio donde la corrupción a todos los niveles ocupa espacios tan acrecidos, a Miguel Cocco, para decirlo en buen dominicano, había que sacarle su comida aparte. De esa corrupción, fue constante denunciador y flagelo. A ella le atribuía acertadamente, ser la principal causa de la pobreza en que viven sumidos tantos dominicanos. Su estricto apego a la ética no le impidió ser hombre de trato afable, comprensivo, tolerante, leal a la amistad y siempre accesible. Dentro de esa coraza de hombre incorruptible y de firmes principios, latía sin embargo un corazón que conocía de ternuras, de espíritu humanitario y gran sensibilidad social. Dotado de una gran capacidad de conciliación y sentido realista, en un momento de decisiones políticas trascendentales asumió con pragmatismo y entereza, la responsabilidad de contribuir a franquearle a su partido las puertas del poder.
Hoy, el decoro se viste de luto mientras el país sin distingos partidarios ni de clase llora la pérdida de uno de sus mejores hijos, al funcionario público fiel al principio de que a los cargos se va para servir y no para servirse, conmovidos todos por su partida cuando egoístas, a despecho de sus crecientes limitaciones de salud, queríamos extraerle hasta la última gota de su indomable energía y honestidad a toda prueba.
A ese Miguel Cocco que se nos acaba de ir, le rendiremos siempre el reconocimiento que tan merecidamente supo ganar, pero le reprocharemos también el habérsenos ido cuando todavía necesitábamos y queríamos mucho más de ese ejemplo de dedicación, eficiencia y honradez a toda prueba que nos deja como huella imborrable y legado imperecedero para las presentes y futuras generaciones,en cuyos hombros descansa la esperanza de hacer realidad el ideal de esa mejor nación a la que entregó su vida.
Paz a sus restos, honor a su memoria.
Mario Rivadulla.
2009-05-21 14:10:06