Por Teófilo Lappot Robles
El mes de febrero tiene una elevada presencia en los fastos históricos del pueblo dominicano.
El hecho de mayor trascendencia para los dominicanos, por su significado liberador, se produjo en el centro de la noche del 27 de febrero de 1844, en un costado de la ciudad de Santo Domingo, bajo la brisa marina.
Antes de que en el 1582 surgiera el calendario gregoriano, bajo el papado de Gregorio XIII, el mes de febrero, en la antigua Roma, estaba dedicado al dios mitológico Plutón, aquel cancerbero que se enfrentaba con toda su energía a los que en ese mundo mágico de la mitología romana “pretendían escapar de los infiernos.”
Algunos hechos trágicos que marcaron el pasado del país, cuando todavía no existía la nación dominicana, se produjeron en febrero, incluso mucho antes de que el 9 de febrero de 1586 el pirata inglés Francis Drake abandonara la ciudad de Santo Domingo, después de saquearla durante un mes, cometiendo todo tipo de tropelías.
Exactamente un año después, es decir 9 de febrero de 1587, la entonces colonia española de Santo Domingo, regida en la ocasión por la Real Audiencia, vivía una situación tan extrema que en una comunicación dirigida a la Corona el oidor de apellido Mercado informaba sobre contrabando de pólvora y municiones y la “relajación despreciadora de las leyes, pues tan común era el comercio prohibido como las ansias de placer….”
Así lo consigna en el tomo 3 de su recopilación sobre historia militar de Santo Domingo el historiador y sacerdote franciscano capuchino Manuel Higinio del Sagrado Corazón de Jesús Arjona Cañete, mejor conocido como Fray Cipriano de Utrera.
El 9 de febrero de 1822 fue funesto para los dominicanos. Ese día miles de tropas haitianas encabezadas por el general Jean Pierre Boyer ocuparon el país. Se mantuvieron aquí por 22 largos años, hasta el 27 de febrero de 1844.
El 25 de febrero de 1816, seis años antes de dicha invasión, ocurrió un hecho muy importante para la historia nacional. Ese día nació en la ciudad de Santo Domingo Ramón Matías Mella Castillo, quien luego se convirtió en uno de los héroes principales del proceso emancipador que dio nacimiento a la República Dominicana.
Fue un hombre de acción (el arco de sus actuaciones guerreras cubre desde el trabucazo en la Puerta de la Misericordia, que anunció al mundo el nacimiento de nuestra nación, hasta la creación, en su calidad de Ministro de Guerra, de la inexpugnable trinchera llamada El Duro, de gran eficacia en las épicas luchas libradas por el pueblo dominicano en la Guerra de la Restauración). Como ministro de Hacienda manejó las arcas nacionales con manos pulcras.
Aunque en más de una ocasión Mella se vio atrapado por circunstancias que no eran deseadas, mantuvo de manera perseverante su actitud de no transigir con el sagrado principio de defender la soberanía dominicana. Muchos de sus detractores ignoran las muchas luces de su vibrante personalidad.
El 27 de febrero de 1891, al cumplirse el 47 aniversario de su histórico trabucazo, los restos de Mella fueron colocados en la capilla de los inmortales, en la catedral de Santo Domingo, junto a los de Duarte y Sánchez.
El 24 de febrero de 1844 se reunieron en la ciudad de Santo Domingo, como parte de su labor conspirativa, los patriotas Sánchez, Mella, Juan Alejandro Acosta, los hermanos Concha, los hermanos Puello y otros independentistas. Decidieron que en la media noche del día 27 siguiente se haría, como se hizo, la proclamación de la República.
El 26 de febrero de 1844 fue el día que los febreristas determinaron que la bandera dominicana que tremolaría gloriosamente en la Puerta del Conde, al proclamarse la independencia nacional, sería la que ideó Juan Pablo Duarte.
El lienzo tricolor identifica la nacionalidad dominicana. Fue confeccionado en aquel febrero histórico por Concepción Bona Hernández, María Trinidad Sánchez, María de Jesús Pina e Isabel Sosa. Junto al escudo y al himno nacional forman los símbolos patrios.
El 27 de febrero de 1844, pasados unos minutos de las once de la noche, el escenario escogido para dar inicio a la independencia dominicana fue la Puerta de la Misericordia. En ese lugar fue que el patricio Ramón Matías Mella disparó el célebre trabucazo que anunció al mundo el nacimiento de la República Dominicana.
Al héroe y mártir Francisco del Rosario Sánchez le correspondió el alto honor de ser el primero en enhestar la bandera nacional, poco después del estruendo de libertad protagonizado por Mella. Mediante la Ley No.6085 (22-10-1962) se estableció como día de la bandera dominicana el 27 de febrero de cada año.
Cuatro días después del acontecimiento trascendental ocurrido en la Puerta de la Misericordia el sibilino Juchereau de Saint Denys, cónsul de Francia en el país, informó a sus superiores que el movimiento libertario referido comenzó con “una descarga de mosquete hecha al aire.”
Pero antes de ese informe consular ocurrieron varios hechos en los cuales dicho personaje extranjero participó activamente en los asuntos concernientes a la recién nacida República Dominicana.
Saint Denys buscaba a toda costa ventajas para su país; sin importarle socavar las bases de la recentina independencia dominicana. Utilizó con gran maestría parisina a unos cuantos dominicanos que luego se conocerían como los afrancesados. Ese es tema para otra crónica.
Sólo habían transcurrido 3 horas del día 28 de febrero de 1844 cuando Sánchez, frente a entusiasmados independentistas, proclamó a Juan Pablo Duarte como Padre de la Patria.
El 28 de febrero de 1844 la Puerta del Conde, lugar destacado en la topocetea nacional, fue el lugar escogido para formar el primer gobierno dominicano, llamado Junta Gubernativa Provisional.
Ese mismo día se produjo la capitulación del gobierno usurpador haitiano. El acta levantada al respecto decía en su artículo décimo lo siguiente: “Siendo la hora avanzada se ha convenido entre los comisionados abajo firmados de no hacer la entrega de la plaza sino el día de mañana, 29 de febrero, a las 8 de ella.” Como nota necesaria hay que decir que ese año el mes de febrero era bisiesto.
Así salieron de la ciudad de Santo Domingo, en ese último día de febrero de 1844, el gobernador general Henri Etienne Desgrotte, las tropas y los demás funcionarios haitianos.
El 25 de febrero de 1845 un espurio tribunal, formado por órdenes expresas del presidente Pedro Santana, condenó a la pena de muerte por fusilamiento a la heroína y mártir María Trinidad Sánchez y a otros patriotas.
Dos días después de esa funesta decisión fueron fusilados, coincidiendo con el primer aniversario de la proclamación de la independencia nacional. Fue una de las mayores aberraciones que registran los infolios amarillos de nuestra historia.
Como consecuencia de los acontecimientos de febrero de 1844 los haitianos hicieron (menos de un mes después de proclamada la independencia dominicana) múltiples y sangrientos ataques al territorio dominicano. Pretendían ocupar de nuevo el país.
Esas incursiones duraron casi 12 años, pues las últimas derrotas sufridas por los intrusos del oeste de la frontera se produjeron el 24 de enero de 1856, con el resonante triunfo de los dominicanos en las batallas de Sabana Larga, en Dajabón, y Jácuba en Puerto Plata.
El día primero de febrero de 1849 los haitianos penetraron al poblado de Las Matas de Farfán. Era su tercer ataque al territorio nacional después de que se fundó la República Dominicana.
Ese mismo día los dominicanos dirigidos por el general Antonio Duvergé les infligieron a dichos intrusos una derrota aplastante.
Por la eficiencia que ese día (y en otras ocasiones) tuvieron las armas blancas fue que semanas después el entonces ministro de Guerra y Marina, general Román Franco Bidó, ordenó que “no dejara de preferirse el uso del sable y de la lanza…por ser superiores en la guerra los dominicanos cada vez que hacen uso de dichas armas, experimentando los enemigos mayores estragos.”