Por Teófilo Lappot Robles
La esclavitud en Santo Domingo, tanto de aborígenes como de negros originarios de África, tenía como motivo principal los intereses económicos de los esclavistas, con preponderancia de asuntos raciales.
Es por ello que estoy de acuerdo con las conclusiones del sociólogo caribeño Oliver Cromwell Cox, quien en su ensayo titulado Economía de la sociedad colonial, al tocar el tema de la esclavitud de los negros en esta parte del mundo, señala que la misma era una expresión clara de lo que él definió como “capitalismo colonial.” Diferente al feudalismo europeo.
En otra de sus obras fundamentales el eminente trinitense Cox, recalcando en la crematística sobre la esclavitud, puntualiza así:“…el prejuicio racial se sustenta en una peculiar necesidad socioeconómica que necesita la fuerza en su protección.”1
En conexión con lo anterior, vale decir que los últimos alzamientos de los esclavos negros en Santo Domingo estuvieron precedidos de una larga serie de conflictos con los amos, quienes con una visión tubular, y comidos por la codicia y la maldad, no analizaban los matices de los hechos que se iban creando cada día en sus feudos de negreros.
Está comprobado que la esclavitud de los negros en esta tierra caribeña, tanto en la zona rural como en la parte urbana, siempre estuvo vinculada con la resistencia de las víctimas.
Frank Moya Pons sostiene en su obra titulada Historia del Caribe que: “El número de negros alzados fue aumentando hasta convertirse en un verdadero dolor de cabeza para los dueños de ingenios. Muchos cimarrones se unieron a una comunidad de varios cientos de indios alzados desde 1529 que estaban haciendo la guerra a los españoles…”2
La tozudez de los jefes coloniales y sus aliados facilitó que los esclavos fueran fortaleciendo sus tácticas de lucha.
El proceso de desaparición de la esclavitud en Santo Domingo fue largo, debido a que se trataba de un sistema económico que dejaba beneficios a la Monarquía de España, a burócratas, militares, curas, a dueños de minas, campos de caña, hatos ganaderos y bosques de maderas preciosas, a comerciantes y a otros oportunistas, entre ellos los llamados hidalgos, de los cuales vinieron a esta zona del Caribe de todos los pelajes, como los de bragueta, de gotera e infanzones.
Una autoridad colonial del nivel de Alonso de Suazo, jefe del tribunal llamado La Real Audiencia de Santo Domingo, escribió que tenía bajo control a los esclavos a base de hechos bárbaros que incluían mutilaciones y ahorcamientos.
Durante el largo tramo de la esclavitud de los negros en Santo Domingo no aparecieron, en términos prácticos, émulos de Simón de Cirene, aquel personaje que los relatos bíblicos describen ayudando a Cristo con la cruz en ruta hacia el Gólgota.
Pero eso no impidió que los esclavos negros continuaran su lucha, a pesar de las graves consecuencias que padecían.
Antes de las rebeliones postreras del 1812, relatadas en la entrega anterior, hubo agitaciones que no llegaron a más por delaciones de algunos esclavos timoratos que traicionándose a sí mismos creyeron que obtendrían alguna benevolencia de los amos.
Desde los monarcas españoles del feudalismo, pasando por Cristóbal Colón y sus continuadores, tales como virreyes, gobernadores, capitanes generales, oidores y burócratas de todos los niveles, se vendió la falsa idea de que los esclavos no tenían derechos.
Lo mismo ocurrió cuando los franceses dominaron con músculo militar el territorio que luego fue bautizado con el nombre de República Dominicana. El general Jean Louis Ferrand era un despiadado esclavista.
Durante la llamada España Boba, y también en los 22 años de apoderamiento haitiano, continuó aquí la esclavitud. Algunos, esgrimiendo un muestrario variopinto de alegatos, han pretendido negar esa verdad.
En su última fase, de 1822 hasta el 27 de febrero de 1844, la esclavitud en el hoy territorio dominicano era soterrada. El astuto gobernante haitiano Jean Pierre Boyer había proclamado su abolición, pero eso fue pura demagogia de un intruso que lanzaba humo de paja para confundir y apuntalar la ocupación armada.
Algo que se puede extrapolar a la esclavitud de los negros en Santo Domingo es la opinión que sobre el colonialismo, la sumisión, el reclamo de derechos y la represión contra los negros esclavos en otro lugar cercano a la República Dominicana divulga el escritor inglés David Nicholls, en su obra titulada De Dessalines a Duvalier, cuya primera edición en español fue puesta a circular en el país hace apenas un mes. Así se expresa:
“El gobierno colonial es, pues, autoritario…El paternalismo es un rechazo implícito de la idea de que los colonizados tienen derechos; más bien se les conceden favores…El paternalismo político es esencialmente represivo.”3
Pertinente es reiterar que en varias ocasiones se anunció que el odioso sistema de esclavitud de negros en Santo Domingo quedaba derogado, pero en la realidad seguía funcionando. Se le puso fin al producirse el fogonazo febrerino de 1844.
La cuestión de los esclavos negros en Santo Domingo trasciende su condición de víctimas de un sistema de opresión cuyos orígenes se pierden en la Atenas de Pericles.
Al tratar el tema de la esclavitud y las rebeliones de los negros en Santo Domingo es oportuno recordar que el poeta y ensayista Pedro Mir, en su obra titulada Tres leyendas de colores, (escrita en el 1948, pero publicada en el 1968) al referirse al “ingenio poderoso” y al “restallido del látigo”, define a los esclavos negros como “una raza excepcionalmente enérgica…” concluyendo que la misma “reaccionó oponiendo a la desgracia cósmica una alegría ruidosa indomeñable.”4
De esos esclavos negros, de los blancos españoles, franceses, etc., y en menor medida de los aborígenes, surgió el pueblo dominicano de ayer y de hoy, con “…las sorpresas que siempre nos deparan unos rasgos en constante movilidad, unas pigmentaciones que producen inusitados maridajes…”, como bien escribió el literato y pianista montecristeño Manuel Rueda.
Somos un crisol de razas, fruto primario de la miscegenación de blancos, indígenas y negros. Fue lo que en sus reflexiones de 1908 el escritor inglés Israel Zangwill definió como el “melting pot.”
El pueblo dominicano es esencialmente bueno. Sin embargo, los aspectos colectivos negativos han sido utilizados por diversos intelectuales y escritores para cargarlos casi exclusivamente sobre el componente genético proveniente de los negros.
Los que así han opinado ignoraron aposta que la base fundamental de la unidad de toda nación (la multicolor nación dominicana no es una excepción) descansa como criterio comunitario en sus tradiciones, necesidades, lengua, derecho y aspiraciones, tal y como con su desbordante sabiduría lo expresó el eminente jurista francés León Duguit.5
Contrario a la opinión maliciosa de algunos, es importante señalar que el famoso antropólogo y etnólogo suizo Eugéne Pittard, en su obra Las Razas y la Historia, les enmendó la plana a todos los que por racismo, confusión, mezquindad u otros espurios motivos negaban y niegan la parte positiva que tienen todas las razas en la formación del mosaico multicolor de la humanidad.
La apasionante curiosidad y el rigor de su intelecto permitieron a Pittard demostrar que al ser humano hay que analizarlo más allá de lo simplemente biológico. Afortunadamente el desarrollo de la genética como ciencia ha avalado sus reflexiones.6
Aquí ha persistido entre unos cuantos la errática visión de culpar a los esclavos negros y su parentela de males sociales y deformaciones espirituales.
El autor de una trilogía de novelas históricas (Rufinito, Alma Dominicana y Guanuma), Federico García Godoy, publicó posteriormente (1916) un ensayo titulado El Derrumbe, en el cual hace referencia a los negros de Santo Domingo (obviamente a los que fueron esclavos y sus descendientes). Los define en términos genéricos de “etíope salvaje.” Además, les atribuye introducir “gérmenes nocivos” en la composición étnica de la República Dominicana.7
En un ensayo titulado Influencia africana en la cultura dominicana Joaquín Balaguer, por su lado, señala que esa presencia ha sido casi imperceptible en nuestras manifestaciones culturales.
El negacionismo sobre la importancia de la voz de África, y específicamente de los esclavos negros en Santo Domingo, (y los que por la ley de la herencia ancestral les siguieron) impulsó a Balaguer a esparcir ideas vagas y simplistas con relación a su aporte en las tradiciones, religión, cocina, bailes, costumbres e ideas que definen al pueblo dominicano.
Falseando la realidad dicho autor resalta lo que denomina “el sello de nuestro origen hispano”, a lo cual le da categoría sustantiva y casi única. Concluye el tema, sin ninguna base científica, y alejado de lo que se llama el espíritu histórico, diciendo que:
“El único elemento de otra procedencia, en la formación de la cultura dominicana, es el que se manifiesta en nuestra legislación y en nuestra jurisprudencia, que son intrínsecamente francesas.”8
Dejo constancia que ese político dominicano, en su desenfoque respecto al tema de referencia, olvidó adrede las esclarecedoras reflexiones que sobre la etnografía en su dimensión de cultura de los pueblos, así como sobre el colonialismo y la esclavitud que finalizó en el siglo 19, hizo el gran pensador, filósofo y ensayista sardo Antonio Gramsci.
Bibliografía:
1- Casta, Clase y Raza. Primera edición 1948.Amazon book clubs, 2019. Oliver Cromwell Cox.
2-Historia del Caribe. Editora Búho, 2008.P43.Frank Moya Pons.
3-De Dessalines a Duvalier. Raza, color y la independencia de Haití. SDB. Editora Búho, 2021.P402. David Nicholls.
4-Tres leyendas de colores. Ediciones de La Discreta. Pedro Mir.
5-Tratado de Derecho Constitucional. Tomo II.P7. León Duguit.
6- Las Razas y la Historia. Editorial Hispano América. Segunda edición, México, 1959. Eugéne Pittard.
7- El Derrumbe. Editado por la UASD.1975. Pp55-82. Federico García Godoy.
8-Influencia africana en la cultura dominicana. Inserto en Textos Históricos. Obras Selectas. Editora Corripio, 2006. Pp254 y 255. Joaquín Balaguer.