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La escuela que quiero, y… la que yo quiero
Eleanor Grimaldi
Quiero comentar en breves palabras dos párrafos de una obra que me regaló mi dilecto primo José Silié Ruiz: «La escuela que quiero», de la autora Mar Romera, maestra de nacionalidad alemana.
Cuyo prólogo inicia con estas palabras: » La escuela que quiero, elegante, atrevida y de buen gusto, es de juguete y de barro; de cuerdas y plastilina; de cartón y de papel; de hablar y de correr, de ilusión, cuentos y encuentro con sonrisas y alegrías; de bailes y de canciones, de hijos, madres, abuelos, hija, padres y sobrinas; de gigantes y enanitos reales e imaginarios que tanto aprenden a ser como se hacen cosquillas; de vida y aire libre, del lugar donde venimos y a donde vamos…»
Y una frase que me encanta de esta obra de Mar Romera es la siguiente: «La vida es como un viaje, me atrevería a decir que es como un viaje en velero. Lo más importante de un viaje es tener un destino, saber adónde queremos ir. Si zarpamos en nuestro velero y no tenemos destino, no podremos marcar el rumbo y quizás lleguemos a un lugar maravilloso, pero también puede suceder que estemos dando vueltas mucho tiempo alrededor de un mismo lugar sin avanzar, y no por ello estemos cómodos, sin trabajo, sin esfuerzo, sin gastar recursos… Por eso es imprescindible tener claro el objetivo de llegada. El objetivo de una vida es una vida con objetivos».
Hoy que la educación se enfoca hacia el dominio de las competencias, que se relacionan con educar para qué, enseñar-aprender. Y en consolidar la idea de la práctica de la educación durante la vida del individuo.
Las competencias también se refieren a «saber», capacidad para ejecutar, para resolver situaciones, para poseer conocimientos. También es el dominio de procesos, de métodos para aprender en la práctica de la experiencia y para la vida.
Las nuevas corrientes son producto de reformas educativas se han realizado unas con mayor éxito que otras, pero exigen una adecuada instrumentación, no solo en materia de aulas, sino en la capacitación y perfeccionamiento del magisterio, que ha sido una debilidad en el plano de las reformas.
Pero si hablo de la escuela que yo quiero, me voy a referir a aspectos que la educación puede retomar.
Creo que la escuela dominicana puede dar un giro de sensibilidad y retornar a los tiempos en que se cantaba, se reía, se aprendía, se jugaba a las rondas, se leía poemas en voz alta. Esa escuela con sabor a humanidad. Que permite que eduquemos personas creativas, imaginativas y que puedan desarrollar su gusto estético. Todo esto con la finalidad no solo de cumplir un estricto currículo y objetivos programáticos. Sino de complementar los conocimientos de las diferentes áreas programáticas.
Es necesario admitir que tenemos debilidades educativas, y para poder solucionar un problema hay que estar consciente del mismo. Y buscar vías para dar las mejores soluciones.
E integrar a la familia de manera más íntima a la labor escolar. Que el involucramiento sea mayor. El resultado positivo de hacer esto, lo demuestran los países que mejor han quedado en resultados educativos y en las pruebas PISA.
Está demostrado que los métodos que hemos seguido en los últimos años no han dado los resultados esperados.
Si bien es cierto que las aulas son necesarias, y que los contenidos programáticos son importantes, si hay algo que mejora la vida de un niño desde edad temprana es que lo pongamos en contacto con la naturaleza, porque de ella aprendemos casi todo lo que nos rodea. Que los maestros podamos poner a los niños a soñar la realidad, que el alumno aprenda y que pueda hacerlo de manera amorosa, que albergue una ilusión para ir a la escuela, que pueda comenzar a estudiar en una escuela exenta de bullying, de acoso, donde el alumno sea respetado infinitamente en sus diferencias individuales. Y que además sienta alegría de estar allí.
Y yo diría que la escuela que quiero es una escuela que respete el libre pensamiento de los niños, pero que, a su vez, los encauce hacia una competencia leal y sana, les muestre el mundo tal cual es en torno a su edad y nivel cognoscitivo.
La escuela del siglo XXI, que permita que el alumno cree, recree, que ayude a los niños a derribar muros de prejuicios raciales, que le enseñe a admirar lo bello, que le dé libertad y lo guíe hacia las múltiples facetas del entendimiento y la razón.
Y que esa conducción se haga a través de un conjunto de recursos: canciones, poemas, cuentos, expresiones corporales, expresiones de la plástica, otras manifestaciones artísticas y le dé oportunidades para admirar lo estético y aprender sobre lo ético.
La escuela es guardiana y cuidadora de la cultura, de la educación. La escuela promueve el protagonismo de los pequeños, les da la posibilidad de elegir, de moverse, de no estar callados.
Recuerdo cuando una de mis hijas inició en una escuela primaria, llegué sin avisar y encontré a todos los niños con una cinta adhesiva en la boca, y eso causó que para poder socializarla tuvimos que hacer un enorme esfuerzo, porque la maestra tenía bastante tiempo usando esa práctica, sin darse cuenta de los efectos dañinos que provocaría en ella, y en los demás niños; pienso que lo hacía sin conocimiento de consecuencia.
Esto me hace pensar lo necesario que se hace tener maestros bien entrenados, calificados, que tomen decisiones importantes con sus alumnos. Con un dominio de la psicología del niño o del adolescente, que sean responsables y sobre todo que tengan una preparación para trabajar en las aulas. No todo el que tiene conocimiento puede ejercer de manera adecuada una labor magisterial. El maestro es una persona que debe tener además de conocimiento y dominio de la asignatura, otras condiciones: vocación, amor a los alumnos, y sobre todo dar el ejemplo.
El alumno sabe copiar hasta la manera en que nos vestimos o nos peinamos, lo cual nos dice que somos una influencia determinante.
Ser maestro es una responsabilidad social y un gran compromiso, eso lo he tratado a fondo en mi libro Ética y Pedagogía. Creo que un maestro debe ser optimista, transmitir seguridad y dar respuesta a interrogantes del alumno. Y hacerlo con amor, porque a veces el maestro se enfrenta a los niños como en una lucha de poder, y eso no es un papel adecuado para un maestro.
En la escuela educamos a los hombres que dirigirán el destino de nuestros pueblos, en la escuela se forman los padres de familia, los profesionales, los científicos.
Hoy que la educación debe disponer de los medios virtuales: televisión, computadoras, internet, tenemos un reto mayor. Porque esos medios actúan con un gran poder frente a los alumnos y podemos manejarlos como maestros, enseñándoles a discriminar los mensajes positivos y los que no lo son, y a utilizar lo mejor que se derive de estos recursos.
Solo la escuela con ayuda de las familias, ayudará a cambiar los paradigmas de esta sociedad, que en los últimos años ha caído en parte, en una degradación moral y social inimaginable. Demostrado con denuncias de todo tipo: abusos, feminicidios, temas de droga, violencia de todo tipo, suicidios, homicidios, corrupción y otros flagelos.
Hagámosle ver a nuestros niños que ninguno de estos flagelos fomenta sentimientos de humanidad, convivencia y respeto.
Quizás podríamos retomar lo que de bueno tiene la escuela tradicional, y quedarnos con lo bueno que tiene la escuela de la modernidad, pero lo cierto es que debemos sentir como educadores la inspiración de mejorar la escuela para permitir que las generaciones venideras, convivan en un mundo más humano y donde exista la seguridad de que nadie les violará sus derechos.
Las crisis y los desafíos son una oportunidad para encontrar vías de mejoramiento para una sociedad que ha enfermado tanto en lo moral como en lo social. Los dilemas de la existencia humana obligan a cambios de paradigmas.
Me gusta mucho una cita de Paulo Freire que dice: «La seguridad con que la autoridad docente se mueve implica otra, la que se funda en su competencia profesional (…) El profesor que no lleve en serio su formación, que no estudie, que no se esfuerce por estar a la altura de su tarea no tiene fuerza moral para coordinar actividades de su clase…otra cualidad indispensable a la autoridad en sus relaciones con las libertades, es la generosidad. No hay nada que minimice mas la tarea formadora de la autoridad que la mezquindad con que se comporte». Freire dice que el clima de respeto que nace de las relaciones justas, humildes, generosas, es lo que le da carácter formador al espacio pedagógico.
No basta con docentes que manejen contenidos, se necesita reitero: vocación, creatividad, disposición para cambiar la docencia o adaptarla a la realidad, que el alumno sea capaz de aprender por sí mismo y desarrollar capacidades y habilidades de aprendizaje necesarias para ampliar sus estudios con autonomía.
Un informe de Desarrollo Humano (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2005), dice entre otras cosas: «Sin una población educada no hay desarrollo humano ni es posible una inserción mínimamente competitiva en el actual proceso de globalización».
Algunos educadores como John Vaizey decía: La educación no es como una vacuna, que vacunando desaparece la enfermedad. «Educando a todo el mundo, la mayor parte de nuestros problemas desaparecen». Y argumenta que la educación es algo que debe tomarse día tras día durante toda la vida. Como si se tratase de una enfermedad crónica que requiriera una inyección diaria.
A propósito, quiero exhortar a los padres de familia, a que no esperemos la apertura de las escuelas, sigamos adelante con nuestra misión de ayudar a los niños a superar escollos y a mantener la mirada fija en su superación como personas.
Ayudemos todos a encontrar la Escuela que tu y yo queremos para nuestra amada Patria, cuna de hombres valientes y honrados que nos legaron nuestra nacionalidad.
De la autora:
Eleanor Grimaldi
Escritora y Educadora.
2020-09-08 12:59:32