Por Teófilo Lappot Robles
Segundo Viaje
El segundo viaje de José Martí fue el más breve de los tres que realizó a la República Dominicana. Era portador de una designación expresa para que Gómez asumiera la jefatura suprema de las fuerzas insurrectas y ordenara el andamiaje táctico a desarrollar para lograr la independencia de Cuba.
No se trataba de cualquier cargo. La organización patriótica llamada Partido Revolucionario Cubano había elegido al dominicano Máximo Gómez Báez como General en Jefe del Ejército de Cuba Libre.
Es oportuno recordar que ese partido fue fundado por Martí. Su filosofía descansaba en altos objetivos centrados en la liberación de su patria y otros pueblos caribeños aplastados por fuerzas coloniales. Él explicó que la tarea de esa formación política era “…lograr, con los esfuerzos unidos de los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico.”
Se impone señalar que ya antes el ilustre banilejo había luchado por la libertad de Cuba, y hacía mucho tiempo que otros dominicanos, con el pensamiento escrito o verbal como arma, también habían combatido abusos coloniales en las calles habaneras.
En la ciudad de Santiago de los Caballeros nacieron dos de esos personajes aludidos: el obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz (1694) y el gran geógrafo y esmerado abogado Esteban Pichardo Tapia (1799).
El primero no sólo fue el que introdujo la cría de abejas melíferas en Cuba, sino que se enfrentó a los ingleses cuando invadieron La Habana en el 1762. El segundo siempre fue un gran crítico de las autoridades coloniales españolas.
Ellos dos antecedieron (como aportes humanos dominicanos en la lucha por la libertad de Cuba) a los que usaron machetes y fusiles: Máximo Gómez, Marcos del Rosario Mendoza, los hermanos Luis y Félix Marcano Álvarez, Manuel de Jesús de Peña Reinoso, Enrique Loinaz del Castillo, Modesto Díaz Álvarez, apodado El Jabalí de la Sierra, y muchos otros.
Cuando el 3 de junio de 1893 Martí pisó por segunda vez tierra dominicana, haciéndolo por la marítima ciudad de Montecristi, llegó con un pliego cargado de cláusulas de urgente atención, en razón de que en esos momentos el movimiento de liberación de la isla mayor del Caribe estaba cargado de incertidumbres, zancadillas y exaltación de ánimos.
Cabe decir, además de lo anterior, que en el triste papel de rémoras había individuos, dentro y fuera de Cuba, que se decían patrióticos, pero actuaban como versos libres, y no precisamente como si fueran espíritus de la poética de Walt Whitman, por ejemplo.
Las dificultades anteriores estaban coronadas por mil otros obstáculos, particularmente porque había un enjambre de espías españoles que se movían en todo el continente americano, quienes a golpe de doblones de oro, escudos, reales y pesetas, maquinaban contra la lucha independentista de Cuba.
Para poder enfrentar exitosamente tantos inconvenientes, al decir del historiador Emilio Rodríguez Demorizi: “Necesitaba Martí la opinión y la participación del general Gómez, convertido en su oráculo desde 1892.”1
Su segundo viaje al país coincidió con una etapa en la cual el autor de Versos Sencillos y Nuestra América se movía de un lugar a otro con la agilidad del zunzuncito, esa hermosa ave endémica de Cuba que fue descubierta en el 1844 por el sabio naturalista alemán Juan Cristóbal Gundlach.
En esa visita de trabajo de Martí a la República Dominicana quedó claro que él y Gómez querían evitar a toda costa que ocurrieran situaciones como las que hicieron fracasar en Cuba la denominada Guerra Grande (1868-1878).
Para uno y otro era de suprema obligación evitar que hubiere una nueva versión de la Paz de Zanjón, por cierto no aceptada por el bizarro general Antonio Maceo, dando origen a la célebre Protesta de Baraguá.
Ambos tampoco podían permitirse abrir otra guerra con las imprevisiones que tuvo la ineficaz Guerra Chiquita (1879-1880) y los desembarcos en Cuba de los generales Gregorio Benítez (28-9-1879) y Calixto García (7-5-1880), quienes tuvieron que capitular ante las autoridades españolas el 3 de agosto de 1880; aunque es válido decir que el coronel Emilio Núñez se mantuvo combatiendo junto a sus tropas hasta el 3 de diciembre siguiente.
El día 6 de mayo del 1893 Martí le adelantó a Máximo Gómez, en carta despachada desde la isla de Cayo Hueso, en la parte más al sur de la Florida, EE.UU., algunos detalles del proceso revolucionario que bullía entre los patriotas cubanos, exponiéndole la urgencia de hacer consultas directas con él para la mejor orientación de la lucha de liberación que estaba en proceso de germinación.
Su segunda visita al país duró 3 días, en los cuales Martí y Gómez conversaron intensamente, y se movieron principalmente en la parte más al norte del cuadrante que forma lo que se conoce como Línea Noroeste.
En sólo 72 horas Gómez y Martí delinearon el marco general de la estrategia y también los fundamentos de las tácticas a aplicar para librar una nueva y definitiva guerra de independencia de Cuba.
Fue un viaje exitoso, como se comprueba en una carta que al día siguiente de abandonar el territorio dominicano le envió Martí a Gómez, desde la ciudad portuaria de Cabo Haitiano:
“…Yo, merced a la grandeza de usted, llevo en el alma uno de los goces más limpios del mundo…”2
En varias ocasiones Martí escribió que ese segundo viaje a R.D. fue de “consulta al general Máximo Gómez.”
En una misiva dirigida por él al patriótico general cubano Serafín Sánchez Valdivia, con fecha 25 de julio de 1893, le reveló lo siguiente: “…De Gómez vengo enamorado y no puedo recordarlo sin ternura…En los tres días, Gómez y yo dormimos tres horas.”3
Uno de los frutos de la segunda presencia de José Martí en el país fue la creación en la capital dominicana de la Sociedad Política Cubana Hijas de Hatuey, integrada por mujeres cubanas y dominicanas que dieron gran apoyo logístico a la causa independentista de Cuba.
En la tarde del día 5 de junio de 1893 el autor del poemario Ismaelillo partió desde la República Dominicana, por vía marítima, hacia la ciudad de New York, EE.UU. Iba acompañado del dominicano Emiliano Aybar.
Meses después, con motivo de una campaña nacional para erigir en la ciudad de Santo Domingo una estatua del patricio Juan Pablo Duarte, Martí inició un plan internacional de recolección de fondos; ocasión que aprovechó para recordar a los héroes dominicanos que participaron de manera solidaria en las dos primeras guerras en las que se procuraba la liberación de Cuba.
Así se expresó Martí sobre los dominicanos que se batieron contra un poderoso enemigo colonial en las ya referidas Guerras llamadas Grande y Chiquita: “…con el casco de sus caballos fueron marcando en Cuba el camino del honor.”4
Bibliografía:
1-Martí en Santo Domingo. Segunda edición. Gráficas M. Pareja. Barcelona, España, 1978.Emilio Rodríguez Demorizi.
2-Carta de Martí a Gómez.6-junio-1893.
3-Carta de Martí a Serafín Sánchez. 25-julio-1893.
4-4-Texto reproducido en la revista Letras y Ciencias. Edición del 14 de mayo de 1894.Federico Henríquez y Carvajal