Por Teófilo Lappot Robles
Primer viaje
Antes de visitar por primera vez el país José Martí había sido un defensor de la soberanía dominicana. Así lo revelan diversas cartas publicadas por él a partir del 15 de enero de 1885, en el periódico argentino La Nación.
Otro ejemplo de su compenetración temprana con nuestro país se comprueba cuando el 30 de noviembre del 1889, al pronunciar un discurso laudatorio a la memoria del gran poeta cubano José María Heredia, de origen dominicano, dijo:
“…para ser en todo símbolo de su patria, nos ligó, en su carrera de la cuna al sepulcro, con los pueblos que la creación nos ha puesto de compañeros y de hermanos: por su padre con Santo Domingo, semillero de héroes…”1
José Martí llegó por primera vez a la República Dominicana el día 9 de sep tiembre del 1892. Entro por Dajabón. Después de un breve descanso siguió su ruta hacia Montecristi.
Ese trayecto lo hizo montado en el caballo melado del jefe militar de la zona, el general Toño Calderón. En palabras del propio Martí: “…el caballo que a nadie había dado a montar, el caballo que ese hombre quiere más que a su mujer.”
Esa famosa montura lo impactó tanto como después lo hizo su caballo Baconao, en cuyo lomo cayó fulminado por una bala enemiga el 19 de mayo de 1895, en su Cuba natal.
Facilitarle ese brioso caballo, con fama de que casi no sesteaba, fue la primera expresión concreta del fino trato que siempre se le dispensó en la República Dominicana a José Martí.
La primera tarea que se impuso al reencontrarse con Máximo Gómez fue sepultar el distanciamiento que había entre ellos desde octubre de 1884. Eso se logró de inmediato, tal y como consta en notas dejadas para la posteridad por ambos personajes.
El siguiente propósito era, y así fue, dar los pasos que fueran necesarios para emprender de nuevo la ardua jornada libertaria de Cuba, la mayor isla antillana, la cual durante siglos estaba sometida al coloniaje español.
Sobre lo anterior hay una nota elocuente en el Diario de Máximo Gómez, con fecha 11 de septiembre de 1892, cuando Martí ya estaba en su casa en el lugar conocido como La Reforma. En ese escrito el glorioso general puntualiza lo siguiente:
“…me sentí decididamente inclinado a ponerme a su lado y acompañarlo en la gran empresa que acometía. Así fue que Martí ha encontrado mis brazos abiertos para él, y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba.”2
Martí por su parte, al recibir el apoyo de Gómez para luchar de nuevo por la libertad de Cuba, le dijo que no podía ofrecerle otra cosa que no fuera “el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres.”3
Transitando por las veredas rurales de la Línea Noroeste, a su anhelado encuentro con el héroe de la gran batalla de Palo Seco, en la cual los rebeldes cubanos con Gómez al frente provocaron una debacle al Ejército español el 2 de diciembre de 1873, José Martí se extendió en elogios a la naturaleza dominicana.
En su Diario dejó constancia de que los campos criollos “…brillan en pleno día como cestones de sol.”
En la primera selección de los escritos, discursos, correspondencias y conferencias de José Martí, titulada Flor y Lava, publicada en 1909, en París, Francia, Américo Lugo, prologuista y antologista de la misma, se hace eco de las impresiones favorables que tuvo el ilustre cubano sobre la República Dominicana, donde estuvo tres veces en su peregrinar buscando apoyo para liberar su patria.
Era tal la valía que los dominicanos reconocían en la persona de José Martí que en el prólogo de la referida antología el citado prócer civilista Lugo señaló lo siguiente: “El día que Cuba…mida a Martí en toda su grandeza, sus lágrimas rebosarán el mar y sus ayes enternecerán la tierra.”4
Fue el mismo Lugo quien lo calificó como “el último apóstol….el último tribuno…el último libertador de América…Todo denuncia en Martí al hijo de Bolívar: el golpe inmortal del corazón, que aun resuena, haciendo estremecer el continente…”5
En su primer viaje a la República Dominicana Martí visitó las ciudades de Santiago, La Vega, Santo Domingo, Barahona y otros pueblos.
Para recibirlo, en un hermoso atardecer de septiembre de 1892, en la capital dominicana se preparó un encuentro en su honor. Él pronunció un vibrante discurso resaltando la solidaridad que había tenido aquí y enfatizando el pasado glorioso del pueblo dominicano.
También avanzó parte de lo que comentaría después acerca de las tradiciones, el lenguaje, la comida, las modalidades arquitectónicas y en sentido general sobre las particularidades que había observado de la cultura dominicana.
Desde Santo Domingo se trasladó en el velero Lépido hasta la Perla del Sur, Barahona. Desde allí salió a caballo en dirección a Haití, por la ruta del Lago Enriquillo, de cuya historia estaba fascinado, por las lecturas de la novela Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, y las crónicas de Fray Bartolomé de las Casas.
A Martí le interesaba conocer ese inmenso cuerpo de agua léntica, que había sido siglos atrás parte clave en la hazaña del cacique en cuyo honor fue bautizado.
Desde ese país vecino salió hacia la isla de Jamaica. Allí se embarcó con destino a la ciudad de New York, EE.UU., que era para la época uno de los centros más activos de la lucha de los cubanos contra el colonialismo español.
La presencia de Martí en la República Dominicana tuvo un impacto tan grande que cincuenta años después de su última visita el escritor Max Henríquez Ureña, en un libro de historia literaria del país, consignó lo siguiente:
“Martí dejó entre los dominicanos una impresión que no admite paralelos: su palabra deleitó, cautivó, arrebató…” El mismo autor nos recuerda que: “A la memoria de Martí, muerto en el campo de batalla poco después de su llegada a Cuba, consagraron los intelectuales dominicanos un volumen, Álbum de un héroe, que contiene composiciones de José Joaquín Pérez, Bartolomé Olegario Pérez, Manuel de Jesús Peña y Reinoso y otros poetas, y más de sesenta trabajos en prosa.”6
Ciento y pico de años luego de que sus primeros pasos en el país abonaron la fraternidad domínico-cubana el escritor y médico Mariano Lebrón Saviñón, uno de los más ilustres creadores del movimiento literario “La Poesía Sorprendida”, en sus prolijas notas para la historia de la cultura dominicana, señaló que:
“La llegada de José Martí al país fue un acontecimiento trascendente. Vino con su aureola de gran escritor, poeta de primera línea y apóstol de libertades, y apasionó a los que tuvieron la dicha y el honor de conocerlo.”7
Como se puede observar, la primera visita de Martí a la República Dominicana quedó inscrita como uno de los hitos fundacionales de la comunión de afectos entre los pueblos de los dos países más grandes del arco antillano; aunque ese viaje de Martí no fuera una réplica del que hizo en canoa a Baracoa, llamada la Ciudad Primada de Cuba, casi 400 años antes, el cacique taíno Hatuey, llamado el Primer Rebelde de América.
Bibliografía:
1-Discurso sobre Heredia.30 de noviembre de 1889. José Martí.
2-Diario de Máximo Gómez.11-9-1892.La Reforma, Montecristi. Reproducido en el libro Vida y obra del apóstol José Martí.P56.Centro de estudios martianos. La Habana, Cuba, 2006. Cintio Vitier.
3- José Martí, Epistolario. Centro de estudios martianos. La Habana, Cuba, 1993.Tomo III (1892-1893).P209.
4-Flor y Lava. Ediciones librería Paul Ollendorft, París, Francia. Diciembre1909. Primera antología de escritos de José Martí, por Américo Lugo.
5-Lugo. Citado en Vetilio Alfau Durán en Anales. Editora Corripio, 1997.P528.
6-Panorama histórico de la literatura dominicana. Río de Janeiro, 1945. Max Henríquez Ureña.
7-Historia de la cultura dominicana. Impresora Amigo del Hogar, 2016.P318. Mariano Lebrón Saviñón