Cultura, Portada

Los Afrancesados II

Por Teófilo Lappot Robles

Los actos de los afrancesados contra la salud de la soberanía dominicana estaban pesados, medidos y contados. Así se pueden definir porque se movieron con hilos falsos, desde antes de 1844 hasta el 1853. 

Políticos, militares, comerciantes, sacerdotes, escritores y otros representativos de la sociedad de entonces se implicaron de lleno en el intento de mantener sin libertad real al pueblo dominicano. 

No sólo fueron afrancesados los conocidos Santana, Báez, Bobadilla, Manuel María Valencia, Manuel de Regla Mota, Juan Nepomuceno Tejera, Manuel Joaquín Delmonte y Andrés López Villanueva. Muchos otros también agitaron el fantasma del protectorado o la anexión a Francia. 

Duarte y  los afrancesados

Juan Pablo Duarte fue uno de los patriotas dominicanos que más combatió a los afrancesados. A ellos y a otros que también conspiraban contra la patria les lanzó graníticas expresiones que forman parte de su Ideario. Les dijo que la República Dominicana es y será siempre una “Nación libre e independiente de toda dominación, protectorado, intervención e influencia extranjera.” 

A todos los  contrarios a una R.D. soberana, fueran afrancesados, pro ingleses, inclinados  por EE.UU. o por cualquier otro país poderoso, Duarte les estrelló este apotegma: “Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones.”1 

Como se sabe, antes de proclamarse la independencia nacional Juan Pablo Duarte estaba exiliado en Curazao, tierra caribeña de la cual, valga la digresión, el periodista e historiador Adriano Miguel Tejada Escoboza, al pronunciar su discurso de ingreso como Académico de Número de la Academia Dominicana de la Historia, dijo lo siguiente: “…a esta isla le tocó el privilegio de ser la primera nación en el mundo que vio flotar y recibió en su puerto el pabellón tricolor de la naciente república.”2 

Desde ese jirón de esta zona del mundo el patricio Duarte estaba al tanto del contubernio de los afrancesados con el cónsul de Francia en Santo Domingo Eustache Juchereau de Saint Denys. 

El ideólogo de la independencia nacional estaba plenamente consciente del impacto negativo que para el futuro inmediato de la patria significaba que malos dominicanos se unieran a representantes de potencias extranjeras para destruir lo que era un brote de libertad recién surgida.

Por eso Duarte, cuando Juan Nepomuceno Ravelo, José Alejandro Acosta y otros independentistas fueron a buscarlo, con la misión de trasladarlo al país, ya liberado del yugo haitiano, se preparó mentalmente para demostrarles a los afrancesados que estaba al tanto de sus trapisondas contra la naciente República Dominicana, y que llegaba dispuesto a enfrentarlos.

Al llegar país, el 15 de marzo de 1844, en la goleta Leonor, a pocos días del fogonazo de Mella en la Puerta de la Misericordia, Duarte desechó la posibilidad de visitar al referido poderoso cónsul, lo cual causó gran disgusto tanto al susodicho agente extranjero como a sus socios los afrancesados. Eso acrecentó los ataques contra los trinitarios duartianos.

En ese momento la hipocresía, incluso de algunos que se hacían llamar “trinitarios”, se puso al descubierto, confirmando lo que había dicho unos pocos años antes el filósofo, político y escritor francés Alphonse de Lamartine: “la máscara hace siempre traición por algún resquicio.” 

Arzobispo Portes

El arzobispo Tomás de Portes e Infante tuvo un papel protagónico en los primeros años de la independencia dominicana. En su biografía se destaca no sólo su papel como prelado católico, sino también su presencia en la escena política. 

Se registra que alentaba a los trinitarios. El 15 marzo de 1844, al recibir a Duarte, a su llegada de su exilio en Curazao, lo proclamó Padre de la Patria. También tuvo varios desencuentros con Santana.

Carlos Nouel, en su  Historia Eclesiástica, consigna que al producirse en el país un terremoto, el 7 de mayo de 1842, a Portes se le consideraba como un “padre de los pobres” que en sus pastorales se expresaba de manera alentadora con “la idea de la Independencia.”3 

Pero al parecer quien antes había sido amo de esclavos (como el sumiso Manuel de la Concepción) era un hombre con muchas dubitaciones. Hay notas sueltas en la historia dominicana que registran que “cuando supo de lo fraguado para la noche del 27 de febrero, hizo lo posible por disuadir a los conjurados, basándose en la falta de recursos para la empresa.”

Penosamente hay que decir, teniendo como soporte varios reportes de la etapa de su apogeo, que el arzobispo Tomás de Portes e Infante se hizo partícipe de la idea de que el país se convirtiera en un protectorado de Francia. 

Ni él ni nadie pudo desmentir, a pesar de la dudosa catadura moral del emisor, el revelador memorándum del 31 de diciembre de 1843, firmado por el cónsul de Francia en Haití, dirigido al señor Guizot, ministro de Relaciones Exteriores de dicha potencia europea. Su contenido es una prueba de la apostasía entonces en curso en el lado oriental de la isla de Santo Domingo. 

Así de claro escribió el sagaz Auguste Levasseur: “En Santo Domingo hay un sacerdote, que tiene mucha influencia y que es muy favorable a la idea de un protectorado francés. Se le venera como un santo….El Vicario general Portes (así se llama ese venerable eclesiástico) ejerce ya considerable autoridad en todos los sacerdotes de su diócesis.”4  

Inglaterra y los afrancesados

Los ingleses habían intentado en varias ocasiones apoderarse del país, cuando todavía no había cuajado bien el germen de la dominicanidad entre muchos de los moradores de esta tierra tropical. 

Su más sonoro fracaso en ese objetivo fue la derrota que sufrieron aquí, en abril de 1655, el General Robert Venables y el . 

Eso no impidió que casi 200 años después Inglaterra mantuviera su interés de que al menos otra potencia europea, como Francia, no se adueñara de la parte oriental de la isla de Santo Domingo. Ambos imperios se caracterizaron por ser grandes saqueadores de las riquezas de los países que caían bajo sus dominios. 

Cada vez que había un amago de avance en los propósitos de los afrancesados de convertir a la República Dominicana en un protectorado de Francia, o en una colonia suya en toda la extensión de la palabra, los ingleses maniobraban para desbaratar dichos planes. Así quedó registrado en las comunicaciones de emisarios consulares y otros funcionarios civiles y militares de dicho reino. 

Hay abundantes documentos históricos que demuestran que Inglaterra se oponía en principio a que no sólo el país, sino los demás de habla hispana del Caribe, quedaran bajo el poder de rivales suyos, como era Francia. 

Obviamente que la Pérfida Albión (como peyorativamente definió a Inglaterra el poeta francés Augustin Louis Marie de Ximénés) no quería merma en sus cuantiosos intereses en esta parte del mundo. 

Lo anterior no impidió que, principalmente por su rivalidad militar y en materia de comercio internacional con Francia, aceptara casi con gozo que la República Dominicana cayera en poder de España mediante la nefasta Anexión. 

Cuando se produjo aquel hecho trágico el canciller inglés, Lord John Russell, escribió que su país “se lisonjea de este nuevo triunfo obtenido, no por la fuerza de las armas, sino por el prestigio y los atractivos de la civilización.” 

Otra cosa fue lo que ocurrió ya consumada la Anexión con Martin Hood, el segundo cónsul inglés en Santo Domingo, a quien los anexionistas le abrieron expedientes judiciales de tipo penal. 

Como si fuera un antecedente caribeño de la alegoría descrita seis décadas después por Frank Kafka en su famosa novela El Proceso, el señor Hood remitió la siguiente nota informativa con una gran carga de disgusto y frustración a la cancillería de su país, refiriéndose al maltrato que recibió de los jefes anexionistas españoles: “…yo me sentí humillado por las vulgares ofensas acumuladas contra mí…”5 

Santana fue afrancesado 

Un historiador caracterizado por ser muy severo en sus juicios contra personajes del pasado dominicano, pero muy indulgente con los de su preferencia, apañó muchos de los actos bochornosos de Santana; sin embargo, Rufino Martínez al no encontrar salida fácil para un resumen final de la vida agitada del férreo caudillo apodado El Chacal de Guabatico admitió que: 

“A pesar de su carácter firme, inclinado a resolver las contrariedades de Gobierno tomando providencias extremas, en tratándose de la intromisión de representantes extranjeros se mostraba poco enérgico e inclinado a contemporizar.”6 

Hay un fardo grande con pruebas sobre el comportamiento entreguista del general Pedro Santana. 

Pocos días después de proclamada la independencia nacional el hatero seibano nacido en Hincha le envió una correspondencia al señor Abraham Coén, poderoso comerciante judío radicado en el país, (cuyos múltiples negocios los había hecho a través de testaferros, por imperativos legales de los ocupantes haitianos) para que le hiciera saber al mentado cónsul Saint Denys que él reafirmaba lo que ya le había dicho, en el sentido de aceptar el protectorado de Francia. 

En carta  del 14 de abril de 1844, casi con pelos y señales, Pedro Santana le hizo saber a Bobadilla, en su calidad de Presidente de la Junta de Gobierno, la necesidad de que mueva hilos para conseguir el apoyo de Francia. Habla de socorro de ultramar y  le dice que él “…tiene la capacidad necesaria para juzgar todo lo que yo le puedo querer decir, y para no hacerse ilusiones y conocer que debemos agitar esas negociaciones…”7 

Luego de 5 años del grito liberador febrerista Santana insistía ante el nuevo representante francés en el país, señor Víctor Place,  para que “la Francia venga en nuestra ayuda.” 

Después llegó el crimen mayor de la anexión a España, una mancha que lanzó al zafacón de la historia a muchos. 

No hay ninguna prueba demostrativa de que hubo arrepentimiento de Santana o de sus más cercanos colaboradores en clave de afrancesados cuando descendían a los infiernos de su propio destino histórico, al confirmar que el pueblo dominicano jamás dejaría de luchar por su soberanía. 

Bibliografía:

1-Ideario de Duarte, clasificado por Vetilio Alfau Durán.

2-Duarte, la prensa de Curazao y la independencia dominicana. Revista Clío No.182, julio-diciembre de 2011.Pp141-190. Adriano Miguel Tejada.

3-Historia eclesiástica, tomo II.Pp423 y 430.

4-Memorándum de Levasseur a Guizot.31-12-1843.

5-Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a España.Pp22 y 29. Editora Búho, 2012. Roberto Marte.

6-Diccionario biográfico-histórico. Editora de Colores, 1997.P501.Rufino Martínez.

7-Guerra domínico-haitiana. Impresora Dominicana, 1957.P101. Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.