POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
La isla bautizada en el 1492 como La Española fue el primer foco de la esclavitud en América. Así lo revelan los registros de la historia que se han ido tejiendo desde la llegada de los conquistadores españoles. Sólo sobre lo acontecido en ella es que trata esta corta serie.
Cuando Cristóbal Colón ordenó la construcción del llamado Fuerte de la Navidad, con los restos de la carabela Santa María, ya tenía en su mente retornar a España para dar a los reyes de aquel entonces poderoso imperio la gran noticia de su llegada a tierra.
En su viaje de regreso al llamado viejo continente, que arrancó de esta isla el 4 de enero de 1493, llevaba una clara prueba de que había surgido en el Caribe la esclavitud.
En efecto, Colón esa vez no sólo llevó a España oro y muestras de la flora y fauna de las tierras adonde había llegado sino también aborígenes en condición de esclavos. Así lo consigna él mismo en sus notas personales.
En colindancias con el detalle de los objetos que llevaba en su primer retorno a España también anotó que en el litoral marino del norte isleño divisó lo que erradamente describió como un trío de sirenas “no tan bellas como se había supuesto.”
Así lo reprodujo en el 1828, junto con otras cosas de interés histórico ocurridas en las dos últimas semanas de diciembre de 1492, entre Cuba y la isla de la cual el país forma parte, el historiador estadounidense Washington Irving en su obra Vida y viajes de Cristóbal Colón.1
Lo anterior significa que antes de afianzarse tierra adentro el violento proceso de la conquista de la isla llamada por los taínos Quisqueya, ya la esclavitud, de hecho, estaba implantada por mandato de Colón.
Al terrible Pedro de Margarit, catalán de la comarca del Ampurdán, jefe militar en el segundo viaje de Colón a esta tierra, le correspondió realizar de forma organizada y metódica las primeras, más violentas y numerosas demostraciones de lo que sería la esclavitud contra los nativos.
El principal punto de operaciones de Margarit para llevar a cabo robos, violaciones, crímenes de sangre y esclavitud cruda y dura contra los conquistados fue la fortaleza llamada Santo Tomás.
Pertinente es decir que la alta dosis de criminalidad que anidaba en la mente de los jefes conquistadores españoles se reforzaba con no poca frecuencia por mentes cultivadas, cuya misión se presumía era morigerar los temperamentos atrabiliarios de Colón y su corte de asesinos, mediante el uso de biblia, rosario y cruz en manos.
Fue el caso, por citar un ejemplo, del sacerdote Juan Infante, quien el 14 de marzo de 1495, en los cerros circundantes del valle de la Vega Real, calificó a los indígenas de “cobardes, miserables y esclavos del demonio” al tiempo que conminaba a Colón, en su calidad de confesor del Almirante, para que acometiera “ a nuestros enemigos, hasta deshacerlos y desvaratarlos…”2
El reparto de los indios en condición de esclavos fue una macabra práctica que se fue extendiendo. No se les consideraba seres humanos y se proclamaba como una verdad rotunda que ellos carecían de los atributos espirituales de los seres racionales, ubicándolos en la parte del reino animal donde se clasifican las bestias.
Los gobernantes coloniales Francisco de Bobadilla (Comendador de la Orden de Calatrava), Nicolás de Ovando Cáceres (Caballero de la Orden de Alcántara) y el virrey Diego Colón fueron de los primeros jerarcas en las operaciones de la esclavitud de los indígenas en La Española.
Sus gobiernos quedaron en gran parte marcados, entre otras cosas negativas, por los crueles maltratos a los indígenas.
Las tristemente célebres encomiendas, que como s istema de explotación laboral, en escala de esclavitud, ya existían en los territorios “no cristianos” conquistados por el imperio español antes de la llegada de Cristóbal Colón a esta tierra, tuvieron su mayor impacto en América, y particularmente en el Caribe.
Para sólo hacer una simple referencia a lo anterior valga decir que el famoso racionero Antonio Sánchez Valverde, de cuya memoria hay muchas cosas que aclarar (por sus actuaciones en púlpitos, cátedras, foros, libros y otras cotidianidades), escribió sobre el mencionado Gobernador General Bobadilla lo siguiente:
“En vez de dar libertad a los Indios conforme a las piadosas intenciones de los Reyes, les redujo a la más dura servidumbre, haciendo un censo de todos ellos y distribuyéndolos entre los habitantes para el beneficio de las Minas, de cuya violencia se siguió considerable menoscabo en su número.”3
Quien puso con mayor abundancia y rigor en práctica las encomiendas de indígenas en La Española, especialmente a partir del 1505, fue el aludido Ovando Cáceres.
La misión de esos esclavos (capturados en “guerras justas”, decían los colonialistas) se centraba en dos ejes: crear riquezas a los encomenderos con trabajos en minas de metales preciosos y producirles alimentos.
Los beneficiados con las encomiendas eran generalmente jefes militares, comerciantes, hacendados, hateros y funcionarios del tren administrativo de la colonia, pero también cualquier español que tuviera alguna cercanía con los gobernadores y sus validos, sin importar su índole aventurera.
Peor aún, fueron beneficiados con esa malsana práctica de gobierno sujetos clasificados como holgazanes, vagabundos y pícaros que lograron “pasar a Indias” con la creencia de que obtendrían de este lado del Atlántico oro o al menos beneficios que les permitieran llevar una vida muelle a costa del trabajo esclavizado de los indígenas que les asignaran.
Esos tipos estaban conscientes de que en la isla La Española eran letra muerta (como se dice en el lenguaje jurídico) las cédulas reales de los años 1508 y 1509, emitidas por el entonces regente de la Corona castellana, Fernando II de Aragón, alias “el Católico”, mediante las cuales le ordenaba al gobernador Nicolás de Ovando que pusiera a trabajar a personajillos españoles que se la pasaban en estado ocioso y maquinando trapacerías.
Aunque para entonces Mateo Alemán no había escrito su novela titulada Guzmán de Alfarache (1599), parece que ese autor se inspiró en algunos de los capítulos de esa obra clásica de la picaresca en muchos de los sujetos que por estas tierras caribeñas ejercieron décadas antes de encomenderos de los nativos, vistiéndose bajo un manto espurio de supuesta honorabilidad:
“Todos roban, todos mienten, todos engañan y lo peor es que se vanaglorian de ello…”4
Es de rigor decir que el acelerado proceso de exterminio de los indígenas de La Española obligó a las autoridades coloniales españolas a importar indios de lugares cercanos.
Fray Bartolomé de las Casas fue uno de los pocos cronistas de la época colonial que dejaron para la posteridad informaciones que permiten tener una idea clara de lo que entonces ocurrió con los seres humanos que habitaban esta tierra en el año 1492. Hizo revelaciones que permitir descubrir hechos abominables contra los indígenas que fueron más allá de las muertes mismas por hechos violentos, por maltratos o por enfermedades contagiosas que llegaron aquí con los conquistadores españoles.
En su obra titulada Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (la cual contribuyó en parte para que se modificaran algunas coordenadas del llamado Derecho Indiano) el sevillano que en sus primeros años en América se había beneficiado del cruel sistema de las encomiendas, pero que fue además de historiador un sagaz teólogo, jurista, filósofo y obispo de Chiapas, en el sur de México, expuso entre muchas otras cosas, con el dramatismo requerido por la gravedad del exterminio de los indígenas, que:
“En la isla Española, que fue la primera, como decimos, donde entraron cristianos y comenzaron los grandes estragos y perdiciones de estas gentes y que primero destruyeron y despoblaron, comenzaron los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirles y para usar mal de ellos, y comerles sus comidas…”5
Les correspondió a los padres dominicos, el cuarto domingo de Adviento del año 1511, en la vibrante voz de Fray Antón de Montesino, enrostrarles a las autoridades coloniales encabezadas por el virrey Diego Colón, los crímenes que durante años se habían ido cometiendo contra los taínos.
El domingo siguiente el sacerdote Montesino fue más contundente aún en su denuncia de los incalificables abusos y crímenes contra los indígenas, lo cual creó una gran perplejidad en las autoridades, comerciantes, militares y encomenderos presentes frente al podio del altar de la iglesia que sirvió de escenario a aquella proclama de defensa de los derechos humanos.
El historiador Ramón Marrero Aristy, nacido el 14 de junio del año 1913 en San Rafael del Yuma, cuando ese hermoso poblado era una zona rural de Higüey, escribió sobre lo anterior en su libro versado sobre el origen y el destino del pueblo dominicano, lo siguiente:
“A partir de este segundo sermón habría de producirse un largo período de luchas, estando de un lado, los poderosos de la isla y muchos poderosos de España, y del otro lado, los modestos frailes dominicos, sin influencia y sin ayuda más que de Dios.”6
Lo cierto es que cuando el valiente sacerdote Montesino se colocó frente al púlpito, por segunda vez consecutiva en el histórico 1511, para ampliar su admonición, y otra vez “ante lo mejorcito de la colonia”, utilizó la sentencia de Job como fuente de su pieza oratoria.
El historiador José Chez Checo, en su importante obra titulada “Montesino 1511.Dimensión universal de un sermón”, al referirse a esa segunda filípica señala que Montesino comenzó diciendo lo siguiente:
“Tornaré a referir desde su principio mi ciencia y verdad, que el domingo pasado os prediqué y aquellas mis palabras, que así os margaron, mostraré ser verdaderas.”7
Es el mismo Marrero Aristy quien en su referida obra describe que el mencionado Gobernador y Virrey envió a la metrópoli a un cura (Alonso de Espinal) “impresionable y fácil de engañar” con un pliego acusatorio contra los dominicos, buscando contrarrestar lo dicho por Montesino. Mientras el primero fue recibido con entusiasmo por los cúmbilas y socios de negocios que el señor Colón tenía en los pasillos y aposentos de la Casa Real, Montesino fue visto “como agente del demonio.”
Cuando ya se observaban claras señales de que los pocos indígenas que quedaban en pies en la isla La Española, y otras del arco antillano, pronto desaparecerían los jefes españoles emprendieron una masiva compra de africanos para someterlos al suplicio de la esclavitud. Ese terrible capítulo lo abordaré en la siguiente entrega.
Bibliografía:
1-Vida y viajes de Cristóbal Colón.Copia digital de la edición abreviada. Imprenta de la Patria, Valparaíso, Chile, 1894.Pp99- 122. Washington Irving.
2-Apuntes para la historia eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo.Tomo I. SDB. Editora de Santo Domingo 1979. P18.Carlos Rafael Nouel Pierret.´
3-Idea del valor de la Isla Española.Editora Nacional.1971.P105.Antonio Sánchez Valverde.
4-Guzmán de Alfarache. Ediciones Castilla, Madrid.2014. Mateo Alemán.
5-Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Editorial Espasa, con anotaciones de José Miguel Martínez Torrejón. Fray Bartolomé de las Casas.
6-La República Dominicana: origen y destino del pueblo cristiano más antiguo de América.Volumen I. Pp71-75.Editora del Caribe, 1957. Ramón Marrero Aristy.
7-Montesino 1511.dimensión universal de un sermón. Editora Búho, 2011.P82. José Chez Checo.