Economia

ARGENTINA MINIMIZA UN POSIBLE DEFAULT


POR ALMUDENA CALATRAVA Y JOSHUA GOODMAN

ASSOCIATED PRESS

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BUENOS AIRES (AP) — En 2001 el epicentro de un terremoto financiero tuvo lugar en la torre BankBoston de la capital argentina. Esta joya de la arquitectura neo-colonial, que fue construida hace mucho tiempo por el Banco de Boston, se convirtió en el lugar donde enardecidas multitudes de manifestantes se quedaron mirando fijamente a los comandos de la policía antidisturbios mientras exigían la devolución de sus ahorros, que el gobierno confiscó como último recurso para mantenerse al día con los pagos de su deuda y no caer en default.

La estrategia fracasó.

Trece años más tarde, poco antes de que con la medianoche venza el plazo para evitar caer en una mora de pagos, el estado de ánimo de esta emblemática esquina del centro de Buenos Aires, a pocas cuadras de la casa de gobierno, es de resignación, no de pánico. No hay manifestantes golpeando ollas y cacerolas en las impenetrables puertas de hierro fundido del banco. En cambio, los oficinistas usan su hora de almuerzo para hacer transacciones financieras en el edificio que ahora es una sucursal del Banco Industrial y Comercial de China.

Aunque el equipo negociador argentino ha trabajado febrilmente en Nueva York los últimos días para evitar que su país caiga en mora, Daniel Gurof, un empresario de 50 años, dice que está más preocupado por problemas más tangibles como el aumento de la criminalidad en el país. Ahora no se trata de que personas como Gurof pierdan los ahorros de toda la vida como ocurrió en 2001, cuando Argentina dejó de pagar en más de 90.000 millones de dólares en el rendimiento de los bonos que había emitido. Esta vez, nadie espera que ocurra algo tan drástico e impopular.

«La situación ahora no es tan dramática porque desde 2001 hasta esta época no creemos en los bancos, ni en los políticos, ni en nada. Uno ya toma otros recaudos. Yo, por ejemplo, en los bancos no tengo ninguna confianza. Entro a este banco a hacer una gestión pero no dejo mi dinero en ningún banco», dijo Gurof. «Hay problemas más graves que los fondos buitre, tanto en el país como en todo el mundo. Las personas somos más importantes. África está peor; nosotros somos privilegiados. Tenemos inseguridad pero hay otros que están peor».

El problema se originó por la negativa de un pequeño grupo de acreedores de aceptar un 70% menos en rendimientos e intereses de bonos de deuda que compraron a precio de ganga. En lugar de aceptar un acuerdo suscrito por más del 90% de los acreedores tenedores de bonos en una reestructuración en 2005, los bonistas que no aceptaron el canje llevaron a Argentina ante los tribunales estadounidenses para exigir el pago completo de los mismos, que habían sido emitidos a principios de la década pasada.

Un juez federal de Nueva York aceptó los argumentos de estos acreedores, conocidos como «fondos buitre», y les otorgó 1.300 millones de dólares en acreencias derivadas de los rendimientos e intereses de los bonos; una sentencia que luego fue confirmada por la Corte Suprema de Justicia en junio.

Aún si se negociara con los «fondos buitre», el gobierno corre el riesgo de caer en mora porque el juez federal bloqueó el pago de 539 millones de dólares en intereses a quienes aceptaron reestructurar los bonos. Un período de gracia de un mes para que se realice ese pago vence la medianoche del miércoles.

Si se cae en la mora, los tiburones de Wall Street quedarán liberados y se exacerbará una crisis de liquidez causada por un drenaje en las reservas internacionales argentinas y podrían producir un remezón en los últimos 15 meses que le quedan de gobierno a Cristina Fernández. Pero nadie espera que se repita, en toda su extensión, la crisis de 2001, cuando el desempleo se disparó y la presidencia cambió de manos cinco veces en poco más de una semana de protestas que incluso cobraron la vida de personas.

Una razón que explica esta relativa calma es que Argentina nunca se recuperó de este golpe financiero.

A diferencia de la década de 1990, cuando el país contrajo una enorme deuda externa mientras los inversionistas extranjeros cantaban loas a la economía argentina, entonces dolarizada, en la última década el país ha quedado al margen del mercado internacional de capitales. De manera que el país fue obligado a convertirse en una especie de paradigma involuntario de frugalidad en una época en que Estados Unidos y buena parte de Europa están luchando para apretarse el cinturón. La deuda con respecto al Producto Interno Bruto, una medida ampliamente utilizada para medir la salud financiera de una nación, se redujo del 127% de hace una década a menos de la mitad actualmente.

El argumento del gobierno de que ya le pagó a los tenedores de los bonos y que un juez activista tiene la culpa de cualquier consecuencia que resulte parece haber tocado una fibra de los argentinos; al menos por ahora. Las encuestas muestran que la mayoría de los argentinos aprueba la dura posición negociadora que ha asumido el gobierno en el tema.

«También intentan desde afuera y desde adentro, asustarnos de que si no hacemos lo que nos dicen ellos que tenemos que hacer se van a venir las diez plagas de Egipto», dijo el martes Fernández en Caracas en la reunión del Mercosur. «Bueno miren las diez plagas de Egipto ya las vivimos en el año 2001, cuando precisamente otro gobierno hizo exactamente lo que le dictaban desde afuera».

Todo esto no quiere decir que el default le salga gratis a Argentina. Si el país sigue viviendo dentro de sus posibilidades, es posible que se suma en una recesión, se enfrente a una grave escasez de dólares y que continúe luchando por controlar la inflación, que hoy está estimada en cerca del 40%.

Una declaratoria de mora afectaría la confianza de los inversionistas así como la del consumidor, y podría mandar al traste gran parte del progreso que Fernández ha logrado en el último año para volverse a ganar la confianza de Wall Street. Esto incluye lograr un acuerdo de 5.000 millones de dólares para pagarle a la compañía española Repsol por la expropiación de su petrolera, lograr un acuerdo con los acreedores que hacen parte del Club de París y reanudar contactos con el organismo multilateral que Fernández y su partido culpan del colapso de Argentina en 2001: el Fondo Monetario Internacional.

«Puede haber presiones cambiarias», dijo Jorge Remes Lenicov, Ministro de Economía argentino en los caóticos días que le siguieron al default de 2001. «No veo una catástrofe, como tampoco veo que si se arregla, y espero que se arregle, la economía argentina se recupere».

El gobierno también puede estar apostando a que cualquier moratoria de la deuda resulte de corta duración, que como máximo irá un poco más allá de 31 de diciembre, cuando una cláusula suscrita en los acuerdos de reestructuración preexistentes con los bonistas expire y no obligue a Argentina a pagarle a estos tenedores de bonos lo mismo que le tendría que pagar a los fondos buitre.

Los habitantes de Buenos Aires, entre tanto, continúan su vida y sus labores diarias de manera normal, muestran pocas señales de alarma, incluso en momentos en que los temas políticos y económicos se hacen cada vez más inciertos.

«Vivo el problema con los buitres y la posibilidad del default con tranquilidad», dice Alejandro Caballero, sociólogo de la Universidad de Buenos Aires y estudiante de cine documental de 31 años. «Sabemos de dónde viene la situación, estamos acostumbrados a la crisis y en principio no nos preocupa una crisis de estas características. Sabemos lo que es el default, lo vivimos, y sabemos lo que es la pobreza, sabemos lo que es vivir en Latinoamérica».

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© 2014, La Prensa Asociada.

2014-07-31 12:27:45