Economia

Presentación de Miguel Ceara Hatton del libro de Paul Muto: «La promesa ilusoria. La República Dominicana y el proceso de desarrollo económico, 1900-1930»

Miguel Ceara-Hatton[1]

Quiero agradecer a la Academia Dominicana de la Historia la oportunidad que me brinda de presentar el libro de Paul Muto titulado «La promesa Ilusoria. La República Dominicana y el proceso de desarrollo económico, 1900-1930».

Como no soy historiador, a lo sumo un lector de la historia, me imagino que me invitaron a hacer esta presentación por aquello del «desarrollo económico». De hecho me precio de ser un economista del desarrollo, una especie que está de regreso debido a la incapacidad de la economía convencional, los llamados economistas neoclásicos, para explicar la tremenda desigualdad económica y social que caracteriza a la economía mundial y ello puede explicar la importancia que ha tomado el libro de Piketty, así como explicar la incapacidad de los mercados para autocorregirse, siendo la crisis del 2008, la mejor evidencia; y finalmente el persistente desempleo y pobreza que ha caracterizado a una gran cantidad de países en los últimos años.

Este regreso vuelve en gran medida de la mano de la macroeconomía keynesiana, como fue en la década del cincuenta del siglo pasado. En aquella época apareció primero como un tema de crecimiento y luego en el debate se transformó en la teoría del desarrollo. Hoy en adición viene acompañado de las escuelas de la heterodoxia económica (como Minsky) y de los economistas neoclásicos disidentes (como Krugman y Stiglitz) para diagnosticar y recomendar políticas de corto plazo mientras que los economistas del desarrollo buscan entender el largo plazo, no en el sentido de Kalecki de que el largo plazo es una sucesión de corto plazo, sino el largo plazo entendido como conformación de una dinámica estructural que genera resultados condicionados dentro de la lógica de funcionamiento de esa forma de funcionar de la economía y la sociedad. Se trata, entonces, de entender una forma de funcionar y acomodarse de la estructura productiva, que determina una norma de distribución del ingreso, de la acumulación de capitales y de relaciones de poder que se refuerzan y se reproducen por la cultura, la política y por las instituciones.

Esa dinámica estructural no cambia espontáneamente. Se modifica cuando algunos de sus componentes generan una forma de funcionamiento que la auto derrota, es decir, se crea algo así como externalidades negativas que afectan el buen funcionamiento del modelo o cuando se producen choques externos a la forma de funcionamiento que alteran la estructura productiva, de la distribución del ingreso y la propiedad, de la dinámica de la acumulación capitales o de las relaciones de poder que se corresponde con ese modelo.

Esa es mi lectura del libro de Muto, trabajar la lógica subyacente en una dinámica económica específica, de la economía de exportación en República Dominicana entre 1900 y 1930, cuando madura la economía de exportación del azúcar, café, cacao y tabaco.

Fue una dinámica estructural que duró casi 100 años, de la década del 80 del siglo XIX hasta la década del 80 en el siglo XX, y en el transcurso de ese tiempo registró cambios en la distribución del ingreso y en el proceso de acumulación de capital, pero permaneciendo la esencia. Es como decir, que el sistema de ecuaciones que explicaba el funcionamiento del modelo permaneció intacto y sólo requirió pequeños ajustes para reflejar los cambios que le introdujo la dictadura trujillista y el período post-trujillo, sobre todo en materia de distribución del ingreso y del destino de la acumulación de capitales.

La dinámica del modelo que se instituyó en esa época se caracterizó porque simultáneamente generaba crecimiento económico y exclusión social y pobreza, y en el tiempo ha permanecido el mismo resultado, bajo diferentes mecanismos pero con una misma lógica de funcionamiento.

Primero, en el marco de una excesiva dependencia externa de penetración del capital extranjero que abarca desde el inicio de la industria azucarera (los últimos 20 años del SXIX) hasta la consolidación de régimen de Trujillo. En donde el crecimiento de las exportaciones fue activo y la fuente acumulación se basó en el constreñimiento ingreso individual y social de las grandes masas urbanas y rurales. No pretendo decir que fue un plan preconcebido y malévolo para extraer excedentes de la República Dominicana, sino la existencia simultanea de un conjunto de circunstancias que conformaron una forma específica de funcionar de la economía. De este período es el libro de Muto.

Segundo, durante los años de la dictadura, que se caracterizó por un período de rápida acumulación determinada por el ritmo de las exportaciones al tiempo que se materializan algunas inversiones de sustitución de importaciones pero fuera de una lógica de mercado, creándose una mecánica de distribución concentrada en Trujillo y sus allegados, mientras el resto era sencillamente excluido.

Tercero, una economía de sustitución de importaciones que fomentaba una acumulación industrial y

urbana, sobre la base de un mecanismo de mercado, financiado por las mismas exportaciones tradicionales. Este período abarca desde 1968 hasta 1982 y se caracterizó por un proceso de acumulación basado en el congelamiento de los salarios individuales y sociales, en la descapitalización de la economía rural y agrícola, en la descapitalización del sector exportador tradicional a través de una tasa de cambio sobrevaluada, y en la apropiación privada irregular de las empresas públicas, entre otros mecanismos. Estas políticas llegaron a su límite cuando en la década del setenta del siglo XX, se combinaron con una situación internacional caracterizada por cambios en las preferencias de los consumidores que redujeron el consumo de calorías, del tabaco y la cafeína. Por cambios tecnológicos que permitieron sustituir al azúcar de caña por maíz y finalmente, una política de subsidio en los países desarrollados que convirtió a Europa en exportador de remolacha y financió al maíz en EEUU. Todos estos cambios, tanto en la situación interna de RD como la situación internacional hicieron inviables las exportaciones tradicionales dominicanas.

La forma de organizarse de la sociedad dominicana, en esos cien años, para generar el excedente económico, distribuirlo y acumularlo, había entrado en una crisis irreversible en la década del ochenta del siglo pasado.

Entonces se crean nuevos ejes dinámicos. La economía de los servicios y la producción de bienes transables internacionalmente se dinamizaron, ello llevó a una estabilidad cambiaria en un mercado relativamente libre, pero la fuente de competitividad seguía siendo el bajo salario individual y social.

Esto no quiere decir, que el país no haya elementos de modernidad y progreso, nada más hay que ver los edificios de la capital, los centros comerciales o el crecimiento del PIB, pero el progreso ha sido sencillamente eso, las cosas pero no bienestar de la gente, la calidad de vida de la gente queda rezagada. Llevamos más de 125 años montados en un modelo que sigue generando crecimiento económico, pero al mismo tiempo pobreza, desigualdad y marginalidad. Hoy, lamentablemente más que nunca, la desesperanza y el desencanto crecen y se convierte en violencia social.

De donde vienen estos resultados, Muto lo identifica en la génesis del modelo agroexportador y nos dice: «el mismo proceso de expansión económica garantizó el futuro subdesarrollo y la pobreza de las masas dominicanas»[2].

Muto describe cómo la tierra se convirtió en el principal activo de la sociedad dominicana, bajo un régimen de propiedad difuso, el sistema comunero en disolución, que permitió una rápida concentración de tierras en grandes empresas exportadoras de azúcar y que reorganizó la sociedad dominicana en función de los intereses de esas inversiones.

Nos dice Muto, «Los dominicanos entraron acríticamente en un sistema económico mundial diseñado en beneficio de los po­deres comerciales e industriales y cuyo beneficio para los pro­ductores de materias primas no pudo ser más ilusorio»[3]. […] «La República fue sometida a los caprichos de las grandes potencias industriales y comerciales; su posición básicamente hubiera sido la misma bajo el dominio de cualquiera de ellas. En gran medida los dominicanos fueron espectadores del desarrollo que tenía lugar en su entorno a ellos ya que los inmigrantes y los extranjeros obtuvieron las mayores recompensas».[4]

Nos indica que mientras otros países de América Latina tuvieron la posibilidad de un mercado interno y un potencial para el desarrollo industrial, los dominicanos tuvieron como única alternativa el desarrollo agrícola. El país pudo hacer muy poco para ampliar el valor agregado de su agricultura puesto que «los países industrializados controlaban la transformación final y la comercialización de productos agrícolas»[5] restringiendo el desarrollo de esas actividades a las etapas más básicas de producción, pero además las necesidades de acumulación de capital para desarrollar otras posibilidades productivas, exigían unos niveles de recursos que sobrepasaban los límites individuales, de forma la industria de la caña tuvo el campo libre.

Es así que los dominicanos, al decir de Muto, «se en­contraron compartiendo su país con enormes compañías que trans­formaron los conceptos nacionales de riqueza. Una casa importa­dora-exportadora o un gran hato de ganado no se vieron más como inmensamente grandes si se comparaban con un central azucarero de millones de dólares».

A pesar de este tamaño relativo impresionante para Dominicana y del rápido crecimiento entre 1870-1930, el país tuvo una importancia limitada para los EEUU ya que la potencia podía prescindir de los productos dominicanos. Si bien protegieron los intereses de los ciudadanos norteamericanos en República Dominicana, «sus políticas [indica Muto] a menudo estuvieron basadas en consideraciones estratégicas»[6], como la competencia política y la amenaza militar en vez de una competencia económica para desarrollar un mercado. Aunque una vez «que tuvieron un papel decisivo en el país» los estadistas norteamericanos pusieron en práctica las políticas para extraer la mayor cantidad de excedente económico posible[7].

La actividad exportadora demandó nuevos servicios y contribuyó a profundizar la economía monetaria de producción, expandió ciudades y las regiones azucareras. Esta expansión, multiplico los ingresos de la población, generó nuevos recursos fiscales e indujo nuevas demandas, que estimularon las importaciones en vez de canalizarse por la demanda de bienes locales. El país estaba funcionando en una lógica «impul­sada por las necesidades de las grandes potencias comerciales e industriales del mundo»[8]. La posición de dominicana era clara: proveer materias primas para la exportación a cambio de importar bienes manufacturados. De esto concluye Muto, la atracción por los productos modernos industriales y las prioridades de los sectores dirigen­tes, los cuales rechazaban una economía orientada localmente, «se combinaron para producir una dependencia excesiva de mercados y productos ex­tranjeros».

Este consumo creó una prosperidad de fachada (como acontece hoy) que imitaba al de los países ricos, acrecentando la brecha entre la vida urbana y la rural y como indica Muto «La demanda poco realista de bienes de consumo direccionó el escaso capital nacional hacia un consumo prominente en vez de orientarlo hacia empresas productivas nacionales; como consecuencia, la gran masa del pueblo dominicano se vio afectada», y resultó «extremadamente perjudicial para los artesanos y los fabricantes lo­cales» [9].

Así la actividad local hacia el mercado doméstico quedó inserta en una dinámica estructuralmente rezagada, que impulsaba la segmentación de la economía.

Según Muto, esta situación se profundizó, debido a otros factores que iban más allá de la indolencia, y que desalentaron el crecimiento doméstico como, por ejemplo, «las políticas arancelarias, la fuga de capital, la insuficiente infraestruc­tura y la ausencia de estímulos efectivos por parte del Gobierno.»[10]

«Los líderes dominicanos (continúa Muto) vincularon su país a un sistema econó­mico mundial que promovió activamente el desequilibrio y la des­igualdad. Presentando la promesa de un estilo de vida moderno a los elementos dirigentes de la sociedad dominicana, (…) que en gran medida sobornaron los intereses nacionales. El desarrollo de las exportaciones no fue equivalente al desarrollo nacional. (…), aquel fracasó en incluir y bene­ficiar a la gran mayoría de dominicanos en el proceso de expansión económica»[11].

Para Muto, «el desarrollo distorsionado experimentado en la República no fue del todo inspirado fuera del país. Líderes domini­canos sometieron voluntariamente a su país al sistema explotador del comercio internacional, a la par que rechazaron aprovechar las oportunidades económicas dejadas a ellos para lograr el desarrollo doméstico»[12].

La consecuencia fue la profundización de la segmentación y polarización entre clases. Muto ensaya un ejercicio de cuantificación del grado de polarización social a partir del Censo de 1920, estableciendo dos niveles socioeconómicos: el alto y el bajo[13]. El primero representa entre el 7% -10% de la población y el bajo entre el 90-93% de la población. Dentro de cada grupo establece tres subgrupos grupos: el alto, medio y bajo.

En el extremo inferior estaban: los masas rurales y los pobres urbanos que representan el 85% de la población y en el extremo superior: los dueños de ingenios azucareros, grandes comerciantes de importación y financieros, así como profesionales exitosos, líderes políticos, pequeños industriales, dueños de plantaciones de cultivos de exportación, entre otros, los cuales representan alrededor del 3% de la población.

Esta estratificación económica estuvo asociada a unos rígidos criterios sociales que bloquearon la movilidad social. Cito «Este sistema, a menudo ilógico, excluyó a muchos individuos ricos y poderosos que no poseían la aceptable combinación de raza, cultura y alcurnia familiar, a la vez que las élites establecidas se aferraban a la preminencia social sin tener grandes fortunas. En una sociedad que enfatizaba el estatus, esta situación provocó una gran frustración entre los aspirantes a reconocimientos y seguridad.»[14]

Se creó, entonces una gran rigidez en la movilidad social, la cual se agravó con la aparición de limitados «sectores medios urbanos» que aspiraban a una mayor movilidad social, a partir del «desarrollo de la economía doméstica y del empleo pú­blico»[15] sin embargo, al decir de Muto, «aparte de su devoción por el crecimiento económico, los sectores medios criollos no eran una fuerza progresista» pues por sus pretensiones sociales pretendían actuar como las élites y demandaban un consumo considerable en vez de inversiones para el desarrollo local. Estos sectores «carecían de una voz representativa en asuntos políticos, pero muchos, con roles se­cundarios, estaban envueltos en la política dominada por la élite. Debido a que los extranjeros habían absorbido gran parte de los empleos de cuello blanco creados por el crecimiento económico, la política ofrecía esperanzas de empleo gubernamental para los dominicanos educados que carecían de medios económicos». Y más adelante señala: «la política quedó como una industria importante para los criollos que tenían ambiciones de movilidad ascendente»[16]. Lamentablemente, estas prácticas de las primeras tres décadas del SXX, tienen todavía vigencia, la política sustituye lo que la actividad económica debería proveer en principio: la inclusión económica y social, sobre todo en un modelo económico que genera crecimiento y al mismo tiempo genera muy pocos empleos.

Muto dedica un capítulo a analizar la segmentación del territorio y de las tensiones campo y ciudad. Un dato nos puede dar una idea de la magnitud de lo que significa la ciudad en la República Dominicana:

En 1908 la Habana tenía una población que era casi 14 veces la ciudad de Santo Domingo que contaba casi con 19 mil habitantes.

De la segmentación del territorio, baste un dato, refiriéndose al tema de transporte, Muto señala que en la década del 10 del SXX, no había carreteras, las que habían eran simples «trochas» y «con el alcance limita­do de los ferrocarriles, los costos de transporte fueron exorbitantes. Costaba cerca de un dólar transportar cien libras de cacao a San­to Domingo (desde Cibao) y solo veinticinco centavos desde la capital a Nueva York. En Brasil, por transportar una cantidad similar hacia la costa, se pagaba solo alrededor de veinte centavos».

Muto concluye ese capítulo anotando que «la élite tuvo mucho éxito en el mejoramiento físico de las ciudades. Estas mejoras, en gran parte, sirvieron a los citadinos y residentes urbanos más acaudalados, y rindieron beneficios cada vez menores a medida que se descendía en la escala socioeconó­mica. Los programas para ayudar a las clases más pobres tam­bién sirvieron a los ricos para mantener el orden social y satisfacer su requerimiento de ofrecer una imagen paternalista adecuada [piense en los actuales programas de asistencia social, como Solidaridad]. Al equiparar la grande y próspera capital con un país más rico y moderno, los líderes de la élite hicieron del crecimiento de San­to Domingo un fin en sí mismo.»[17] Tal parece que ese objetivo sigue actualmente presente en una parte del liderazgo nacional.

El capítulo 7 del libro, Muto lo dedica a la invasión norteamericana de 1916-1924, concluyendo que (cito):

«La herencia de la ocupación de los Esta­dos Unidos fue básicamente negativa. La construcción de obras públicas, las reformas educativas ?aunque incompletas? y la reor­ganización financiera constituyeron algunos aspectos positivos de la ocupación, pero ellos no lograron justificarla. Las obras públi­cas no llevaron por sí solas a un desarrollo económico balancea­do, pero sí facilitaron la tarea del control nacional. Las reformas financieras no podían esconder el hecho de que la administración estadounidense había expandido la deuda pública y prolongado la Receptoría a un futuro lejano o que la reforma arancelaria de 1920 había destruido lo poco que restaba de la industria dominicana. El sistema escolar fue una preocupación que valía la pena, pero se sacrificó cuando los dirigentes de los Estados Unidos se vieron ne­cesitados de fondos. Las carreteras tuvieron la primacía. Las políti­cas económicas ayudaron a la expansión y control del azúcar y a la desaparición de muchas pequeñas empresas agrícolas. No se había dado ninguna reforma política y las elecciones de 1924 pusieron otra vez en escena al viejo caudillo político, Horacio Vásquez. El sostén que representaba un fuerte Ejército nacional, oscureció por un momento las luchas políticas divisivas que se daban tanto como antes. La intervención estadounidense, una vez más, había levantado la intensidad de los destructivos «juegos» políticos en vez de eliminarlos. La creación de la constabulary o Guardia Nacio­nal, con la esperanza de que permanecería apolítica, ignoró com­pletamente las realidades de la sociedad dominicana». Sabemos en que terminó esa Guardia Nacional. En resumen, concluye Muto. «Puede verse fácilmente que los dominicanos encontraron los legados de la ocupación avasalladores en detrimento de su sociedad».

A la larga el país y la élite quedó atrapado en un modelo económico, político e institucional que no mejoró las vidas de los campesinos, no resolvió la escasez de alimentos, que ejerció un poder político poco democrático, que se mantuvo bajo el control de Estados Unidos, que no priorizó los intereses nacionales sobre los particulares y no estableció las bases para un futuro más próspero de la Repúbli­ca Dominicana. Esa elite, dice Muto, «no cues­tionó la dependencia de las exportaciones, pero trataron de maximizar los beneficios personales y pasar los costos a las masas en forma de una pobreza continua o intensificada. La promesa de la prosperidad nacional dominicano no fue solo elusiva sino también ilusoria. El problema más grande se encontraba en la forma de expansión económica (entiéndase el modelo) en la que participaron de manera voluntaria los dominicanos de las clases dirigentes». Es decir, agrego, en un modelo que ha variado en algunos de sus componentes pero sigue teniendo la misma lógica de funcionamiento en los últimos 115 años: crecimiento económico, inelasticidad a bajar la pobreza y el desempleo, pobreza generalizada, desigualdad, poco encadenamiento interno, segmentación y exclusión social y espacial, marginalidad, débiles instituciones, un régimen de corrupción pública que se acrecienta y este resultado insuficiente ha ocurrido en una magnitud muy superior a la esperada, dado el estándar mundial que relaciona la riqueza por habitante y el desempeño de cada indicador.

Muchas gracias.

[1] miércoles, 27 de agosto de 2014

[2] Todas las referencias son del libro de Muto. p. 91.

[3] P. 81

[4] P. 82

[5] P.82

[6] p. 83

[7] p. 118

[8] p. 91

[9] P. 98

[10] p. 111

[11] P. 111

[12] p. 130

[13] P. 174

[14] p. 176

[15] p. 228-229

[16] p. 256

[17] p. 241-242

2014-08-29 03:35:13