Eastwood analiza la violencia en su película ‘Banderas de nuestros padres’
MADRID.- La palabra héroe pierde su sentido cuando tratan de poner nombre al anonimato. Y más cuando está de por medio esa perversión llamada propaganda. La inmortal instantánea de Joe Rosenthal sobre la batalla de Iwo Jima, símbolo del patriotismo ‘yankee’ tanto como las barras y estrellas, es el eje sobre el que bascula la historia que es ‘Banderas de nuestros padres’, más que un relato bélico, una crónica de la ‘suciedad moral’ del más trágico de los negocios gubernamentales: la guerra.
La media verdad -la peor de las mentiras- se legitima por el supremo bien del Estado, la patria. Y es entonces cuando Eastwood, al mostrar seres y cosas deformadas para alimentar ese monstruo devorador de miles de vidas y millones de dólares, se rebela y duda del verdadero valor de un concepto -héroe- tantas veces manoseado.
La película, basada en el libro del mismo título de James Bradley -hijo de uno de los soldados de la foto, el que cuenta la verdadera historia-, narra los vaivenes de tres de los seis marines que izaron la bandera en el Monte Suribachi durante la invasión de Iwo Jima, un pequeño y pestilente islote que 21.000 japoneses convirtieron en un infierno de resistencia suicida ante el muy superior Ejército americano. Una cruel carnicería que vivieron chicos -en su mayoría de menos de 20 años- y que costó al ‘salvador’ Ejército de EEUU 6.500 muertos -30.000 bajas en total-.
El maestro de 76 años muestra en tono de franca amargura cómo la propaganda ‘deforma’ a seres normales para representar un papel que no merecen más que ninguno de sus compañeros del frente.
Honores mientras sirvan para recaudar fondos en una patética y circense gira del trío elegido por los estados del Tio Sam. De principio a final, son marionetas patrióticas de usar y tirar: «Si nos viera comiendo con cubiertos de plata mientras… No deberíamos estar aquí».
Al final nada de la foto de Joe Rosenthal es realmente lo que la gente cree que representa tras el abuso de la propaganda. Ni la bandera es la original que se izó en el peñón maldito, ni los tres soldados son ni se creen ni quieren ser héroes, ni la feroz batalla terminó con tan simbólico como circunstancial acto… Fueron necesarias en realidad tres semanas más de matanza inhumana, de crueldad inenarrable cueva por cueva, y hombre por hombre… Así fue en ocasiones la llamada guerra total (Segunda Guerra Mundial), que Eastwood describe con una coreografía perfecta, intercalando escenas, para no abrumar al espectador.
Tampoco quiere atacar de frente al patriotismo abusando del horror en una ‘limpieza’ que se libró a golpe de lanzallamas.
Sin ser patriotera ni antibelicista, Eastwood se compadece demasiado de sus personajes principales, sobre todo del que interpreta Ira Hyes, un atormentado indio navajo que termina alcoholizado, viviendo como un paria sin rumbo porque no puede soportar ni la mentira ni la guerra misma.
¿Héroe o antihéroe? El último giro de tuerca en la gran mascarada es aún más revelador: uno de los marines que supuestamente está en la foto no está presente en ella… Pero sí levantó la bandera original, cuando de verdad se derramaban ríos de sangre para tomar aquel inhóspito purgatorio del Pacífico. Pero, ¿acaso tiene más valor real?
Desde luego, se nota el presupuesto mastodóntico -90 millones de dólares- que el productor Steven Spielberg ha puesto a disposición del viejo maestro. Las imágenes de la invasión son una casi una fotocopia, perfeccionada en espectáculo y belleza, de aquel derroche fotograma a fotograma de los 10 minutos iniciales de ‘Salvar al soldado Ryan’.
Quizá recuerde demasiado al show de técnica y medios del multimillonario Spielberg. Las escenas de la guerra rodadas desde los cerros, el acercamiento de los barcos a las playas, las descargas atronadoras de artillería y las réplicas japonesas son de una de una perfección cruel que realza la fotografía impecable.
El impagable dinosaurio americano se ha servido de los guionista Paul Haggis y William Broyles (adaptando el libro homónimo de James Bradley y Ron Powers) para poner en pie su obra más cara y ambiciosa, junto con actores semidesconocidos que no pasaban de los 26 años.
El realizador, autodidacta musical, un mago de la composición, vuelve a firmarse la banda sonora, donde como en su cine, nunca defrauda. Sin embargo, no logra conmover y emocionar en ‘su’ guerra tanto como en sus historias más típicas de personajes, de dualidad y complejidad humana en la vida cotidiana. Da la sensación de que sobran minutos de metraje, y unos cuantos abrazos y lágrimas.
La película no alcanza la insuperable altura de sus ‘palabras mayores’. Desde luego no ayudan las comparaciones con sus dos obras maestras precedentes, Mystic River y ‘Million Dollar Baby’. El realizador americano venía de mal acostumbrarnos con estas ya clásicos del cine mundial que te sacuden el estómago. Esperando lo mejor de un maestro, está vez ofrece menos cine puro con mucho más dinero.
Se espera al mejor Eastwood, más libre, en ‘Cartas desde Iwo Jima’, la versión de la batalla desde el punto de vista japonés -también filmada en ese idioma- que ha rodado más de forma documental. Candidata a ‘Mejor Película extranjera’, ha cosechado excelentes críticas. Su estreno en España será en febrero.
Eastwood enseña más que la brutalidad de la guerra, la maquinaria oculta, la manipulación moral que condena a chicos de 19 años a miles de kilómetros de sus casas, madres y novias a vivir tragedias para las que nadie les avisa y para las que nadie puede estar preparado.
Pone el acento crítico en los manejos sin escrúpulos del poder, que justifica todo bajo el sugerente disfraz del ‘patriotismo’. No es que en cada soldado haya un héroe, como reza el cartel publicitario. La moraleja es que a cada soldado lo arrastran a algo tan brutal como una guerra en la que el hecho de sobrevivir es ya un acto de heroísmo.
«Vienes a luchar por los ideales de tu país, pero al final acabas luchando por ti y para ayudar a sobrevivir a tu compañero de al lado».
2007-01-05 03:21:14