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Pocas palabras, grandes papeles

REPORTAJE



Pocas palabras, grandes papeles

Robert de Niro casi no concede entrevistas. Y en las que da, apenas habla. Ahora, con 63 años y tras superar un cáncer de próstata, casi se ve obligado a explicarse: estrena su segunda película como director, ‘El buen pastor’, sobre la CIA.



Si algo se puede decir de Robert de Niro es que no hace las cosas a medias. Para interpretar al joven Vito Corleone aprendió a hablar siciliano e italiano con fluidez. Luego estuvieron el limado de dientes para perfeccionar el gruñido maniaco adecuado en El cabo del miedo; el competente dominio del saxo de jazz para New York, New York, o la ropa interior de seda hecha a medida, que nunca se vio, para Los intocables, lo cual le permitió moverse exactamente (y aparentemente) igual que Al Capone. ¿Hace falta mencionar su hito de resistencia, el legendario atracón maratoniano con el que ganó 28 kilos para Toro salvaje?



Según se rumorea, al documentarse para El cazador participó en una ruleta rusa real. En Despertares, la lectura de sus ondas cerebrales era tan auténtica que se temió que realmente se hubiese inducido un coma.



Para El corazón del ángel, puede que de verdad tomara un té con el diablo.



En su nueva película, El buen pastor ?en una pequeña, pero espléndida, actuación especial?, De Niro interpreta a un hombre al que le han amputado las dos piernas. Al conocerle, es un gran alivio que esta apreciada figura se tambalee sobre sus dos piernas (una prueba más, podrían aducir sus detractores, de que el viejo gruñón ya no se toma su trabajo tan en serio como antes).



Es su supuesta habilidad para convertirse en otras personas lo que petrifica a todo el mundo, así que los que le rodean no están seguros de cuánto de Jake La Motta, Travis Bickle o Mad Max Cady corre todavía por sus sucias arterias de actor. A lo mejor es que siempre parece llevar un cabreo monumental: ese semblante incómodo, esa boca torcida hacia abajo, el temible lunar y, en serio, los ojos más negros que hayan visto jamás.



El malestar ha sido esencial en el trato de De Niro con los medios de comunicación. Si, como ya es célebre, sólo pronunció ocho palabras en inglés en la segunda parte de El padrino, en sus escasas ruedas de prensa todavía han sido menos. Sin papel alguno tras el que ocultarse, el actor es famoso por mirar a la alfombra, hurgando angustiado en busca de alguna respuesta monosilábica, mientras los curiosos sonríen como idiotas.



En una de sus contadas entrevistas importantes concedidas durante la última década (para la edición estadounidense de la revista Esquire), el actor fue tan reservado que el periodista no tardó en marcharse de puntillas, y dejó a un taciturno De Niro a solas con sus pensamientos.



Hay indicios de que podría estar suavizándose. A sus 63 años, a dos de poder obtener una tarjeta de descuento para el autobús, y ahora que ha dejado atrás una larga batalla contra el cáncer de próstata, De Niro, dicen, se desliza hacia la senilidad como si de un buen baño caliente se tratase. En 2004, el viejo blandengue incluso renovó sus votos con su segunda mujer, Grace Hightower, y puso fin así a una vida amorosa bastante turbulenta. Y luego están las películas. Para el asiduo a los multicines del siglo XXI, De Niro no es la ardiente presencia de su apogeo en los años setenta, sino el malo de pantomima de Una terapia peligrosa y Otra terapia peligrosa. ¡Recaída total!, Los padres de ella y Los padres de él; una de las voces de El espantatiburones?, o el tipo de Extras.



“Prefiere que le llamen Bob”, susurra una relaciones públicas mientras me hacen pasar a una infrecuente entrevista de tú a tú (no está del todo claro si es una orden o es para darle un aire más informal). Tras la ventana del hotel de Manhattan, muy por debajo, suenan las sirenas, pitan los taxis amarillos y se filtra el vapor alrededor de las alcantarillas. Sólo faltan unos metales discordantes al estilo de Bernard Herrmann.



Pero, por lo demás, nada se sale de lo normal. Te limitas a entrar, le estrechas la mano y, pronto, el Mejor Actor de su Generación (®) te indica que te sientes en un sofá. Vestido con un traje marrón y el pelo canoso alborotado, parece saludable, aunque un poco abatido. Al desplomarse casi literalmente en una butaca, incómodo y con la cabeza metida entre los hombros, parece que le vendría bien que le insuflaran un poco de aire. Es fácil olvidar que han pasado 27 años desde el corpulento peso medio del primer Jake La Motta, y 16 desde Cady, el enérgico delincuente habitual.



En primer lugar, me pregunto si no acabará cansando eso de ver a toda esa gente atemorizada, con una expresión estúpida petrificada. “No lo sé? Esto? No lo sé”, replica. ¡Oh, oh! Mueve los ojos con rapidez. Mira hacia abajo. Mira hacia arriba. Su voz es áspera, puro Gotham. “Sí [se encoge de hombros], supongo que sí”.



Me da la impresión de que las entrevistas no son su pasatiempo favorito. “Bueno es? A veces está bien? No sé”, contesta, y vuelve a encogerse de hombros con algo más de complicidad. “Creo que a veces preferiría dejar que la película se explicara sola”.



El último largometraje de De Niro es El buen pastor, un filme que realmente no puede eludir ?“no, no puedo”, asiente?, porque no sólo aparece en él, sino que también lo dirige. Esta densa y fastuosa película épica sobre la creación de la CIA está protagonizada por Matt Damon, en el papel de Edward Wilson, una versión parcial del jefe de la CIA James Angleton, un burócrata muy a lo Clark Kent que hizo que la CIA pasase de ser un conciliábulo de diletantes anteriores a la II Guerra Mundial a convertirse en un equipo de duros y fríos guerreros que moldearían la política exterior de EE UU.



Cabe destacar que es la primera vez que De Niro se pone detrás de una cámara tras su debú como director en 1993 con Una historia del Bronx, una película que parecía prometer una provechosa carrera alternativa. “He estado trabajando en esto unos siete u ocho años, y también he actuado en películas”, susurra. “Y nunca encontré nada que me interesara demasiado”.



El gran enfrentamiento entre EE UU y la Unión Soviética fue la época en que De Niro se crió, explica. “Me interesaba el espionaje. Pensé que sería fantástico poder rodar una historia sobre ese mundo”. El resultado final, un largometraje épico de 78 millones de euros en el que participan Angelina Jolie y personajes inquebrantables que pueblan hasta el último rincón (Michael Gambon, William Hurt, Alec Baldwin, su viejo amigo Joe Pesci), supone un retorno al tipo de proyecto serio con el que suele relacionarse a De Niro.



Es extraño que nadie tocara el tema durante tanto tiempo. “No sabía si la película llegaría a rodarse”, cuenta.



“Tuve que encargarme yo mismo de que siguiera adelante, invirtiendo dinero”. El texto de Eric Roth (Múnich, El dilema) había sido aclamado durante más de una década como uno de los “mejores guiones no producidos”.



Pero, ¡tachán!, llegan el 11-S, la CIA y los queridos tipos malos de Oliver Stone, y los enigmáticos artífices del nuevo orden mundial de repente son los nuevos boy scouts, heroicos garantes de la libertad estadounidense.



Incluso un viejo rojillo como De Niro defiende algunas de las tácticas más sucias de la CIA, que aparecen en la película en toda su gloria. “Ocurrió, y así es como es”, afirma. “Yo me definiría como patriota”.



Los críticos estadounidenses se han quejado, a pesar de su loable ambición, de que El buen pastor rezuma cierta monotonía. Pero, como de costumbre, no se puede criticar a De Niro por falta de detalles. Recorrió Afganistán y Pakistán, y habló con agentes sobre el terreno, y estuvo con ex adversarios del otro lado del telón de acero. “Estuvimos en Moscú, en la sauna de un club deportivo con generales del KGB”, señala Milton Bearden, el ex miembro de la CIA que asesoró la película. “Miré a Bob y le dije: ‘Creo que sabes tanto de esto como yo”.



Con sus códigos de honor, su secretismo y su entusiasta derroche de soplones, la CIA da la curiosa impresión de asemejarse a la Mafia ?“nunca traiciones a tus amigos, ten siempre la boca cerrada”, como decía el Jimmy Conway de De Niro en Uno de los nuestros?. “Bueno, hay muchas similitudes”, coincide De Niro. (El director de El padrino, Francis Ford Coppola, es el productor ejecutivo).



Como ocurre siempre con De Niro ?desde Mulberry Street hasta Bananarama?, no se puede eludir el elemento italoamericano, algo que se ha explotado despiadadamente a lo largo de los años y que De Niro parodió, con bastante malicia, en Una terapia peligrosa y Otra terapia peligrosa. ¡Recaída total! Pero eso también forma parte de la mitología. Aunque realmente se sentía muy cercano a su abuelo paterno, originario de Ferrazzano, la ascendencia de De Niro es fundamentalmente irlandesa, lo suficiente como para impedir que se convirtiera en un hombre hecho a sí mismo, como sucedió, de hecho, con Jimmy Conway.



Hijo de los artistas Robert de Niro y Virginia Admiral, el actor en realidad se crió en los confines bohemios de Greenwich Village. A pesar de una breve incursión en la vida de las bandas, donde el pálido y delgado joven era conocido como Bobby Milk (Bobby Leche), sus intenciones siempre fueron artísticas. “Quería actuar”, dice.



“Había visto a la gente en las películas y tal? Cuando me metí en ello más en serio era diferente. Entonces quise hacer algo al respecto, y luego se volvió más complejo e interesante”.



Estudió a Stanislavski y el método con Stella Adler, realizó algunos trabajos teatrales y películas de bajo presupuesto, y a sus 30 años recibió las primeras críticas elogiosas al interpretar a un jugador de béisbol moribundo en Bang the drum slowly, de 1973. Entretanto, su viejo amigo Martin Scorsese había estado creciendo como director. Cuando eligió a De Niro para el papel del díscolo matón Johnnie Boy de Malas calles, estrenada ese mismo año, supuso una unión ?Taxi driver; New York, New York; Toro salvaje; El rey de la comedia; Uno de los nuestros; El cabo del miedo; Casino? que afianzaría a De Niro como un icono de la pantalla.



La pareja podría haber sumado Gangs of New York, El aviador y la reciente Infiltrados si hubiese organizado su agenda. La amistad todavía es profunda. De Niro mostró retales inacabados de su película a Scorsese para que le diera su opinión. Incluso intercambiaron actores: De Niro renunció a Leonardo di Caprio, su primera opción para El buen pastor, y Scorsese, a Matt Damon, al que liberó pronto de Infiltrados (y al que a veces De Niro se refiere en tono jocoso como “Matt Dillon”). “Espero que Marty se lleve el Oscar”, afirma, “sólo porque se lo merece por las demás películas. Ya veremos”.



La repisa de la chimenea de De Niro incluye galardones de la Academia por la segunda parte de El padrino y Toro salvaje, que culminan una década ?los años setenta? de trabajos extraordinarios. Aunque siguió rodando algunas películas excepcionales durante los años ochenta ?El rey de la comedia, Érase una vez en América, Huida a medianoche, y la lista continúa?, por lo general se reconoce que su producción durante los años noventa fue un tanto irregular.



Se dice que a De Niro no le gusta hablar de sus viejas películas. ¿Nunca echa un vistazo a alguna de sus viejas películas? “De vez en cuando, sí. Si la pillo directamente en televisión, la veo”, responde. ¿Es autocrítico? “Cómo no iba a serlo, supongo”. Parte de ello se debe a su profunda implicación personal en todas ellas, añade. “Recuerdo todo lo que he hecho”. No obstante, reconoce que algunas imágenes de Taxi driver descubiertas recientemente ?“unos ensayos que hicimos Marty y yo en vídeo antes de rodar y que incorporamos al guión”? se le escaparon incluso a él.



Acaba de pasar el 30º aniversario del estreno de Taxi driver. “¿En serio? Sí, es cierto”, reflexiona. Según De Niro, es la película que más le persigue. Además, corría el rumor de una secuela, un salto a la vida de Travis Bickle una década después. “Hablamos de ello”, comenta De Niro, “[el escritor] Paul Schrader, Marty y yo, pero por algún motivo no se nos ocurría qué estaría haciendo Bickle 10 años después”.



La pregunta sobre sus favoritas parece obvia. Quizá haya un tesoro escondido muy preciado para De Niro: “Bueno, he empezado diciendo que mi favorita es la que más le guste a la gente. Si les gusta Toro salvaje, Taxi driver o Malas calles? A mí me gustó El rey de la comedia. Lo pasé muy bien rodándola”. Scorsese siempre ha mantenido que Rupert Pupkin es la mejor interpretación de De Niro. “¿En serio?”, responde de nuevo. Sin duda, la película parece adelantarse a su época y pronostica la obsesión cultural con la celebridad (un tema reproducido, con un tono mucho menos edificante, en un largometraje sobre un obseso del deporte, Fanático, con De Niro). “Sí, fue escrita por un crítico de cine, Paul Zimmerman, que trabajaba para Newsweek, sí”.



Un filme en el que todo el mundo insiste es, por supuesto, la niña mimada de la crítica, Toro salvaje, cuya grandeza suele confundirse con la belleza de su cinematografía y la irrefutable y arrolladora interpretación de De Niro. Una clave de ello fue la legendaria transformación física ?de deportista a bola de grasa? que se logró interrumpiendo la producción a medio rodaje y embarcándose en un maratón alimentario. Hasta que Vincent D’Onofrio le superó en voracidad en La chaqueta metálica (y seguramente sin quererlo, Marlon Brando en otras películas), el aumento de 28 kilos constituyó una especie de parámetro del método, y convenció a una generación de actores y miembros de jurados de que la desfiguración es el sacrificio interpretativo más noble.



He leído que el primer papel que interpretó De Niro fue el del León Cobarde en una producción de El mago de Oz. “Eso es. Yo tenía 10 años, sí, 10 años”, cuenta con entusiasmo. ¿Le infundió la misma intensidad legendaria? Se ríe (de verdad). “Sabe Dios, ni idea. Mi madre no se acuerda”. ¿Pero era realmente necesaria esa absorción extrema del personaje? Si volviese a interpretar esos papeles, ¿llegaría tan lejos? “Creo que a medida que te haces mayor reduces la energía que inviertes en ciertas cosas”, responde. “Más bien se trata de cuáles son los elementos básicos para la tarea que tienes entre manos”.



De vez en cuando se abre un pequeño resquicio de luz, como si el impenetrable personaje que De Niro ha perfeccionado a lo largo de los años fuese otro, que está ahí para preservar la santidad de su yo privado: el amigo leal, el vividor, el padre travieso que es un poquito tímido. “Le encantan las bromas”, comenta Sessions.



“John Turturro [que interpreta a un agente en la película] es muy divertido, y hubo un día en que estaba riéndose de una escena, una escena muy dura, y creí que De Niro se iba a caer al suelo. Se estaba partiendo de risa”.



Tal vez eso explique, a fin de cuentas, su reciente racha de comedias, la sencilla prerrogativa de un hombre que ha llegado a cierta edad y quiere soltarse la melena. “Sí, me lo pasé bien rodándolas? Puede ser”. Contra toda lógica, aunque no le han valido ningún galardón interpretativo, los primeros años del siglo han marcado el periodo de mayor éxito comercial de la carrera de De Niro. “Está bien tener ambas cosas. Está bien tenerlo todo? No es posible”.



Robert de Niro no tiene que hacer nada porque, al fin y al cabo, es un hombre muy rico. Ha dado un nuevo ímpetu a todo un barrio de Nueva York, Tribeca, con sus oficinas de producción cinematográfica; su asador, ubicado en un sótano, y el auspicio de un festival de cine que ha cobrado una gran importancia. (De Niro vivía en el radio de alcance del cemento que caía de las Torres Gemelas, y abrió su restaurante como refugio; un mérito que, según dicen, el actor difundió al incluir una referencia al 11-S en su anuncio de American Express).



Luego está su asociación con diversos restaurantes, entre ellos Nobu; su mecenazgo del musical We will rock you, y otras empresas. “Los restaurantes han tenido mucho éxito; lo hice porque me gusta la buena comida.



Simplemente surgió, ocurrió”.



Recientemente ha estado negociando la compra del periódico The New York Observer, lo que resulta irónico teniendo en cuenta su antipatía hacia la prensa. “Sí, exacto. Pensé que debía cambiar. Jugaré limpio, como debe ser”.



¿Y cómo demonios acabó usted en Extras? “Bueno, por Ricky Gervais”, responde. “Yo estaba rodando Stardust [una película fantástica británica, dirigida por Matthew Vaughn] y tenía una escena con él. Ya me lo había pedido antes y no pude hacerlo. Me gustaba esa película, así que? Eso fue todo”. ¿Y qué le pareció el episodio? “Me mandaron una copia”, dice, “pero todavía no la he visto”.



De Niro tiene varias películas pendientes, entre ellas The winter of Frankie Machine (sobre un sicario retirado) y What just happened? (sobre un productor de Tinseltown). Menciona a los jóvenes actores que admira: Di Caprio y Damon, lógicamente, y su alma gemela, Sean Penn; lo mucho que le gustaría hacer algo histórico, como 7Up, de Michael Apted, o todos esos proyectos no materializados.



Sin embargo, hay algo que desea por encima de todo lo demás: rodar dos películas más con Scorsese. “Creo que si podemos lograr esas dos cifras, que quede en un 10 justo, seré feliz”, afirma. “Hemos empezado algunas cosas, pero con los años te distraes? Esperamos ansiosamente que se nos ocurra algo”.



Es un poco triste el modo en que lo dice, como si reconociera que, a pesar de encontrarse bien, de su fortuna y de todo, las manillas del reloj corren inexorablemente, que su carrera está entrando oficialmente en el ocaso. Pero no se va a poner demasiado sensiblero.



“Eh”, bromea, “será mejor que te lo creas”.



© The Sunday Times



‘El buen pastor’, película que dirige e interpreta Robert de Niro, se estrenará en España en abril.



Jeff Dawson 25/02/2007

2007-02-26 13:52:37