Cultura

«Cada etapa de mi vida corresponde a un libro»

ENTREVISTA: SEAN PENN Actor y Director



«Cada etapa de mi vida corresponde a un libro»

La lectura de ‘Hacia rutas salvajes’, de Jon Krakauer, le heló la sangre de las venas. Tardó muy poco en saber que pondría imagen a las palabras. La cuarta película dirigida por este actor se estrena el próximo viernes.



La cubierta del libro era demasiado bonita para no sacarle provecho inmediatamente: la fotografía en blanco y negro de un autobús, en plena naturaleza, cubierto a medias por la nieve. Después el título, Hacia rutas salvajes, incrustado en mayúsculas sobre el cliché, como si las letras formaran parte del paisaje.



Desde el primer vistazo, Sean Penn (Santa Mónica, 1960) sabía que llevaría a la pantalla el relato del periodista Jon Krakauer. «Se me heló la sangre en las venas. Pensaba hacer mi lectura del fin de semana, pero las imágenes vinieron con las palabras. Tenía que adaptarlo».



Una afirmación de Sean Penn se subraya siempre con un cigarrillo encendido.



«Los monólogos de Raskolnikov fueron decisivos en mi carrera como actor»



Un EE UU desértico y atormentado se ha convertido en su firma



«Crews es el poeta de los extremos. Su lenguaje me obsesiona»



Encuentra un placer malsano en visitar los países de la lista negra de Bush



«La idea de un viaje a través del espacio, como de los libros, me seducía»



Sólo escribía bajo los efectos del alcohol; al dejarlo, dejó de escribir



Hacia rutas salvajes (Zeta) relata un suceso que saltó a los titulares. En 1992, se descubría el cadáver de un hombre joven, Christopher McCandless, en un autobús abandonado en Alaska, lejos de cualquier lugar habitado. Este último, hijo de buena familia y titulado recientemente en la universidad, había dado la espalda a una brillante carrera profesional y había roto todo contacto con su familia para atravesar, con un nombre falso, el sur de EE UU antes de establecerse en pleno centro de Alaska.



Sean Penn ya había sentido este amor a primera vista por otra cubierta de libro. El canto del ejecutor, de Norman Mailer, un documento dedicado a Gary Gilmore, el único condenado en los anales de la justicia estadounidense que pidió, en 1977, la pena capital contra sí mismo. La fotografía de El canto del ejecutor, tan enigmática como la que figura en la cubierta de Hacia rutas salvajes, muestra un campo ennegrecido por el crepúsculo, un cielo enrojecido por el sol poniente, y unos postes telegráficos que se extienden hasta perderse de vista. En perspectiva, es fácil ver de qué fuentes ha bebido Penn. Esta visión de un EE UU desértico y atormentado se ha convertido en la firma visual de sus cuatro películas: Extraño vínculo de sangre, Cruzando la oscuridad, El juramento y Hacia rutas salvajes, que se estrena en España el próximo viernes.



La trayectoria de un hombre joven que rechazaba, como en Hacia rutas salvajes, la comodidad de una sociedad próspera para volver a un estado natural, tenía que fascinar evidentemente a un actor que nunca ha hecho nada como los demás. Penn, enemigo declarado de Bush, encuentra un placer malsano en visitar los países situados en la lista negra del presidente de EE UU. Por eso el actor se presentó en Irak en diciembre de 2002, justo antes de la invasión estadounidense.



Después de pasar varias semanas en Irán, viaje del que hizo un relato detallado en un reportaje publicado en 2005 en el San Francisco Chronicle, el realizador de Hacia rutas salvajes se fue a Venezuela, donde se entrevistó con el presidente Chávez, en agosto de 2007.



El entorno directo de Penn es, desde siempre, ajeno al mundo del espectáculo y está formado en gran parte por escritores. Entre ellos, el dramaturgo David Rabe y Charles Bukowski, que desempeñó, hasta su muerte en 1994, el papel de padre espiritual para el actor. «Él y su mujer fueron como unos padres. Estábamos juntos muy a menudo, era en los años ochenta, y llenaron una ausencia». Añadiremos también al novelista Harry Crews, quien aparece brevemente en Extraño vínculo de sangre, y del que Penn había intentado adaptar El rey del KO, la historia de un boxeador que se queda fuera de combate, completamente solo, en las discotecas clandestinas de Nueva Orleans. «Crews es el poeta de los extremos. Su lenguaje me obsesiona», reconoce el actor.



Como el de Krakauer en Hacia rutas salvajes. Primero oyó sonidos, luego murmullos. Y estos murmullos remitían a otro punto crucial del libro. El recorrido de Christopher McCandless está subrayado por sus lecturas: La llamada de la selva, de Jack London; La muerte, de Iván Ilitch; Doctor Zhivago, de Tolstói. «La idea de un viaje a través de un espacio, como a través de los libros, me seducía, puesto que así enfoco mi vida: entre libros».



Elegir un libro es un comportamiento reciente en él. Antes de llegar a los 40 más bien esperaba que los libros vinieran a su encuentro. Así se montó El juramento. Buscando una novela policiaca susceptible de hacer que Jack Nicholson, la estrella de su anterior película, Cruzando la oscuridad, deseara trabajar de nuevo con él, Penn había visto cómo su productor le proponía La promesse (Albin Michel, 1990), de Friedrich Dürrenmatt. «Cada etapa de mi vida corresponde a la lectura de un libro. Empecé por Salinger, luego Dostoievski. Crimen y castigo me encantó. Los monólogos de Raskolnikov sobre la razón y la locura desempeñaron un papel decisivo en mi carrera de actor».



El efecto Dostoievski, con esa fascinación que lo acompaña por la psique torturada de un criminal, aureoló con un halo maléfico la carrera del actor Sean Penn. Durante mucho tiempo se comportó como un cabrón. En la pantalla, se entiende. Sus papeles en Como un perro rabioso, de James Foley; Corazones de hierro y Atrapado por su pasado, de Brian De Palma; Pena de muerte, de Tim Robbins, o Mystic River, de Clint Eastwood, contribuyeron a forjar la leyenda de un actor que fascina, asusta y exaspera. Robert Duvall reconocía que sólo había aceptado un papel a su lado en Colors, de Dennis Hopper, por una escena donde él le da una buena zurra. «Tenía que sacudirle en un vestuario. Era el sueño de todo estadounidense. No iba a dejar escapar una ocasión semejante».



En 1987, Penn pasó 33 días en prisión en la cárcel de Los Ángeles County. Un fan, sospechoso de seguir demasiado de cerca a su primera mujer, la cantante Madonna, había suscitado las iras del actor. Antes de ir a la cárcel, Penn escribía poesía. Sólo cogía la pluma bajo los efectos del alcohol.



Al dejar de beber, dejó de escribir. Sus poemas, reconoce, no valían nada. Desde entonces, descubrió el cigarrillo y, en el camino, se convirtió en realizador. Se dirá lo que se quiera: en su caso, el tabaco no perjudica la salud.



El País



Tradución de News Clips.



SAMUEL BLUMENFELD (LE MONDE) 20/01/2008

2008-01-20 19:14:23