Por Teófilo Lappot Robles
La historia mundial de los últimos cien años contiene como premisa incontestable que: a)Europa fue el principal escenario de los dos conflictos armados más devastadores conocidos por la humanidad; b) Rusia era la nación dominante en la desaparecida Unión Soviética y c)Los Estados Unidos de Norteamérica han tenido un papel internacional significativo desde que en 1898 pusieron bajo su control el archipiélago asiático de Las Filipinas, la isla caribeña de Puerto Rico y la isla de Guam, en el Pacífico occidental.
Hace 80 años, al comenzar la denominada Guerra Fría, ha habido una relación de ambivalencia (cooperación-enfrentamiento) entre Rusia (antigua URSS), EE. UU. y Europa. Desde entonces hasta el presente los hechos concernidos a esos tres polos sólo son comparables con los dramáticos acontecimientos que ocurrían en la Grecia de Pericles, en la cual las confrontaciones entre sectores de aquella sociedad ponían al desnudo lo más hondo del barro humano; reflejándose también las contradicciones a través dioses y héroes invocados por cada quien a su conveniencia.
Si al terminar la Segunda Guerra Mundial la colaboración militar y económica entre Europa y EE. UU. se asemejaba a un barco con tripulación conjunta hoy puede decirse que la línea de flotación del mismo luce confusa, con mensajes zigzagueantes desde poderosos despachos situados en la ciudad del río Potomac.
El ejemplo más impactante de lo anterior es la actitud de menosprecio del presidente Trump a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), una entidad militar creada el 4 de abril de 1949 por muchos países europeos, EE.UU. y Canadá para defender de manera conjunta a sus miembros. Esencialmente la OTAN debe su existencia a la aprensión de los países occidentales por la expansión del entonces bloque soviético, que 6 años después creó como contraparte militar el Pacto de Varsovia (1955).
Con el paso del tiempo dicha organización fue aumentando sus miembros y dándoles participación periférica a otros. Así vale decir que Finlandia entró en ella en el 2023 y Suecia en el 2024, siendo los dos últimos en ser acogidos en esa supra entidad militar.
Desde su creación hasta no hace poco todos los gobernantes de los EE.UU., con sus matices circunstanciales, apoyaron masivamente a la OTAN, entendiendo correctamente que era conveniente a sus intereses como el país que con más poder emergió de la Segunda Guerra Mundial.
En gran parte esa cooperación se afincaba en muchas de las ideas que en el campo de la política internacional expuso Henry Kissinger, uno de los más famosos exponentes de la realpolitik del siglo XX quien desde 1957, en una tesis doctoral que tituló “Un mundo restaurado” hasta poco antes de morir, mantuvo como ese central de su pensamiento que los puntos coincidentes de los países más poderosos eran los que determinaban la legitimidad del orden mundial.
Ese personaje controversial reforzó su creencia en “la razón de los poderosos” en su enjundioso libro Diplomacia (1994). En dicha obra Kissinger resta calidad legal a los países que se independizaron con motivo del colapso la Unión Soviética, llegando a señalar que Rusia y Ucrania eran la misma cosa.
Dos años después que Rusia se anexó, con el imperio de la fuerza, la estratégica península ucraniana de Crimea, situada en el mar Negro, en el 2014, Kissinger expresó que “para Rusia, Ucrania nunca puede ser simplemente un país extranjero”; aventurándose a decir, con “enigma y acertijo”, que: “Hay que lidiar con Rusia cerrando sus opciones militares, pero de una manera que le conceda dignidad en relación con su propia historia”.
Era un claro desprecio “a los intereses de los Estados más pequeños o emergentes”, como bien señaló el recién fallecido analista de política internacional Janusz Bugajski. Ese desprecio es el que en el fondo prevalece hoy en la Casa Blanca, siendo la prueba más elocuente las humillaciones y el ninguneo que desde hace un año sufre Ucrania.
En el 2022 Kissinger varió su criterio. Al referirse a la guerra de Rusia y Ucrania lanzó el vaticinio de que aquella podía terminar “en un puesto de avanzada de Asia en la frontera europea”. En enero del 2023 (10 meses antes de morir) señaló textualmente que “la continua agresión rusa había cambiado su forma de pensar”, puntualizando que: “Antes de esta guerra, me oponía a la adhesión de Ucrania a la OTAN porque temía que iniciara el mismo proceso que estamos presenciando ahora. Ahora que este proceso ha alcanzado este nivel, la idea de una Ucrania neutral en estas condiciones ya no tiene sentido”.
La suerte de frenesí que recorre poderosos despachos de Washington ha impedido que se analice la pertinencia de no debilitar el bloque de instituciones supranacionales de Europa y la importancia de evitar que Ucracia sea fagocitada por Rusia.
Es importante recordar que antes de la actual agresión militar contra Ucrania otro gran experto de la geopolítica, el polaco estadounidense Zbigniew Brzinski, escribió sobre lo que calificó como “las ambiciones neo imperiales de Putin y de toda la actual dirigencia rusa, puntualizando que ese comportamiento es “la característica sistémica del alma rusa”.
Aunque cabe señalar que desde mucho antes del zar Iván IV, apodado el Terrible, en Rusia existe el criterio generalizado de supremacía frente a sus vecinos, y más allá. El pensamiento del pueblo ruso quedó negativamente marcado por la perestroika y la glasnost que como cambios políticos-económicos y apertura, respectivamente, hizo en la segunda mitad de la década de los años 80 del siglo pasado Mijail Gorbachov.
El presidente ruso Vladimir Putin sabe de sobra eso, y también está favorecido por el debilitación que la política trumpista le ocasiona a la Unión Europea y al derecho de defensa de Ucrania.
Los actuales gobernantes rusos no aceptan la tesis de coexistencia pacífica con Europa que sostenía Nikita Jrushchov, a quien un controversial mandatario estadounidense consideraba como “…un dirigente poderoso, pero una fuerza peligrosa…la encarnación del diablo…un diablo dotado de extraordinario talento”. (Líderes. Editorial Planeta, 1983. P.13, 229, 316 y otras. Richard Nixon).
En estos momentos Europa, con los eslavos ucranianos incluidos, está viviendo la metáfora elevada a doctrina estatal, practicada muchas veces por los EE. UU. en el ejercicio de su poderío mundial, conocida como la Zanahoria y el Garrote, que se resume en aquello de acepta lo que yo digo y vas de rositas o te acorralo y humillo.
Hay en Washington una no disimulada inclinación hacia Rusia y una evidente animadversión hacia Europa y sus organismos colectivos, con un especialmente desmoronamiento de la OTAN, desde un año para acá.
Teofilo Lappot teofilolappot@gmail.com