Cultura, Portada

La Isla de la Tortuga en el pasado dominicano

Teófilo Lappot Robles

Por Teófilo Lappot Robles

Para atajar, en lo que se pueda, la desmemoria que abunda entre nosotros señalo que en el pasado se produjeron hechos importantes que vincularon para mal la isla de la Tortuga y el territorio dominicano. Eso se ha encubierto con mentiras y medias verdades.

Los comienzos de la Tortuga como madriguera de piratas se remonta a principios del siglo XVII, cuando mediante Cédula Real del 6 de agosto de 1603 el rey de España, Felipe III, le ordenó al gobernador de la colonia La Española Antonio de Osorio Villegas que destruyera varios pueblos (Montecristi, Puerto Plata y otros) situados en la franja norte de lo que hoy es la República Dominicana.

Fue una decisión sin sentido que tuvo la oposición de muchos, especialmente del lúcido arzobispo e historiador Agustín Dávila Padilla, quien antes de morir en el 1604 predijo, con significativa carga de valor histórico, que ese nefasto hecho traería miseria y grandes males al país.

Pero el auge mayor de la fatalidad histórica de dicha isla comenzó a partir del 1630, cuando se refugiaron en ella no pocos franceses, ingleses y neerlandeses expulsados por los españoles de varias islas y atolones del Caribe oriental. Desde entonces sirvió de cuartel general y plaza comercial de corsarios, piratas, bucaneros y mangantes de toda laya que trapicheaban, practicaban el estraperlo, hacían abigeato y cometían diversos otros delitos y crímenes en esta zona del mundo.

La mayor víctima de lo que se originaba en la Tortuga era el lado oriental de La Española, cuyos moradores ya tenían el gentilicio de dominicanos, conforme se comprueba en documentos que datan del año 1621.

Uno de los mayores verdugos de ese pueblo dominicano (que ya no se sentía ni pensaba como español) fue el gobernador (1665-1675) de la susodicha isla, el francés Bertrand d’ Ogeron.

La Tortuga, con unos 180 kilómetros de superficie y situada a 20 kilómetros al norte de Haití, tuvo durante varios siglos una floresta espesa, aunque desde hace largo tiempo es un secadal. Según relato del sacerdote y cronista español Juan de Castellanos (avalado luego por el jesuita francés Pierre de Charlevoix), fue una de las llamadas por los conquistadores españoles “islas inútiles” del arco antillano.

Sin embargo, el jurista e historiador Médéric Moreau de Saint-Méry (nacido en Martinica, un  territorio francés de ultramar) la ensalzó como una cuna y dijo de ella: “Te saludo, oh Roca, donde los destinos de Santo Domingo fueron agitados durante tanto tiempo…” (Descripción topográfica…Tomo I. Editora Centenario, 2017.P.645).

Por su lado el periodista y diplomático navarro Manuel Aznar Zubigaray escribió de la Tortuga que en sus acantilados los vientos antillanos “pierden transparencia” y que el mar que le rodea “se enturbia y oscurece misteriosamente”. (Conferencia.22-2-1950-Madrid). Vale recordar que ese autor fue embajador de España en la República Dominicana (1948-1952), y entre sus obras hay una en tres volúmenes muy parcializada titulada Historia Militar de la Guerra de España, en la que se impuso su admirado Franco.

Dos de los más siniestros sujetos que pasaron por aquella desdichada isla fueron el filibustero Henry John Morgan y el corsario Francis Drake. Este último fue el que al frente de una armada inglesa saqueó la ciudad de Santo Domingo del 10 de enero al 10 de febrero de 1586.

Partes de las atrocidades ocurridas en aquel nefasto mes en la hoy capital dominicana quedaron anotadas así: “saltó a tierra, entraron a la ciudad, quemaron dos tercios de las casas y edificios, y las iglesias y conventos…esta isla es su lonja, donde tratan y negocian sus maldades; su bodega y su despensa…” (Informe dirigido al rey de España por los canónigos Cristóbal de Llerena, Lebrón Quiñones y Luis de Morales).

El novelista e historiador Ramón Marrero Aristy (higüeyano nacido en la entonces sección San Rafael del Yuma), en su obra titulada “La República Dominicana: Origen y destino del pueblo cristiano más antiguo de América”, describe a la Tortuga como uno de los lugares escogidos por el político y  cardenal Richelieu (actuando a nombre del rey francés Luis XIII) para ordenar actos de vandalismo en lo que ahora es la tierra dominicana.

Otro autor dominicano se refiere a la citada isla así: “La Tortuga jugó un papel muy importante en la historia de todo el Caribe. En su diminuto perímetro lucharon a muerte los poderíos imperiales; por ahí pasó durante medio siglo la frontera imperial…Francia usaba a los piratas de la Tortuga en su política expansiva en el Caribe…” (Obras completas. Juan Bosch. Tomo XIII.Pp.43 y 359. Impresora Serigraf, 2009).

Al abordar brevemente la historia de la Tortuga señalo que el historiador naval inglés Dudley Poe, en la biografía que escribió del pirata Harry Morgan, describe con detalles que el dictador de Inglaterra Oliver Cromwell contrató a piratas y bucaneros que operaban en esa isla para que trabajaran a su servicio en Jamaica, tierra de la cual se apropió luego de que sus subalternos, el almirante William Penn y el general Robert Venables, fueron derrotados en la ciudad de Santo Domingo y sus contornos, por criollos dominicanos y españoles, en la semana del 23 al 30 de abril de  1605.

El jurista e historiador Manuel Arturo Peña Batlle emitió un juicio de gran calado sobre acciones siniestras que partieron de la isla Tortuga y que produjeron calamidades a los seres humanos que hace varios siglos habitaban el territorio nacional. Su tesis conclusiva al respecto me permite reafirmar que nuestra historia está jalonada por sorprendentes altibajos.

Así opinó el referido pensador dominicano: “España, bajo la triste directiva del último de los Austrias, el inepto Carlos II, atravesaba un triste período de postración, mientras la Francia de Luis XIV llegaba a la cumbre de su poderío y de su influencia. Era difícil luchar contra las fuerzas preponderantes de la gran nación…” (La isla de la Tortuga. MAPB. Editora de Santo Domingo, 1974.P.253).

Peña Batlle resumió el final de la varias veces mencionada isla como lo que antes fue: “La Tortuga murió con la agitada centuria que la vio surgir al mundo inmaterial de la Historia. En 1701 ya estaba totalmente despoblada y sin vida ninguna de relación con el resto de la colonia. La obra de aniquilamiento la comenzó De Cussy y la terminó Du Casse en 1694…” (Ibídem.P265).

Es oportuno señalar aquí que el referido Pierre-Paul Tarin De Cussy, y más de 300 filibusteros que lo seguían, murieron en la batalla de La Limonada, librada el 21 de enero de 1691 en la sabana que lleva ese nombre, en la zona de Cabo Haitiano. Parte de la tradición histórica señala que fueron los lanceros higüeyanos y seibanos los que eliminaron al nombrado gobernador de la Tortuga y sus secuaces.

Un historiador haitiano, impulsado por la realidad inobjetable del pasado, escribió que: “…rateros del mar, que cometían sus saqueos en el continente dominado por España, utilizaban como base para sus correrías depredatorias la pequeña isla de Tortuga (La Tortue), situada frente a la costa norte de Haití…” El mismo autor refirió que esos sujetos “…a menudo desembarcaban en…Santo Domingo, a la sazón casi desierta, para cazar ganado salvaje…apresurándose seguidamente a volver a Tortuga para resguardarse”. (El pueblo haitiano. SDB. Editora Corripio, edición 1986. P.26. James G. Leyburn).

Lo anterior es una prueba más de que las caletas, ensenadas, riberas y tierra adentro de la Tortuga eran los refugios predilectos de todos los salteadores que durante mucho tiempo pulularon por el mar Caribe, desde el golfo de México y los cayos de la Florida hasta el golfo de Maracaibo o Coquivacoa, en el occidente de Venezuela.

En resumen, esos malhechores también utilizaban la Tortuga como punto de despegue para asaltar, mar adentro, a los galeones españoles que iban rumbo a España con sus bodegas cargadas del expolio de las riquezas de las colonias que ese imperio tenía en diversos lugares de América.

Teófilo Lappot teofilolappot@gmail.com