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Batalla de Arroyo Bermejo, Guerra de Restauración

Teófilo Lappot Robles

Por Teófilo Lappot Robles

En la Guerra de Restauración hubo cientos de enfrentamientos armados entre patriotas dominicanos y los anexionistas, pero la batalla librada en el lugar conocido como Arroyo Bermejo fue uno de los más importantes, en esa etapa de la historia del país. No sólo porque los restauradores salieron triunfantes, sino por las consecuencias que de ella se derivaron.

Esa derrota de los anexionistas profundizó el caos entre los perdedores y colocó al general Pedro Santana en una situación difícil, pues fue humillado por sus jefes españoles, como consta entre otros documentos en una carta de justificación de su persona que le dirigió al general español José de la Gándara.

Este último había acusado a Santana de “indisciplina y subversión”, porque el traidor por antonomasia no cumplió la orden que le dio en septiembre de 1863 el capitán general Felipe Ribero a fin de evacuar a las tropas españolas que se movían en Monte Plata y pueblos aledaños.

En esa ocasión el llamado Chacal del Guabatico alegó con descaro que desobedeció a Ribero para “asegurar la futura prosperidad de este desgraciado suelo tan devastado ya por la presente guerra civil”. (Carta de contestación del general Santana al general La Gándara).

Contrario a las tribulaciones de Santana, para entonces la figura de Luperón incrementó su prestigio, a pesar de que se ha sostenido que la decisión del gobierno provisional de enviarlo a esa zona del país se debió a motivaciones más políticas que militares.
En efecto, uno de sus biógrafos señala que al llegar a Santiago Luperón solicitó permiso para ir a Jamao donde radicaba su familia, pero lo que hicieron sus superiores fue pedirle que saliera de inmediato a reforzar los combatientes revolucionarios desparramados por pueblos del Cibao, y parte del este y del sur.
“En el fondo, esta orden estaba dictada por profundas, aunque infundadas, suspicacias: no se quería ver a un jefe del prestigio de Luperón sin destino fijo, es decir, sin control estricto. Su intención de partir hacia Jamao levantó sospechas y temores, sobre todo en el sentido de que Luperón, defensor intransigente de la restauración nacional, pudiera hacer camino solo, pero camino franco, junto a las aspiraciones populares”. (Gregorio Luperón. Biografía política. Editora Alfa y Omega. Tercera edición, 1981.P.102. Hugo Tolentino Dipp).

Lo ocurrido en Arroyo Bermejo y sus contornos se desarrolló en varias jornadas de los últimos días de septiembre de 1863. Aumentó el espíritu de combate de los insumisos dominicanos. Pero lo más importante fue que abrió la puerta para que cientos de ellos penetraran triunfantes en la ciudad de Santo Domingo y varios lugares de las regiones este y sur.

Sin embargo, algunos publicistas de la Guerra de Restauración, por los motivos que fueran, han tratado de soslayo esa significativa batalla en la que los patriotas dominicanos triunfaron, a pesar de que estaban en desventaja frente al enemigo.

Lo primero a resaltar en esa confrontación bélica es que en ella estuvieron presentes Gregorio Luperón, representando la dignidad nacional, y Pedro Santana, el que entregó la soberanía de la República Dominicana a la Corona española.
Poco antes se produjeron dos decisiones que fueron fundamentales en el curso que posteriormente tomaron los acontecimientos que devolverían la libertad del pueblo dominicano.
El catorce del mes y año referidos el gobierno provisional restaurador declaró traidor a Santana. El artículo primero del histórico decreto referido señalaba que: “El dicho general Pedro Santana queda puesto fuera de la Ley; y por consiguiente todo jefe de tropa que le apresare le hará pasar por las armas, reconocida que sea la identidad de su persona”.

Días después el general Luperón, en su condición de jefe de operaciones de los restauradores, distribuyó en diferentes puntos claves de la geografía nacional a tropas encabezadas por oficiales de alta graduación que habían demostrado su pericia en los escenarios bélicos en que ya se habían enfrentado con los anexionistas.

Fue así como a Arroyo Bermejo, por la ruta del desfiladero del Sillón de la Viuda, llegaron el coronel Dionisio Troncoso, el comandante Santiago Mota y el capitán Pedro Royer, dirigiendo cientos de combatientes con armas livianas y una sola pieza de artillería.
Ya Santana no era gobernador neocolonial, pero sí Marqués de Las Carreras, título nobiliario de pacotilla con el que lo había declarado el 28 de marzo de 1862 la reina Isabel II de España.
Aunque cada vez era menor la influencia de Santana, al enterarse que en los últimos días de septiembre del 1863 el general Luperón ya estaba con sus tropas en el área de Arroyo Bermejo, Don Juan y otros caseríos cercanos a la capital de la República Dominicana (cuya soberanía él y sus allegados eclipsaron junto a España) fue hacia allá con miles de soldados y muchas piezas de artillería, sin imaginarse que lo esperaba otra derrota.

Un resumen de las impresiones de Luperón (en el más puro estilo de la escritura de Manuel Rodríguez Objío) sobre los hechos allí ocurridos da una idea clara de la importancia de esa batalla:

“En las márgenes de aquel arroyo flotaban frente a frente los pabellones de la Monarquía y de la República y dos capitanes…se iban a disputar el paso de un arroyo, y la victoria en una importantísima refriega…ambos comprendían la importancia de la victoria de aquel encuentro…la tropa del general Santana era doblemente superior en número y bien armada, con su artillería correspondiente…Luperón era un guerrillero improvisado por las circunstancias, sin ninguna probabilidad de éxito…( Notas autobiográficas. Gregorio Luperón, Tomo I.Pp169-170. Editora de Santo Domingo).
El prócer cívico Pedro Francisco Bonó, en un viaje realizado el 5 de octubre de 1863 a Arroyo Bermejo, en su condición de Ministro de Guerra, describió las condiciones difíciles que estaban los recién victoriosos restauradores que allí pusieron en alto el honor del pueblo dominicano: “No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos…algunos fusiles arrimados, dos o tres trabucos… un pedazo de tocino y como 40 ó 50 plátanos…Todos estaban descalzos…una yagua les servía de colchón y con otra se cubrían”.

Diversas fuentes señalan que el general Santana maldijo varias veces su destino final. Así lo resumió un cronista cubano que tuvo acceso a documentos de la época:
“Murió de tristeza, sucumbió desesperado, arrepentido de la obra en la cual le acompañaron tantos dominicanos. El padre Meriño fue quien me habló la verdad, exclamaba en el Campamento de Guanuma”. (Como acabó la dominación en América. Enrique Piñeyro).

El imperio español calculó erradamente que la anexión de la República Dominicana le produciría pingües beneficios económicos. El resultado fue totalmente adverso a esas pretensiones, pues le significó pérdidas en diversos aspectos.
Cuando la derrota para ellos ya era irremediable muchos en Madrid, como el activo político conservador y entonces ministro de gobernación José Cánovas del Castillo, con su errática idea de que una nación no se forma con el esfuerzo humano, y con una visión trasnochada y desconocedora de la firme decisión de libertad que anidaba el pueblo dominicano, escribió en el 1864 que España seguía peleando aquí “para que no se declare en la faz del mundo que España puede ser vencida en las Antillas…”