Imposible.
Es evidente que hay una clara diferencia entre el primer Trump y el segundo. Este último parece apurado, como si el primero soñara con «reenganchar el periodo» y ahora, en cambio, luciera apresurado.
Trump conoce los retos. Sabe que el imperio está en declive y quiere sostener a Estados Unidos por donde pueda, con tal de retrasar, al menos durante lo que le quede de existencia como mortal, el descalabro.
Es humano pensar que Donald Trump no quiera que sea durante su mandato cuando el mundo aseste una estocada mortal al dólar, o cuando los chips y autos chinos terminen de invadir el mercado mundial. Hará todo lo humanamente posible como líder hegemónico para que la historia no lo recuerde como el «último emperador».
En ese andar apurado, guiado por el egocentrismo que provoca el chovinismo histórico del norteamericano —que se autodenomina simplemente «americano», que aún llama «afroamericano» al negro nacional y al latino le deja solo su origen—, Trump bravuconea mientras las cámaras filman. Sin embargo, no conocemos qué hay detrás de cada decisión que cambia al día siguiente, impulsada por el vaivén que solo el poder y el deseo de ser impredecible entre lacayos y patriotas —que cuidan sus países y no toleran sus exabruptos— pueden generar.
Trump arrastra consigo la caída de Europa, tanto económica como moral, mientras impulsa indirectamente a los BRICS y otras uniones regionales. Los «amenazados» que no se dejan atemorizar terminan viendo en la otra «víctima del presidente» un posible socio.
«America will not be great again, never, ever.» Es seguro que Estados Unidos no podrá recuperarse, con su nivel de consumismo casi ilimitado, consumido por pandillas, cárteles, drogas, racismo y desigualdades, secuestrado por una casta política dependiente del lobby israelí que extermina pueblos enteros. Trump, posiblemente, lejos de las cámaras, lo sabe.
Mientras Vance se frota las manos y Rubio sabe que no es el elegido, en un contexto de países americanos cada día más independientes —a pesar de lacayos puntuales—, África con sus propias realidades y Asia cada vez menos interesada en lo que pasa en Occidente, buscando vivir y sobrevivir por sí sola, se dibuja un Estados Unidos cada vez más aislado, incapaz de revivir la idea de ser el mejor país del mundo, con un ejército invencible al que todos temen y, mucho menos, propulsor del libre comercio, la libertad y la democracia.
El destino del mundo nadie lo detiene.
El mundo multipolar ya está aquí.
Los medios y el mundo ya olvidaron a Elon como símbolo del fracaso de la política de injerencia mediática y política basada en el irrespeto al prójimo, a quien comparte contigo el viaje en el mismo planeta y no está dispuesto a dejarse mangonear por ningún imperio, nunca más.
No se sabe hoy si el Trump que ha provocado terremotos políticos mundiales podrá sobrevivir a sí mismo. Lo único cierto, lo único que puede afirmarse, es que el vaivén y la falta de coherencia parecen reflejar desdén e irrespeto.
Fernando Buitrago x.com/@fdo_buitrago 31/8/2025