POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Monumento a los Héroes de la Restauración en Santiago.
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El grito de Capotillo fue el inicio en firme de la guerra que restauró la soberanía nacional, mancillada desde el 18 de marzo de 1861 cuando la nación fue vendida a la Corona de España por un grupo de traidores dominicanos. Al frente de esa epopeya libertadora estaban el “infatigable agitador” Santiago Rodríguez, José Cabrera y Benito Monción, una trilogía gloriosa de la soberanía dominicana.

Santiago Rodríguez
Los restauradores subieron a los montes del cerro de Capotillo a las seis de la mañana del 16 de agosto de 1863. Allí izaron la bandera dominicana que había confeccionado el sastre Humberto Marsán y gritando, con el simbolismo de una potente imagen: “¡libertad o muerte!” .Quedó claro que darían, como lo hicieron, “una serenata de plomos” a los españoles y sus cipayos criollos.
En pocas horas los patriotas dominicanos, provenientes de diversos lugares del país, bajaron por la sabana de Santiago de la Cruz y las faldas de los altozanos de La Patilla hacia su encuentro con el enemigo.
Con ese significativo hecho los restauradores escribieron una de las más hermosas páginas de la historia dominicana. El primer enfrentamiento armado con los anexionistas fue en el poblado de El Pino, Dajabón.
Fue de gran ayuda para los dominicanos, pues potenció el factor sorpresa de los ataques, el despiste que con gran astucia les hizo a los altos mandos castrenses españoles que se movían en los puntos limítrofes de la frontera norte, el general Philantrope Nöel, quien había sido enviado allí por el entonces presidente de Haití Fabre Geffrard en calidad de jefe militar y gobernador de la comuna Fort Liberté (antigua Bayajá). Reemplazó al general Terésias Simón Sam, abiertamente partidario de los restauradores.
Prueba de lo anterior fue que el 15 de agosto de 1863, horas antes de producirse el grito de Capotillo, al llegar a Dajabón el máximo jefe militar en el Cibao del gobierno anexionista, general Manuel Buceta del Villar, acompañado de su asistente el capitán Ramón Alverola, ocurrió que lo esperaban el general José Antonio Hungría y un teniente coronel del batallón denominado San Quintín, diciéndoles esto:
“…que habían recibido seguridades del general Nöel de que nada se proyectaba contra el país” (Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo. SDB. Editora de Sto. Dgo.,1974. P.127. Capitán español Ramón González Tablas).
El mismo 16 de agosto de 1863 el líder restaurador Santiago Rodríguez planificó en el pueblo de Sabaneta expandir la lucha a otros lugares del país. Para eso dispuso lo necesario a fin de que expresos revolucionarios informaran a los restauradores del sur que en la parte occidental del Cibao había en curso una poderosa rebelión.
Para cumplir el patriótico mandato los mensajeros atravesaron secciones y parajes cercanos a los ríos Yaguajal, La Cidra y Mao y sus meandros, muertos o activos. Es importante precisar que para entonces esa zona estaba formada por bosques vírgenes, con pocos trillos y escasas trochas para avanzar sobre el piedemonte de la Cordillera Central.
Uno de los acontecimientos singulares iniciados con el grito de Capotillo fue que sus dirigentes estructuraron lo que puede definirse como una joya táctica en materia bélica, comenzando por la interrupción que hicieron de las líneas de comunicación de los anexionistas.
En ese momento los restauradores eran pocos, y con insuficientes armas y municiones. Además, la zona estaba llena de tropas enemigas bien equipadas y entrenadas. Sin embargo, en pocas horas del memorable 16 de agosto de 1863 los patriotas lograron avanzar por diversas rutas hacia Dajabón, Montecristi, Sabaneta, Castañuelas, Guayubín, así como por aldeas colindantes con el río Macabón y otras poblaciones. Con gran coraje lograron doblegar a los anexionistas que encontraban en su paso victorioso por esa zona del país.
Al principio los restauradores actuaban como partidas de combatientes en son de guerrillas, lo cual es muy útil cuando la desventaja entre las partes en conflicto armado es muy grande. En pocas horas eso cambió, cesando la técnica de ataques y retiradas, y avanzando siempre de manera desafiante hacia el encuentro del enemigo usurpador.
Para robustecer lo anterior me valgo del criterio que al respecto ha señalado un historiador dominicano: “La Guerra Restauradora no fue sólo una guerra de guerrillas, puesto que conminó movimientos de tropas regulares, líneas estables de frente y acciones guerrilleras continuas que en conjunto socavaron la potencia del ejército enemigo”. (La Restauración: Necesaria y aún vigente. Conferencia 15-8-2013.Santiago. Roberto Cassá).
La acción bélica de los valientes que bajaron el 16 de agosto de 1863 desde Capotillo con la resolución de triunfar fue terrible para los anexionistas.
Pocos días después el gobernador neocolonial español escribió que no tenía noticias de la suerte de sus tropas y concretamente señaló que también ignoraba “el paradero del Brigadier Buceta Comandante General del Cibao que había salido el 12 para Montecristi y Dajabón…me he visto en la necesidad de apelar a los auxilios de los Capitanes Generales de Puerto Rico y Cuba…” (Nota No.917 del 25-agosto-1863.Felipe Rivero).
Apoyándose en los oficios del referido capitán general y gobernador colonial un historiador puertorriqueño señaló que: “La participación de Puerto Rico en la anexión y la restauración fue principalmente de auxilio y suministro…se organizó el envío de efectos y pertrechos militares…Puerto Rico también aportó un mínimo número de tropa veterana de la guarnición fija del ejército español apostado en la isla”. (Ensayo La Capitanía General de Puerto Rico en la Anexión y Restauración Dominicanas. Publicado en el 2008. Francisco Febres-Cordero Carrillo).
En resumen, los hechos del 16 de agosto de 1863 fueron determinantes para dar al traste con el yugo que sufrían los dominicanos por la crueldad del imperio español, uno de los más poderosos que el mundo conoció durante varios siglos.