POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Fernando Arturo de Meriño Ramírez, uno de los más sobresalientes dominicanos de todos los tiempos, nació el 9 de enero de 1833 en el hogar de los agricultores de subsistencia Pedro María de Meriño y María Bruna Ramírez. Su cuna fue en un caserío del paraje Antoncí, entonces dentro de la jurisdicción de Boyá y ahora parte del municipio de Yamasá.

Arzobispo de Santo Domingo, Fernando Arturo de Meriño
Su inteligencia, su genio vivaz, su perseverancia y su coraje para enfrentar los retos de la vida le permitieron llegar a la cúspide del poder político y eclesiástico del país y a pasearse por los pináculos de la cultura nacional, principalmente por su condición de orador cimero en tres escalones: lo sagrado, lo político y lo patriótico.
Meriño también fue escritor, historiador y geógrafo, lo cual se explica porque como escribió en el 2012 el eminente sacerdote jesuita e historiador José Luis Sáez, en su obra Retratos de medio cuerpo: “La Iglesia ha cuidado o quizás sólo tolerado que sus miembros sigan una u otra carrera, y por eso hay literatos, geógrafos, botánicos, meteorólogos, y por qué no, pintores y escultores”.
En su condición de orador hay consenso en el micromundo cultural dominicano que ni antes ni después nadie ha superado, ni desde el púlpito ni desde la tribuna política, su talante creativo para usar metáforas o decir verdades de manera directa. Sobran las opiniones con relación al dominio que tuvo Meriño sobre el arte de la retórica, ese que impulsó como nadie hace más de dos mil años el sabio ateniense Demóstenes.
De él como orador escribió un médico y pensador dominicano lo siguiente: «La admiración mantenida y el consenso general coloca a Fernando Arturo de Meriño (1833-1906) en la más alta cima de la oratoria dominicana. Arzobispo Metropolitano, su fuerte era la oratoria sagrada, pero como político activo, encaró, con valentía impar, situaciones difíciles en las que siempre mostró gran responsabilidad.»(Historia de la Cultura Dominicana. Editora Amigo del Hogar 2016. p802. Mariano Lebrón Saviñón).
Así también un controversial político que, para fines propios de su trajín cotidiano escudriñó entre sus piezas oratorias, resumió su parecer de esta manera: «Fernando Arturo de Meriño es el tipo de orador auténtico, del hombre verdaderamente arrebatado por la embriaguez del verbo…Las mejores oraciones de Monseñor de Meriño no son, como podría pensarse, las que compuso como orador sagrado, sino las que pronunció cuando intervino en las disputas políticas…»(Los Próceres Escritores. Obras Selectas, tomo I. Editora Corripio, 2006. Pp 229-243. Joaquín Balaguer).
Su condición de portador de un alzacuello y otras indumentarias sacerdotales no le impidieron a Meriño ejercer con asiduidad su sexualidad, pues “ante todo era un hombre”. Eso que los psicólogos denominan hipersexualidad tuvo en él (con su fogoso cuerpo cubierto por una sotana) a un gran exponente, famoso por su galantería con muchas damas.
Esa fue una verdad que se materializó con una nutrida descendencia procreada sin la cobertura de un tálamo nupcial. Sus numerosos hijos no llevaron su apellido, pero obviamente eran portadores de sus genes.
Para resaltar el papel del referido arzobispo y presidente de la República como progenitor, un historiador y crítico literario dominicano escribió al respecto que “…el Meriño intelectual escribiendo hubiera sido de desear verle con la estatura del Meriño hombre”. (De las Letra Dominicanas. Editora Taller, 1996.P.27. Rufino Martínez).
Como persona dedicada al altar fue ordenado diácono el día 27 de junio de 1855. Diez meses después, el 24 de abril de 1856, con sólo 23 años de edad, fue consagrado sacerdote por el arzobispo Tomás de Portes e Infante, quien con la insignia litúrgica de su báculo en mano no pudo imaginarse en ese solemne momento que al joven de origen campesino que estaba ungiendo sería el más destacado de los dominicanos portadores del solideo.
Después de escalar diversos niveles en su ministerio sacerdotal, incluyendo a partir de 1867 la Rectoría del Seminario Conciliar Santo Tomás de Aquino, tomó posesión el 21 de junio de 1884 como administrador apostólico de la entonces única Arquidiócesis de la República Dominicana.
Al siguiente año, el 3 de julio de 1885, el papa León XIII lo nombró arzobispo metropolitano de Santo Domingo. Mantuvo el palio arzobispal (recibido el 13 de septiembre de 1885) hasta su muerte, ocurrida el 20 de agosto de 1906. Fue sucedido en ese alto cargo eclesiástico por monseñor Adolfo Alejandro Nouel Bobadilla, que tomó posesión de la “silla primada” el 15 de marzo de 1907.
Durante las dos décadas que dirigió la Iglesia católica dominicana afianzó no sólo sus elevados niveles de orador religioso, sino que se mantuvo como un vigía de su grey y, además, fue participante en decisiones trascendentales del país político. Hizo ambas cosas con su personalidad de hombre valiente y con la impronta de la fuerza moral que siempre lo caracterizó.
En la próxima entrega de esta breve serie señalaré otros detalles de la intensa y exitosa vida de Meriño como patriota, político y gobernante.
teofilo lappot teofilolappot@gmail.com