De Hombres, Mujeres y Cosas, Efemerides, Mi Voz, Opiniones

LA FANTASMA DE HIGÜEY

Teófilo Lappot Robles

Doctor Teófilo Lappot Robles

William Shakespeare

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES 

El 15 de noviembre del 1995, en París, Francia, en una reunión extraordinaria de sus miembros, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declaró el 23 de abril de cada año como “Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor”. Dicha festividad mundial comenzó el año siguiente, de manera tímida. Ahora es un evento que concita un interés cada vez más creciente.

Miguel de Cervantes Saavedra

Los motivos fundamentales que dieron validez a dicha decisión estuvieron basados en que el 23 de abril del año 1616 ocurrieron dos hechos impactantes para el mundo de las letras: La muerte del poeta y dramaturgo inglés William Shakespeare y el entierro del novelista y dramaturgo español Miguel de Cervantes Saavedra, que había muerto el día anterior en la ciudad de Madrid.

Los libros son instrumentos de inconfundible importancia para materializar una interminable serie de valores que contribuyen al desarrollo del intelecto de los seres humanos, amén de que producen una miríada de otros beneficios individuales y colectivos.

Es por ello que considero oportuno en este abril del 2025 resaltar una obra titulada La fantasma de Higüey, por ser la primera novela escrita y publicada en forma de libro por un dominicano (Francisco Javier Angulo Guridi). Ese acontecimiento editorial se produjo en el año 1857, en La Habana, Cuba. El tamaño y la tipografía utilizada arrojaron 138 páginas de subyugante emoción.

Su autor vivió en la ciudad de Higüey desde el 1853 hasta el 1855, tiempo en el cual probablemente concibió y escribió dicha obra. Su contenido permite decir que fue un chispazo del ingenio creativo de ese dominicano que tendría luego papeles estelares en la vida nacional, particularmente como aguerrido coronel en la guerra que restableció la soberanía nacional luego de la nefasta anexión a España.

Unos pocos, que no pasan de tres, en un fatuo ejercicio de soberbia cultural y mezquindad, la ignoran por completo en sus comentarios sobre las primeras novelas dominicanas. Ponen como la primigenia a El Montero, de la autoría de Pedro Francisco Bonó. Dicho sea de paso una prelación que como libro en sí carece de sustento. Esa actitud es una de las minucias comunes en el escrutinio de cualquier aspecto del pasado de la República Dominicana.

Pero la realidad, como crisol de la verdad, es que Francisco Javier Angulo Guridi debe ser considerado como el primer novelista dominicano, gracias a su citada obra en formato de libro, ambientada en la región oriental del país.

En ella hay fantasmas y piratas, pero tal vez lo más sustantivo es que en sus páginas aparece por primera vez en prosa ficcionada entre nosotros la figura de un indígena, Tuizlo. Dicho lo último obviando parrafadas inconexas de pura invención de Cristóbal Colón, Bartolomé de las Casas, Fernández de Oviedo y otros fabuladores coloniales.

Ese indígena fue muerto por la joven coprotagonista Lidia, que en la imaginación del celebrado autor fue engendrada por el galés Henry Morgan en lecho adúltero, en la isla Saona, en uno “de sus lúbricos desbordes”. Era el mismo siniestro personaje que luego se convirtió en jefe filibustero de triste recordación en las Antillas, dirigiendo un grupo de matones que “tenían convertido el mar en un cadalso”.

La obra comienza con la narrativa de Angulo Guridi revelando que vivió “en el pueblecito de Higüey, cuyos habitantes nunca olvido…” y después de más de 100 páginas de hermosa lírica termina señalando que en la isla Saona, refiriéndose al citado personaje Lidia, se oyen “unos tristísimos gemidos y unas voces que piden perdón del lado de la playa siempre que la luna brilla…sobre la tumba de su víctima”. De inmediato anota que: “…en el pueblo de Higüey se ve vagar la figura de una mujer en torno al Santuario de Altagracia”.

Con el paso del tiempo La fantasma de Higüey ha sido objeto de interpretaciones diferentes en lo que respecta a la intención de su autor, en cuyo terreno movedizo no es necesario entrar ahora.

Vale recordar que desde el lejano 1532 la Corona de España prohibió que en sus colonias de América se difundieran obras con el pensamiento de sus autores. Así de contundente y arbitraria fue dicha disposición: “…ningún español o indio lea…libros de romance que traten materias profanas e historias fingidas, porque se siguen muchos inconvenientes”.

Eso limitó mucho la posibilidad de aprendizaje y creación de autores de ficción en esta parte del mundo. Dicho eso al margen del contrabando bibliográfico que seguramente se produjo a partir de entonces, lo que tal vez permitió, entre otras cosas, que a la ciudad de Santo Domingo se le denominara en la segunda mitad del siglo XVII como la “Atenas del Nuevo Mundo”.

En abono a la memoria literaria de Francisco Javier Angulo Guridi debo decir que a partir del 1863 fue uno de los más activos publicistas en la divulgación de obras dramáticas, algunas de las cuales permanecen vivas en las letras nacionales. Su drama Iguaniona es la muestra más relevante de eso. Lo publicó en el 1876. Consta de tres actos y un verso. Fue prologado por el poeta indigenista, entonces treintañero, José Joaquín Pérez.

Desde que en el 1843 (tenía 27 años de edad) publicó en Cuba una colección de ensayos de poemas tuvo la compañía de Calíope, la musa de la poesía, que no lo abandonó hasta poco antes de su muerte en el 1884, en San Pedro de Macorís, acompañado de algunas excentricidades personales, cuando ya era casi un fantasma de lo que él significó para la República Dominicana en términos patrióticos y literarios.

Teófilo Lappot Robles

teofilolappot@gmail.com