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LAS MUERTES DE DUARTE, SÁNCHEZ Y MELLA

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella forman la trilogía de los padres de la patria. En esa virtud  están en el más elevado escalón de la veneración nacional, con Duarte encabezando la proceridad dominicana.

Sus afanes patrióticos no impidieron que sus adversarios internos, que controlaban la Junta Central Gubernativa, decidieran el 22 de agosto de 1844 declararlos traidores a la patria y expulsarlos del país. No habían transcurridos seis meses de la proclamación de la Independencia Nacional.

El primero en morir fue Sánchez, luego Mella y Duarte de último. Los tres sufrieron muchas vicisitudes a la largo de su vida, incluso en el marco de la literalidad de sus muertes se comprueban rasgos comunes, pues fallecieron en condiciones deplorables.

Juan Pablo Duarte

DUARTE

Duarte, el esforzado patriota que sufrió persecuciones y exilio antes y después de que se proclamara la Independencia Nacional, fue el creador de los instrumentos de concientización colectiva para fundar la República Dominicana.

Fue ideólogo para la liberación del pueblo dominicano del yugo de los haitianos que durante más de dos décadas lo oprimieron y saquearon sus riquezas. En una clara señal de su temple revolucionario y su robustez moral sacrificó la paz y los bienes de él y de su familia para lograr ese objetivo.

De él se conoce más su protagonismo en la formación de La Trinitaria (16 de julio de 1838) de La Filantrópica y La Dramática, semilleros de donde nació la libertad dominicana. Es menos conocida su disposición de participar en acciones bélicas, dispuesto a exponerse al fuego de los enemigos, lo cual siempre se le impidió, salvo el breve tiempo en que desoyendo órdenes de autoridades restauradoras se internó en campos de Yamasá, Peralvillo y Monte Plata para enfrentarse a tropas anexionistas, consciente de que la guerra es una ciencia.

Algunos tergiversadores de la verdad histórica han dibujado a un Duarte carente de valor para exponerse en los rudos teatros de la guerra, pero nada más falso, como se comprueba en documentos que se han podido salvar de la voracidad destructiva de los enemigos de su pensamiento forjado en una admirable tarea de conciencia y acción para la liberación nacional.

En Duarte estaba latente un espíritu de marcialidad; ello dicho al margen de que tal vez no era conocedor de los conceptos militares desarrollados por el prusiano Carl von Clausewitz en el siglo XIX, ya difundidos en Europa cuando aquí se estaba fraguando la libertad del pueblo dominicano. Y es una obviedad que tampoco conoció las opiniones del politólogo estadounidense Samuel Huntington, vaciadas en su obra El Soldado y el Estado, pues esta fue publicada en el 1957, es decir 113 años después de la luminosa noche febrerina.

Duarte “aspiró con legítimo orgullo a singularizarse también en los campos de batalla”. Así lo dejó escrito, con pruebas documentales, el historiador Leonidas García Lluberes (Crítica histórica).

El ensayista y jurista Américo Lugo, que el 3 de marzo de 1934 no había sido muy amable con la figura de Duarte, tuvo que cantar la palinodia 21 días después, admitiendo que nunca estuvo “de ningún modo exento de valor personal y de pundonor militar.”

La carta que Duarte le envió desde Baní a la Junta Central Gubernativa, el 1 de abril de 1844, es una elocuente demostración de sus atributos viriles: “Es por tercera vez que pido se me autorice para obrar solo con la división…La división que está bajo mi mando sólo espera mis órdenes, como yo espero las vuestras para marchar sobre el enemigo…”

Ese hombre inmenso, que nunca dejó de pensar en su patria, como registró en sus Apuntes (archivo y versos) su hermana Rosa Duarte, y ratificaron otros autores que investigaron su cotidianidad fuera de la tierra que ayudó a liberar, murió en miseria espantosa y olvidado en Venezuela el 15 de julio de 1876, a los 63 años de edad, después de sufrir un largo exilio.

SÁNCHEZ

La intrepidez patriótica de Francisco del Rosario Sánchez comenzó antes de proclamarse la Independencia Nacional. El 12 de octubre de 1843 tuvo que ocultarse, a la llegada a Santo Domingo del presidente haitiano Charles Hérard. Ese siniestro personaje lo consideró como un elemento de gran interés para descabezar a los dominicanos que procuraban terminar con la opresión de los ocupantes.

En sus Apuntes para la historia de los Trinitarios José María Serra describe el gran interés mostrado por Hérard y sus secuaces de descubrir el escondite de Sánchez, agregando que lo que lograron fue “anticiparle celebridad y ganarle prestigio”.

Las acciones emprendidas por Sánchez desde la misma noche del 27 de febrero de 1844 hasta su “Gólgota: el cadalso de San Juan”, son las pruebas palpables de que nunca desertó de sus ideas trinitarias. Sólo unos pocos se han atrevido a propalar lo contrario, con una abigarrada mezcla de malicia e ignorancia.

Tres veces fue expulsado  Sánchez de su país, siendo la última vez en el 1859.Eso fortaleció más su espíritu de lucha en favor de su pueblo, quedando más que patente cuando desde la pequeña isla de Saint Thomas, en el Caribe Oriental, lanzó una proclama el 20 de enero de 1861 denunciando que ya Pedro Santana, sus socios en la perversidad y sus paniaguados habían acordado con la Corona de España “la muerte de la patria.”

Producida la anexión de la República Dominicana a España decidió abandonar su último exilio. Entró al país para luchar de nuevo por la soberanía nacional. Lo hizo por Hondo Valle el 1 de junio de 1861.

No pasó mucho tiempo para que la traición se hiciera presente en contra de Sánchez y de los demás patriotas que lo acompañaban. Sujetos como Santiago De Óleo y Romualdo Montero, entre otros, lo emboscaron a piedemonte del cerro llamado Juan de la Cruz, en la aridez del suroeste dominicano. Ahí fue herido y capturado junto a 21 de sus infortunados compañeros de ideales.

Fueron llevados a San Juan de la Maguana donde el 3 de julio de 1861 un consejo de guerra espurio, en su definición jurídica, le hizo un juicio amañado, sin aplicación de ninguna de las variables de justicia, por órdenes del general anexionista Pedro Santana, a pesar de las objeciones de comandantes de la ocupación extranjera como Antonio Luzón y Antonio Peláez.

El día siguiente de esa fatídica decisión Sánchez, con 44 años de edad, y los demás patriotas que con él cayeron en defensa de la restauración de la República, fueron asesinados (es el término jurídico aplicable).

Un oficial español, que fabuló mucho sobre hechos ocurridos en el país desde la llegada exploratoria del comisario Mariano Torrente en 1852, por mandato del entonces capitán general colonialista de Cuba Valentín Cañedo Miranda, hasta el 10 de julio de 1865 cuando salieron del territorio dominicano las últimas tropas hispánicas, tuvo que admitir que fue un tétrico simulacro el llamado juicio a Sánchez y 21 de los patriotas que con él llegaron al país para enfrentar con las armas a los ocupantes.

Así lo resumió: “Se hizo la parodia de un consejo de guerra…no hubo compasión y fueron sentenciados a muerte, ejecutándose la sentencia con circunstancias repugnantes, pues unos fueron muertos a tiros, otros a palos y otros a machetazos…” (Historia de la Dominación y Última Guerra de España en Santo Domingo. Editora SD, 1974. P.75. Ramón González Tablas).

MELLA

Ramón Matías Mella, seguidor de los ideales patrióticos de Duarte, que había sido encarcelado durante dos meses en una inmunda cárcel haitiana, fue el valiente que protagonizó la acción cimera en la Puerta de la Misericordia, en Santo Domingo, la medianoche del 27 de febrero de 1844, exclamando la redención del pueblo dominicano. En ese momento se anunció al mundo el nacimiento de la República Dominicana.

Fue uno hecho trascendental en la historia nacional. El citado trinitario José María Serra, cronista de hechos singulares de nuestro pasado, lo anotó así: “Comprometida es la situación, dijo Mella, juguemos el todo por el todo, y disparó al aire su trabuco.”

Fue un guerrero que también adquirió gran habilidad política. Siendo ministro de Guerra creó el Manual de Guerra de Guerrillas, usado tanto en el país como en otros lugares del mundo. Sobresalió como táctico y estratega en los contextos bélicos.

Mella fue un excelente organizador de tropas de infantería y poseía gran tacto para disponer adecuadamente las piezas de artillería. El historiador Rufino Martínez escribió de él que “tenía porte garboso y aire militar”.

En ejercicio de sus funciones como ministro de Guerra realizó en enero de 1864 un viaje al sur, con el objetivo de corregir anomalías militares que había en esa zona del país. Tuvo que atravesar “bosques cerrados e inhóspitos” de la cordillera Central. El poeta e historiador Manuel Rodríguez Objío escribió en el 1866 que ese viaje fue la “fatiga que desarrolló en él la enfermedad que le condujo al sepulcro.”

Designado vicepresidente de la República, sin llegar a tomar posición de esa elevada función, Mella murió de disentería el 4 de junio de 1864, rodeado de todas las precariedades materiales en una pequeña casa cerca del histórico fuerte de San Luis, en la ciudad de Santiago de los Caballeros.

Los restos mortales de Duarte, Sánchez y Mella reposan en el Altar de la Patria, por mandato de la Ley 237, promulgada el 1 de abril de 1943, hace ahora 82 años.

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