Por Teófilo Lappot Robles
El 19 de marzo de 1844, hace ahora 181 años, las armas de la entonces recién nacida República Dominicana tuvieron que enfrentar feroces ataques armados de extranjeros que hacía menos de un mes habían sido expulsados del país con motivo de la Independencia Nacional.
En la sureña ciudad de Azua y sus campos cercanos, durante tres largas horas que transcurrieron en parte en combates cuerpo a cuerpo con armas blancas, los intrusos del oeste de la isla masticaron el polvo de la derrota.
Esos invasores llegaron al país con un impresionante equipaje de artillería, caballería e infantería, así como con miles de granaderos, dragones y cazadores de la Guardia Nacional de Haití. Tenían la falsa creencia de que para ellos sería un paseo militar.

En mapas y planos de la cartografía militar del país está detallado el posicionamiento que tenían ese día los combatientes dominicanos en los diferentes puntos cardinales de Azua. Cargaban unos pocos cañones, fusiles con pocas rondas de municiones, así como no muchas y armas blancas. La retaguardia estaba en el Fuerte Resolí, al mando del bravo Nicolás Mañón.
Los invasores haitianos eran más de 15 mil soldados bien artillados y con experiencia de guerra, mientras que los dominicanos no llegaban a los 3 mil hombres, sin hábitos de conflictos bélicos, pero dotados de un coraje inmenso.
Francisco Soñé, un francés que tenía años viviendo en Azua, dirigió el pelotón (entre los que estaban Juan Ceara y Luis Álvarez) a cargo del potente cañón que ese glorioso día causó muchas bajas a los haitianos, fulminando a cientos de ellos que, encabezados por el general Thomas Héctor, cometieron el grave error táctico de desplazarse en columna cerrada en el área donde estaba emplazada esa importante pieza de artillería.
Fueron de gran impulso las constantes arengas del genio militar Antonio Duvergé a los patriotas que defendían a costa de sus vidas la soberanía nacional. Otro cañón de modesto tamaño lanzó fuego redentor terminando con la existencia de los coroneles haitianos Vincent y Giles, quienes dirigían sendos regimientos de los invasores.
Thomas Madiou, un historiador haitiano que generalmente hizo anotaciones fuera de contexto cuando se refería a temas conflictivos dominicano-haitianos no tuvo de otra que admitir que el 19 de marzo de 1844 los soldados de su país, dirigidos por el presidente Charles Herard, fueron derrotados en Azua.
Así lo escribió, seguramente con amargura y pesar, el que también fue ministro de Relaciones Exteriores de Haití: “Fueron recibidos a cañonazos con metralla y obligados a replegarse, batiéndose en retirada un poco desordenadamente.” (Historia de Haití. Editorial Forgotten Books, 2018.Volumen III.P135.Thomas Madiou).
En sintonía con lo anterior vale decir que el diplomático, orador y ensayista dominicano Enrique Deschamps tuvo mucha razón al escribir sobre ese encuentro bélico lo siguiente: “Los heroicos azuanos abrillantaron los fastos nacionales con la gloriosa acción del 19 de marzo de 1844, fecha que integra un luminoso jalón de gloria en la historia de la independencia dominicana.” (La República Dominicana. Directorio y Guía. SDB. Edición facsimilar. Editora Búho, 2003. Segunda parte.P202. ED).
Por más que se hayan tergiversado los hechos para favorecer la memoria de un conocido personaje que allí “no había olido la pólvora” (para decirlo con palabras del intelectual Víctor Garrido Puello), la verdad redonda y rotunda es que el triunfo del pueblo dominicano el 19 de marzo de 1844 tuvo una figura protagónica fundamental: Antonio Duvergé, a quien unos pocos han pretendido restarle méritos patrióticos, ignorando que la verdad siempre se impone ante el tribunal de la historia.
Demostró ser un experto en la distribución de los soldados de caballería, en la utilización de las mortíferas armas blancas y en los demás detalles del despliegue guerrero de los patriotas dominicanos. Lo hizo con el apoyo eficaz de José María Cabral y otros bizarros oficiales cuyos nombres refulgen en la historia nacional.
Sus habilidades militares y su innata capacidad de mando, amén de la superioridad moral de los dominicanos, suplieron con creces la falta de fortificaciones y la diferencia abismal en el número de combatientes, con relación a los agresores.
Otra prueba contundente de que Antonio Duvergé fue el auténtico héroe de la más gloriosa mañana azuana quedó confirmada con lo que escribió un coronel haitiano presente en los combates, quien se refirió a él así: “intrépido…uno de los más valiosos oficiales; este nómada de nuestros desiertos aparecía y desaparecía con la celeridad de un relámpago para mantener la alarma…” (Campaña del Este en 1844.Imprenta Jr. Courtois, 1862. Dorvelas Dorval).
En abono a lo anterior un político, periodista y diplomático dominicano, de gran activismo público en el siglo XIX, al reflexionar sobre la participación de Duvergé en Azua, dice lo siguiente: “…Su heroico valor fue superior a todo esfuerzo humano, el triunfo de aquel peligro que la patria corría, fue suyo…” (La traición de Santana. Ensayo divulgado por primera vez en el 1862.Manuel María Gautier).
El triunfo de las armas dominicanas sobre los haitianos en Azua, el 19 de marzo de 1844, se logró porque se aplicó la praxis de la lucha armada y se ejerció con tenacidad, en el fragor de los combates, la táctica conocida como defensa activa, analizada en sus múltiples detalles por Carl von Clausewitz y otros tratadistas de la doctrina militar.
Tal vez porque “nadie les quita lo bailado” a los que en Azua lucharon con tesón para sostener la soberanía de la entonces recentina República Dominicana fue que ante unos comentarios desafortunados acerca de lo que se produjo en aquel fasto día, publicados en el 1940 por un conocido historiador, en un ensayo titulado “Retazos de la Batalla del 19 de marzo”, este tuvo que admitir posteriormente que la reacción contraria a sus opiniones fue: “algo así como un menjurje de apazote, palo de cerro, aceite de higuereta y serrín de guao.” (Obras Completas. Editora Corripio, 1994.Pp203-208.Sócrates Nolasco).
Teófilo Lappot Robles