Farid Kury
Con la independencia dominicana de febrero de 1844, en vez de un Estado dirigido por los trinitarios que acaudillaba Juan Pablo Duarte, quedó instaurado el Estado hatero personificado en Pedro Santana. La lucha desatada entre hateros y trinitarios fue ganada en todos los terrenos por Santana y Tomás Bobadilla.
Pero ese Estado quedó aniquilado con la Anexión a España proclamada el 18 de marzo de1861. Esa anexión era el resultado no del peligro haitiano como había proclamado el general Santana, sino de la incapacidad de éste mantener vivo el Estado hatero.
La respuesta a la anexión fue la guerra de la Restauración de 1863, y con el triunfo de esa epopeya en 1865, se inauguró el Estado caudillista, caracterizado por la anarquía, las revueltas, el poco control político, y por ser un Estado fiscalmente muy débil.
La intervención norteamericana de 1916 destrozó ese Estado. Y con el ascenso al poder de Rafael Leónidas Trujillo, se inauguró el Estado dictatorial. Ya no se trataba de caciques regionales sublevandose por nimiedades, sino de un dictador fuerte, con un ejército nacional y control absoluto del territorio, de las personas y de las finanzas.
En el Estado caudillista, los caudillos eran admirados y seguidos de manera espontánea. Pero esa admiración espontánea fue sustituida en la dictadura por la adulación, impuesta en base al terror y a la repartición de favores y dádivas del Estado.
El dictador concentró en su personalidad y en su alma, como dice el profesor Juan Bosch, los vicios acumulados por siglos de la sociedad dominicana, y como tal, llevó la adulación, en base al terror y las dádivas, a niveles exagerados y vergonzosos, que disminuían y humillaban la dignidad nacional.
Ahora bien, con su muerte el 30 de mayo de 1961 y el fin de su dictadura, desapareció el terror, pero no la dádiva. Ya no se trataba de agenciarse apoyos a través del terror, pero sí a través de las dádivas.
Juan Bosch en 1963 trató de implementar un gobierno de verdad democrático en todos los aspectos, entre ellos, en la forma de hacer política. Pero con su derrocamiento quedaron truncadas esas aspiraciones.
Joaquín Balaguer, al volver al poder en 1966, fue el mayor exponente de la política de repartirse el presupuesto nacional para acallar inconformidades y conseguir apoyos y adulaciones, al mejor estilo trujillista.
Sustituido Joaquín Balaguer en 1978, el PRD siguió ese librito. La nómina del Estado fue aumentada exageradamente para satisfacer los requerimientos de los compañeros y el gasto corriente fue aumentado para fines partidistas.
El doctor Balaguer retornó al poder en 1986 y volvió a hacer lo que sabía hacer: repartirse el presupuesto nacional para fines políticos.
Pero al ser sustituido en 1996, esos métodos debieron ser enterrados, o al menos debió iniciarse el camino de enterrarlos. Se debió inaugurar una nueva manera de hacer política desde el Estado. Pero no fue así, desgraciadamente no fue así. Al contrario, todos esos métodos balagueristas, que eran trujillistas, fueron acrecentados, e incluso legitimados.
De repente, los que habíamos combatido esos métodos empezamos a escuchar los análisis pragmáticos reclamando las bondades de los mismos. Y en la medida en que la capacidad fiscal del Estado aumentaba, en esa medida aumentaba la capacidad de repartir dádivas y agenciarse apoyos.
Ahora el vicio creció demasiado. El paciente tiene cáncer terminal. La política es reparto y los políticos participan en ella buscando «lo mío». Ahora los buenos decretos se compran, y para cualquier cargo electivo se necesitan sacos de papeletas. Los políticos con ideas y formación son el pasado. Ya no encajan en los esquemas de la sociedad del siglo XXI. A las cúpulas de los partidos les interesan los políticos con mucho dinero, y donde quiera que encuentren uno le ruegan aceptar ser candidato por sus plataformas políticas, aunque no tenga la menor condición para ello. Eso no importa. Lo que importa es el dinero que pueden aportar, aunque salga de una caleta.