POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Los indios caribes llamaban a Guadalupe la tierra “de las bellas aguas”, por los colores azul ultramar y verde esmeralda de estas.
Recorriendo calles y avenidas de Guadalupe se observan edificaciones de arquitectura similar a la de algunos distritos parisinos, los famosos arrondissements. Decenas de esos inmuebles tienen grotescas y extravagantes gárgolas fijadas en paredes y voladizos, exhibidas para “espantar demonios y brujas” más que para los fines de desagüe de los tejados, según el decir popular de muchos guadalupeños.
En varios de los lugares de afluencia de turistas de ese departamento de ultramar de Francia y región ultra periférica de la Unión Europea se disfruta en vivo de una música aportada por los africanos esclavizados, denominada gwo ka, lograda a través de instrumentos de percusión de madera (los xilófonos). También hay bazares con productos artesanales, flores, frutas, infusiones diversas de raíces, semillas y hojas de hierbas y plantas de la floresta caribeña, así como mercados donde la población se abastece de pescado, carne, víveres, etc.
Durante los meses de enero y febrero se celebra cada año el famoso carnaval de Guadalupe, con comparsas ataviadas con trajes de un colorido sin igual. Las carrozas son en sí un derroche de creatividad. En esa fiesta se despliega una liturgia propia de lo que es el sincretismo mágico religioso, que en el Caribe tiene características especiales.
Cada diciembre en Guadalupe se realiza un festival de jazz con artistas locales y extranjeros, que ya se ha convertido en una especie de imán que atrae a miles de espectadores.
Pero lo que es ahora el pueblo guadalupeño viene precedido de acontecimientos dramáticos de su convulso pasado. Por ejemplo, el 12 de abril de 1782 una pequeña flota francesa comandada por el almirante Conde Francois de Grasse fue derrotada en los territorios insulares conocidos como Las Santas. Fue uno de los varios enfrentamientos que tuvo en esa zona. Por las dificultades que no pudo superar podemos decir que llegó allí con “tela marinera”.
Guadalupe tuvo muchas dificultades derivadas la llamada guerra de los siete años entre Francia y Gran Bretaña y otras potencias europeas (1756-1763). A mitad del 1784 comenzó a reanimarse económicamente, con el reinicio de las ventas, sin atajos portuarios, a los Estados Unidos de Norteamérica de productos derivados de la caña de azúcar.
La melaza, por ejemplo, era muy demandada por decenas de destilerías de ron que funcionaban en gran parte de la costa este de ese poderoso país, como de manera detallada lo explica el economista e historiador Alain Buffon en un ensayo publicado en el 1979 por la Sociedad Histórica de Guadalupe.(Contribución a la historia económica de Guadalupe 1635-1919. Alain Buffon).
Un acucioso historiador inglés también hizo amplias investigaciones sobre lo indicado en el párrafo precedente, así como acerca de las diversas formas desarrollo, la cotidianidad de las capas sociales, la cultura y las modificaciones del medio ambiente en los territorios insulares del Caribe oriental, abundando sobre lo ocurrido en el ayer de Guadalupe. (Las Indias Occidentales: modalidades de desarrollo, cultura y cambio medioambiental desde 1492. David Watts. Alianza Editorial. Edición 1992).
Vale decir que para la indicada época (1784 y años siguientes) floreció en el territorio “de las bellas aguas” el contrabando, pues perdieron fuelle los controles de las autoridades coloniales. Los colonos blancos más poderosos atacaron a personas blancas de nivel económico medio y a los mulatos. Y esos tres grupos cometieron tropelías en perjuicio de los esclavos negros.
En abril de 1790 se produjo en Guadalupe una matanza de esclavos como castigo supremo porque se sublevaron en los montes contra los esclavistas blancos, dando origen a lo que se conoce como el cimarronaje, que incluyó la fundación entre los bosques de aldeas llamadas quilombos o palenques.
A poco tiempo llegaron tropas británicas para enfrentarse a las francesas. En esa danza de pugnas de poderes que entonces se vivía por esta parte del mundo vencieron a los franceses, quienes en un contraataque retomaron el control en junio de 1794.
El marsellés Victor Hugues fue durante cuatro años (1794-1798) gobernador de Guadalupe. Era un militar, político, experto en comercio internacional y dueño de extensas plantaciones de café, algodón y caña de azúcar en varias islas caribeñas. Se alineó con la causa de la Revolución Francesa y logró que los jacobinos le encomendaran ejecutar los principios revolucionarios que bullían en la metrópoli, tarea que comenzó ordenando guillotinar a muchos colonos blancos.
Ese gerifalte francés, con espíritu de fenicio, se transformó en un perseguidor de la población mayoritariamente negra, obligando a muchos ex esclavos a realizar trabajos forzados so pena de perder la vida.
Vale decir aquí que el referido personaje protagoniza una de las novelas esenciales del canon literario latinoamericano, ambientada en el siglo XVIII, con escenarios en Guadalupe y otros lugares del Caribe insular, además de Francia.
En esa obra de ficción se le describe como un déspota que recorrió el arcoíris político de su país natal: “En un vasto júbilo de salvas, banderas tricolores, músicas revolucionarias, comenzaron a salir las pequeñas escuadras del puerto de la Pointe-a Pitre…Pero esto era preferible a permanecer en el mundo cada vez más demoníaco de un Víctor Hugues resuelto a agrandar su propia estampa…” Así escribe, entre muchas otras cosas, sobre el susodicho gobernador, el escritor cubano Alejo Carpentier. (El siglo de las luces. Alejo Carpentier.P.149.Editora Compañía General de Ediciones. México, 1968).
Como resultado de la Revolución Francesa (1789-1799), la esclavitud no existía teóricamente en Guadalupe, pero en mayo de 1802 el general Napoleón Bonaparte ordenó, probablemente con sus conocidas frases de cajón, que la misma se restableciera con todos los rigores, para lo cual mandó allí una flota dirigida por el general Antoine Richepanse con la encomienda de sepultar de mala manera cualquier señal de jacobinismo. Así se hizo el 16 de julio del indicado año.
Pero después de un largo y doloroso proceso social, político y económico ahora se puede hablar de otra etapa en la historia de Guadalupe, y por eso se repiten en sus calles y avenidas los nombres de Nelson Mandela, Victor Schoelcher, Martin Luther King, Saint-John Perse, Ho Chi Minh y otros personajes famosos.
Y en el presente también se puede observar en su ciudad más dinámica un conjunto escultórico (con una coreografía de dos filas de bailadores) resaltando los cantos danzarios de los esclavos y los tambores africanos abiertos por un extremo y tocados con 4 dedos, al estilo de la calenda de los pueblos ubicados en el golfo de Guinea. Es una simbología de la particular cosmogonía del animismo, chamanismo y totemismo de los ancestros del grueso de la población de ese territorio caribeño.
Esa obra no sólo contiene en sí una belleza visual, sino que resume la esencia de la cultura acumulada por los guadalupeños durante siglos. Pienso que se puede decir que en el referido monumento queda reflejado el pensamiento del gran poeta, dramaturgo y ensayista británico- estadounidense T.S. Eliot, cuando escribió: “La cultura es algo que debe crecer. Usted no puede construir un árbol: lo único que puede hacer es plantarlo, y cuidar de él: esperar a que madure a su debido tiempos”. (Notas para la definición de la cultura. Emecé Editores. Argentina. T. S. Eliot).
(Extracto de un libro que publiqué en el 2014).
teofilo lappot
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