POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Desde el 1635 Francia tiene el control de Martinica, y desde entonces hasta ahora sólo ha habido algunos maquillajes institucionales, que no penetran al meollo de la independencia. No es una colonia, como muchos creen, sino un territorio y departamento de ultramar de ese país europeo.
En el pasado hubo breves temporadas en las cuales se le arrebató a Francia el dominio de esa isla caribeña. Así ocurrió en el 1762, cuando una flota inglesa comandada por el almirante George Rodney tomó el control del fuerte San Luis, situado en la bahía frente a la cual se yergue la ciudad principal de Martinica, expulsando de allí a los galos.
Entre los puntos de atracción que hay en Fort-de-France, la capital de esa hermosa isla antillana, está la Catedral San Luis. En el lugar donde se edificó hubo otras seis iglesias que fueron destruidas por terremotos y huracanes o saqueadas por corsarios y otros forajidos que en el pasado asediaron esa ciudad.
El actual principal templo católico de Martinica fue construido a finales del siglo XIX, con un diseño arquitectónico neogótico. En la séptima década del siglo pasado fue objeto de una importante remodelación, que incluyó la llamativa pintura que exhibe ahora.
Por su estructura se le dice popularmente la Catedral de Hierro. Tiene en el fondo y en los laterales hermosos vitrales. Está dotada de un órgano del cual se extraen especialmente cantos gregorianos.
También son de interés en ese territorio caribeño los parques urbanos y culturales Aimé Césaire y José Martí, las plazas Clemenceau y Francois Miterrand, el Museo de Historia y Etnología; los mercados de abastos, el cementerio de la Levée, el ancho y concurrido boulevar general Charles de Gaulle, así como el Jardín botánico de Balata, un auténtico bosque urbano, por su clasificación de arboreto.
Además de todo lo anterior en dicha ciudad funciona un teatro donde con frecuencia se presentan obras famosas, en una suerte de carrusel de actividades culturales con sabor a historia, en el cual predominan las artes escénicas.
Tienen, asimismo, la plaza Cour Perrinon. Es un moderno edificio de dos niveles con tiendas cargadas de artículos variados. Reinan en ella los rones martiniqueños, famosos en muchos lugares del mundo, incluyendo en la República Dominicana.
Los odónimos de muchas de sus calles y avenidas corresponden a personajes famosos como Aimé Césaire, Lamartine, Émile Zola, Bolívar, Voltaire, Anatole France, Víctor Hugo, Pasteur, Félix Éboué, etc.
Algunas de esas arterias, especialmente las más antiguas, son angostas y con pequeñas edificaciones de viviendas familiares y locales comerciales de colores vivos y sin entradas laterales. La mayoría tiene una arquitectura impresionante.
La capital martiniqueña es un reconocido punto turístico del Caribe Oriental. Es frecuente que en varios lugares de allí actúen artistas locales con cantos, ritos y danzas de sus ancestros esclavos para lo cual usan entre otros instrumentos uno de percusión, denominado tambor bélé.
En la referida ciudad hay un gran predio verde, a manera de parque abierto y general, al que llaman La Savane, en cuyo entorno hay un museo arqueológico con muchos objetos milenarios. Es habitual que lo visiten arqueólogos, antropólogos, geólogos, gemólogos, botánicos y otros expertos que realizan allí estudios sobre la historia del universo. Recibe también estudiantes, turistas y público en general.
En Fort-de-France hay una estatua de la primera esposa del célebre emperador francés Napoleón Bonaparte, la cual nació en Martinica, hija de franceses. Era la controversial María Josefina Rosa Tascher de la Pagerie.
Vale decir, en consecuencia, que esa criolla martiniqueña fue emperatriz de Francia, reina consorte de Italia y duquesa de Navarra.
Un funcionario francés del siglo antepasado, Victor Schoelcher, es bien recordado en la historia de Martinica por haber luchado contra la esclavitud de los negros, librando grandes batallas políticas en la metrópoli para su abolición en todos los territorios de las islas menores de archipiélago antillano bajo el dominio del antiguo imperio francés.
En memoria al monsieur Schoelcher hay en la capital martiniqueña una biblioteca pública, una plaza, una estatua esculpida en mármol blanco, una calle y una escuela; así también un pueblo cercano lleva su nombre.
El 26 de abril de 1848 fue él, en calidad de secretario de Estado de Colonias de Francia, que estampó su firma en un Decreto que suprimió en Martinica, y en otros territorios ultramarinos bajo control francés, esa ignominia contra la dignidad humana que era la esclavitud.
Es oportuno decir que mucho antes, el 4 de febrero de 1794, la Asamblea Nacional de Francia había proclamado la eliminación de la práctica nefasta de la esclavitud, un acontecimiento institucional que fue un mérito de los jacobinos encabezados por Georges-Jacques Danton (guillotinado dos meses después, a los 34 años, el 5 de abril de aquel convulso año) y Maximilien Robespierre, decapitado a los 36 años, el 28 de julio, luego de 5 meses de esa proclama hecha al calor de la efervescencia parisina de entonces.
Concluyendo debo reiterar que el sentido de amabilidad de los martiniqueños es una de sus características más resaltantes. Dicho eso a pesar del fardo de frustración que arrastran (algo intangible pero presente) por las atrocidades cometidas contra sus ancestros.
Los vejámenes y muertes que trajo aparejada la esclavitud a que fueron sometidos los negros del África subsahariana traídos a distintos lugares de América fueron bien detallados por muchos autores, entre ellos el poeta martiniqués Aimé Césaire y el antropólogo estadounidense Melville J. Herskovits, quienes compartieron su visión sobre ese tema, aunque con notables diferencias de enfoques.
Dicho lo anterior porque Césaire abordó lo que definió como “la esencia de ser negro” y Herskovits se enfocó en la transculturización, pero resaltando con gran rigor intelectual el aporte gastronómico y artísticos (cantos, bailes etc.) de los esclavos negros y sus descendientes.
Cuando se visita Martinica y se analiza su historia, palpando la cotidianidad de su gente, se comprueba que es una isla que sigue siendo como un libro con muchas páginas en blanco que permite seguir profundizando en los pormenores surgidos de la emigración forzada por la violencia y la crueldad que durante varios siglos (XVI-XIX) sufrieron en este lado del mundo millones de negros africanos.
(Extracto de un libro que publiqué en el 2014).
teofilo lappot
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