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PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN ARGENTINA (y 2)

Teófilo Lappot Robles

Por TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Quedó demostrado que Pedro Henríquez Ureña pudo sobrevivir por más de veinte años en el mundo cultural y docente de Argentina porque ese país es un rompecabezas con diferencias notables en diversos ámbitos de cotidianidad de su geografía. Es algo parecido a lo que sobre Italia sostuvo muchas veces el gran semiólogo y escritor Umberto Eco.

Para la época en que Pedro Henríquez Ureña llegó a Argentina (1924) allá se miraba con fervor a Europa, y con desdén al resto de Latinoamérica, y peor aún a los pueblos caribeños como el nuestro. Eso ha cambiado en algo, por múltiples y conocidos motivos.

Prueba de lo anterior fue que luego de su muerte (1946) tardaron 44 años para declararlo Ciudadano Ilustre post-mortem de la ciudad de La Plata, donde ofreció tan útiles servicios por muchos años. Los envidiosos no pudieron sepultar “el pedrismo” que se nidificaba en la mente de los que bebieron en la fuente anchurosa de sus conocimientos. (Decreto 2504. Dos de octubre de 1990).

Siempre inculcaba en sus alumnos dentro de las aulas, y difundía a los demás a través de sus publicaciones en revistas y periódicos argentinos, que era necesario que se hiciera visible la importancia de las lenguas indígenas de América.

Es decir, que él incorporó (con mayor énfasis a partir de 1930) el estudio de los dialectos de los diversos pueblos que ya existían en esta parte del mundo a la llegada de los españoles, el 12 de octubre de 1492.

A pesar de la malquerencia de algunos, como señalé en la entrega anterior, siempre contó con la admiración y el entusiasmo de ilustres argentinos, como fue el caso de Jorge Luis Borges, que en el prólogo de la edición argentina de Obra Crítica de Pedro Henríquez Ureña escribió este mensaje de gran calado:

“Las ideas que están muertas en el papel fueron estimulantes y vividas para quienes las escucharon y conservaron, porque detrás de ellas y en torno a ellas había un hombre. Aquel hombre y su realidad las bañaban. Una entonación, un gesto, una cara, les daban la virtud que hoy hemos perdido”. (Prólogo de Jorge Luis Borges. Obra Crítica, Pedro Henríquez Ureña. Edición argentina, 1960).

Uno de sus alumnos argentinos más sobresalientes fue el crítico literario, ensayista y académico Enrique Anderson Imbert, que nunca se cansó de elogiar la trascendental labor de Pedro Henríquez Ureña. En una ocasión escribió de él que: “La preparación y personalidad del maestro son factores decisivos y mucho más importantes que las técnicas pedagógicas”. (Estudios sobre escritores de Américas. Buenos Aires, 1954. Enrique Anderson Imbert).

Tal vez por su tenacidad y por la proyección de la máxima eficiencia en su trabajo docente y de divulgación cultural en Argentina, lo cual logró por encima de las espinas y guijarros que le pusieron unos cuantos poderosos que en aquel país tenían secuestrada las principales instituciones académicas, fue que el historiador dominicano Rufino Martínez anotó sobre Pedro Henríquez Ureña que: “La clase de espíritu que fue en el  campo de la cultura le ha estado haciendo falta a la realidad social dominicana”. (Biografía de PHU. Rufino Martínez).

En sus memorias, escritas en el país que lo acogió en las dos últimas décadas de su vida, Pedro Henríquez Ureña dejó claramente establecido que su parábola vital estuvo marcada por muchos infortunios: “…mi vida fue haciéndose bastante triste, ensombrecida por el recuerdo de la muerte y por la poca aprobación que encontraban mis tendencias”.

Con frecuencia se difundieron artículos de Pedro Henríquez Ureña en la revista literaria argentina Martín Fierro, hasta que la misma desapareció en 1927.

Así también aparece su nombre en varios trabajos de estudios lingüísticos, literarios, métricos y filológicos en el periódico La Nación, fundado el 4 de enero de 1870 por el escritor, historiador, militar y político argentino Bartolomé Mitre, y que no ha dejado de publicarse. Ya cumplió su sesquicentenario.

Venciendo prejuicios y ataques solapados de aquellos que no soportaban el resplandor de su desbordante sabiduría, Pedro Henríquez Ureña integró, junto a otras figuras de las letras universales como Jorge Luis Borges, José Ortega y Gasset, Octavio Paz, Eduardo Mallea, Waldo Frank y Jules Supervielle el primer Consejo Asesor de la legendaria y vanguardista revista Sur, fundada en el 1931 por la escritora Victoria Ocampo, fallecida en 1979.Circularon 371 ediciones, hasta 1992.

En la revista Sur, un faro de la literatura en habla castellana (cuya fundadora señaló desde el primer número que era para “…los que han venido a América, de los que piensan en América y de los que son de América. De los que tienen voluntad de comprendernos, y que nos ayudan tanto a comprendernos a nosotros mismos”) publicó el gran humanista dominicano decenas de artículos; como también lo hicieron en ella Ramón Gómez de la Serna, Federico García Lorca, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y muchos otros famosos del mundo de las letras.

Después de 10 años demostrando cada minuto su alta categoría intelectual y su incansable vocación didáctica, en 1934 fue designado académico correspondiente de la Academia Argentinas de las Letras, en Representación de la República Dominicana.

En 1937 Pedro Henríquez Ureña publicó, en calidad de editor, junto con Jorge Luis Borges, una obra titulada Antología clásica de la literatura argentina, la cual abarca escritores de ese país suramericano desde el siglo XVI hasta el 1890. El famoso argentino hizo que luego se supiera que el mayor aporte a esa obra provino del sabio dominicano.

Fue durante su luminosa presencia de más de dos décadas en Argentina que escribió una gran parte de sus investigaciones sobre la métrica, la cual él definió como la “porción esencial y efectiva de la técnica literaria”.

Es importante señalar que viviendo en Argentina Pedro Henríquez Ureña metió el escalpelo de la crítica literaria en la obra del poeta nicaragüense Rubén Darío titulada “El canto a la Argentina”. Su objetivo principal en ese tema era enseñar a sus alumnos las fluctuaciones de que es susceptible el estilo literario de un autor.

En esa investigación demostró que el vate centroamericano definido por muchos como el “príncipe de las letras castellanas”, y mayor impulsor de la literatura en lengua española en el marco del modernismo, usó en ese texto versos de diferentes cantidades de sílabas, puntualizando que actuó así “abandonando…su locura armoniosa de antaño”. (Resurgimiento de la versificación irregular en la poesía culta (1895 a 1920): Rubén Darío. PHU).

Descubrió, y así lo difundió para el conocimiento general de las futuras generaciones de estudiosos del fértil terreno de la literatura, que todavía en las primeras décadas del siglo XX en Argentina se cultivaban pequeñas colecciones de cantares y “se han recogido romances”. (Estudios métricos. Obras Completas PHU. Editora Universal, R.D., 2003, Tomo III.P418).

Pedro Henríquez Ureña analizó los motivos de la versificación con el mismo número de sílabas (isosilábica) del tango argentino. De esa manera amplió la investigación que en el 1914 hizo el famoso polímata Leopoldo Lugones Argüello en su ensayo titulado “La música popular Argentina”.

También realizó estudios a fondo de las letras de bailes folklóricos, como la “vidalita”, famosa especialmente en el noroeste de Argentina. Escribió ampliamente al respecto, concluyendo que: “La seguidilla gitana no existe que yo sepa, pero la vidalita del Río de la Plata tiene igual base…”

Demostró lo anterior haciendo una exégesis literaria de esta famosa vidalita: “Palomita blanca, pecho colorado, llévale un suspiro a mi bien amado”.

En resumen, la labor docente y cultural de Pedro Henríquez Ureña, durante más de 20 años viviendo en Argentina, ha sido de alto valor, dejando huellas profundas en cada tramo del rico florilegio de ese gran país, situado al fondo del sur de América.

teofilo lappot

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