Manuel Díaz Aponte
Nunca olvidaré el terrible episodio que vivió mi padre, Juan Díaz Hernández y la familia con un supuesto Loa o Lwa haitiano que amenazó con llevarnos al infierno y convertirnos en cenizas sino le entregaba una botella de ron “fía” a aquel individuo, que tuvo la osadía de tocar insistentemente la puerta de la bodega del batey ya cerrada ante la hora, y, penetrar, por la puerta de acceso a la casa.
Todos nos sentimos aterrorizados particularmente los más pequeños que éramos mi hermano mellizo y yo. Pero, mi difunto padre, no titubeó en responder firme y valientemente con machete en manos conminando al intruso a salir inmediatamente del hogar.
Papá, no quiso utilizar su revólver legal que tenía para cuidar su propiedad y familia ante cualquier acontecimiento que pudiera ponernos en peligro, e inteligentemente, optó por persuadirlo con tono enérgico a desistir de sus macabros propósitos.
Respiramos profundamente en medio del llanto de los que éramos niños y tras la consolación de nuestra madre, Dorotea Aponte (Doña Juana), la calma retornó a nuestra guarida para así conciliar el sueño.
En el batey “Alejandro Bass” donde viví una parte de la infancia hasta que juntos a nuestros padres nos mudamos a San Pedro de Macorís, ciudad donde nacimos en el entonces hospital San Antonio, bajo el cuidado del doctor Antonio Musa.
En ese ambiente bateyero era una tradición y atractivo ver en una enramada el sacrificio de gallos con movimientos giratorios en su pescuezo hasta extraerle la sangre, que era a su vez, ingerida por el Loa.
Nunca nuestros padres nos permitieron presenciar ese drama, el cual, verdaderamente eriza los pelos y lleva al subconsciente humano al borde del delirio y al precipicio de la enajenación.
Con ese relato introductorio no estoy diciendo que todos los haitianos son malos y con mentalidad diabólica, pero es evidente, que su cultura “mágico-religiosa “es diferente a la nuestra con base cristiana y apegada al concepto de unificación familiar.
Trujillo, Duvalier y Balaguer
Los haitianos traídos al país durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo y su par y socio ideológico, François Duvalier, conocido con el sobrenombre de Papa Doc, provenían del campo y eran gentes sanas, sin malicias, que forzosamente eran sacados de sus habituales espacios rurales para venir a cortar caña en el entonces poderoso conglomerado azucarero estatal de República Dominicana.
Al finalizar el período de la zafra eran retornados a su país de origen, tradición que siguió posteriormente a la caída de Trujillo, periodo de transición y llegada al poder del líder reformista Joaquín Balaguer y más luego, en los gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano.
Esos braceros haitianos no hablaban español y para comunicarse tenían traductores que ya habían laborado con anterioridad en los campos cañeros del país, específicamente, en la región Este.
La mano de obra extranjera era contratada y contabilizada según las necesidades laborales en los ingenios azucareros, razón por la que ningún extranjero se quedaba viviendo en territorio dominicano.
Tampoco las parturientas haitianas alumbraban en territorio dominicano porque los braceros contratados venían sin sus mujeres, lo que obviamente, imposibilitaba que nacieran tantos haitianos como ocurre actualmente.
En realidad, había un mejor control migratorio en los gobiernos de Trujillo y de Balaguer en las relaciones con Haití.
Ahora es un desenfreno total obligando al gobierno a gastar más del 40% del presupuesto en salud para cubrir los partos de haitianas en los hospitales públicos, lo que resulta insostenible para el Estado dominicano, según las propias autoridades sanitarias. Sólo en noviembre pasado se practicaron 7 mil partos de haitianas en esos establecimientos.
Se agrega también, el aumento delincuencial en el que intervienen haitianos con varios asaltos y asesinatos de propietarios de fincas en localidades rurales del territorio nacional.
Los haitianos que cruzan el país provienen en su mayoría de zonas urbanas con mayores destrezas y perversidades que los que procedían del campo.
Desenfreno Migratorio
El desenfreno migratorio que muchos atribuyen a un plan bien concebido por países que pretenden que la República Dominicana cargue con la desgracia haitiana, obligando a las autoridades actuales a levantar una valla fronteriza en la franja que nos divide de Haití, cuya primera etapa fue inaugurada, en octubre de 2023.
La primera fase de la verja fronteriza consta de 54 kilómetros de caminos, mientras que la segunda abarca unos 110 kilómetros.
El presidente Luis Abinader al abordar su política fronteriza dijo “no es solo una política de Gobierno, es una política de Estado», pues, subrayó, «aquí se juegan nuestros intereses como nación, la defensa de las leyes de nuestro país y los derechos de nuestros ciudadanos».
En este 2024, la Dirección General de Migración ha intensificado las deportaciones de haitianos ilegales hacia su territorio, particularmente tras la designación del vicealmirante Luis Rafael Lee Ballester, como nuevo director general de Migración, mediante el decreto 560-24, emitido por el Poder Ejecutivo.
Se estableció deportar 10 mil haitianos ilegales mensualmente y las autoridades afirman que van más de cien mil devueltos a su territorio en los últimos dos meses.
Pesadilla del Vudú
La tiranía Duvalierista supo manejar, utilizar, promover y expandir masivamente el Vudú, como sincronismo de atracción y control de los haitianos, y frecuentemente el propio François Duvalier y después su hijo, Jean-Claude Duvalier siguió esa tradición desde el gobierno.
Una práctica que fue efectiva para el dominio y control de la población haitiana sumergida en la miseria por décadas hasta convertirse actualmente en dependiente de las dádivas internacionales.
El reciente asesinato de 180 ancianos haitianos en Puerto Príncipe, capital haitiana, ante una supuesta venganza hechicera retrata la realidad del terror y atraso mental, cultural y socioeconómico de ese desventurado territorio.
Los crímenes parecen haber tenido como objetivo específico a adultos mayores que fueron acusados por el jefe de una pandilla de practicar «brujería». Las atrocidades fueron ordenadas directamente por el líder de una de las bandas en venganza por supuestamente practicar rituales contra su hijo, según relato de France 24 y del diario español El País.
Ese atroz episodio conmovió a la ONU que exigió mayores recursos para la misión internacional desplegada en esa zona caribeña, que registra este año 5000 asesinatos.
Nadie se siente seguro transitando por las calles haitianas y el panorama tiende a agravarse obligando a la policía a intensificar el combate contra las pandillas, acción que ha provocado la ejecución de decenas de delincuentes en Puerto Príncipe y otras localidades.
Las autoridades dominicanas mantienen una vigilancia permanente con unidades militares especializadas en todo el litoral fronterizo, y más ahora, cuando las bandas armadas siguen sus tropelías, asesinando y destruyendo viviendas y hospitales. Parecería que su propósito final es convertir Haití, en simple cenizas.
¿Lo lograrán?
Artículo de Manuel Díaz Aponte
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