POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Unamuno y su poesía
Los aportes del ilustre dominicano Pedro Henríquez Ureña, para divulgar las interioridades del mundo cultural de España, fueron tan variados y profundos que después de más de cien años mantienen la frescura de la actualidad.
En una corta serie como esta es imposible abarcar ni someramente la intensa labor intelectual de Pedro Henríquez Ureña, vinculada con el referido reino del suroeste de Europa. Por eso al cerrar esta corta serie sólo haré mención de lo que él escribió sobre unos pocos de los muchos sabios españoles que se dedicaron al mundo de las letras.
Básicamente me referiré a lo que él anotó sobre el teatro, esa parte de las artes escénicas en la cual se acoplan la expresión verbal, gestos y ademanes de los actores con música, escenografía, tramoya y la historia que envuelve la obra. En España comedia, drama, tragedia y melodrama siempre han sido componentes esenciales para sustentar eso que los griegos antiguos definían como “ethos”, para resumir la identidad de los pueblos.
Miguel de Unamuno
Debo decir que sobre Miguel de Unamuno Jugo, el vasco de espíritu chispeante que incursionó en la poesía con menos éxito que en las otras ramas literarias en las cuales sobresalió, el humanista dominicano hizo múltiples estudios.
El bilbaíno mencionado, anclado en las fuentes culturales de la ciudad de Salamanca, fue más que otra cosa filósofo, novelista y ensayista. Su memoria forma parte de la cúspide de la generación del 98, aquel movimiento literario y cultural en el cual se juntaron muchos escritores, artistas y poetas españoles para dar aliento espiritual a un pueblo que estaba desmoralizado por la derrota militar infligida por los EE.UU. en el 1898.
Unamuno pasó a la historia del canon literario español como prosista y pensador, pero Pedro Henríquez Ureña, siendo veinteañero, buceó en su reducida vertiente poética; aunque reconoció que en la mayoría de sus versos no había poesía propiamente dicha.
Sabedor de que se le desdeñaba como poeta, el ilustre dominicano dijo de él lo siguiente: “Unamuno ha escrito también páginas magníficamente poéticas, especialmente en sus Paisajes”. (Revista La Cuna de América. Sto. Dgo.., 2-2-1908.PHU).
Pedro Henríquez Ureña al escudriñar en la obra variada del dramaturgo y ensayista que entonces era rector de la Universidad de Salamanca (hombre de espíritu selecto pero con un temperamento más que inquieto, nada sereno y sí indisciplinado y severo) descubrió que le fascinaba invocar a Calíope, la musa de la poesía en la mitología griega, cuando quería expresar “sus devociones por lo elevado y lo hondo”.
Tirso de Molina
Fueron muchos los análisis filológicos que hizo Pedro Henríquez Ureña sobre el teatro español del siglo XVII, enfocándose especialmente en los que han sido considerados los principales exponentes de esa etapa de la vida cultural de España: Pedro Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina (que era el seudónimo de Fray Gabriel Téllez), alumno destacado del último.
Es oportuno acentuar que fue importante la exploración de Pedro Henríquez Ureña en la creatividad teatral en España, país donde “las tablas” siempre han tenido gran proyección. Dicho eso porque en ese país la dramaturgia ha servido no sólo como simple entretención, sino que además ha ayudado, como catarsis, para levantar los ánimos caídos de los españoles en momentos de dificultades para ellos.
En esta ocasión me referiré a la vinculación que tuvo Pedro Henríquez Ureña con la obra del dramaturgo madrileño Tirso de Molina.
Vale resumir que Tirso de Molina fue un fraile de la orden de los mercedarios que vivió durante dos años en la ciudad de Santo Domingo (1616-1618), en una etapa de crisis en la entonces colonia La Española (aunque en sus notas del 9 de diciembre de 1492 Cristóbal Colón le puso por nombre sólo Española). Su morada fue el convento de las Mercedes, entonces a cargo de la referida comunidad de religiosos.
Gabriel Téllez nació en el 1571 y adquirió la condición de Fray Tirso de Molina en el 1601. Lope de Vega y Calderón de la Barca seguirían sus pasos sacerdotales (pero a edad madura para su época) a los 52 y 51 años, respectivamente.
Aquí se compenetró con el quehacer intelectual. Seis años después de retornar a su país comenzó a publicar sus primeras obras en las que aparecen elementos vinculados con esta tierra antillana. La presencia de Tirso de Molina en el hoy territorio dominicano fue tan impactante que se considera como uno de los tres hechos más importantes del siglo XVII en esta parte de América. (Historia de la Literatura Dominicana. Editora Amigo del Hogar, 2026.P.934. Mariano Lebrón Saviñón).
Pedro Henríquez Ureña, al abordar el origen de palabras usadas por Tirso de Molina en algunas de sus comedias, dejó establecido que fue en la ahora capital de la República Dominicana que él conoció voces del vocabulario indígena tales como petaca, jején, canoa, yuca, macana, chocolate, maíz, tabaco, guarapo, casabe, caimán, tiburón, jícara, etc. (La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo. Editorial Linkgua, 2021; tomada de la primera edición publicada en Argentina en el 1936. PHU).
El dominicano, de quien el mexicano Alfonso Reyes dijo muchas veces que le parecía una reencarnación del filósofo clásico griego Sócrates, se enfrentó a los pocos que le negaban a Tirso de Molina la autoría del drama teológico titulado El condenado por desconfiado. Nuestro ilustre compatriotaseñaló al respecto que: “En realidad, El condenado por desconfiado tiene muchos rasgos característicos de Tirso, hasta peculiaridades suyas de versificación como los hiatos excesivos”.
Así también defendió de manera tajante e ingeniosa la memoria creativa de Tirso de Molina frente a los que rechazaban su paternidad de la obra El burlador de Sevilla, que contiene a don Juan, el más famoso personaje del teatro español. Para ambos casos, con su alta categoría intelectual y su gran autoridad en el manejo del mundo de las letras, puntualizó que:
“Hay parentesco entre El condenado y El burlador, a través del problema de la salvación del alma. Uno y otro, además, están trazados sobre temas tradicionales…” (Obras Completas. Tomo II. Estudios literarios. Editora Universal, 2003.R.D. P143. PHU).
Arcipreste de Hita
Pedro Henríquez Ureña fue un defensor de la figura enigmática de Juan Ruiz, mejor conocido como el Arcipreste de Hita. Al analizar la literatura del mundo medieval en que nació ese controversial religioso y poeta escribió sobre él lo siguiente:
“…su obra es en España la que mejor lo representa en su pintoresca variedad. El libro del buen amor pertenece nominalmente al arte culto de su tiempo…Vemos al Arcipreste aislado en la España del siglo XIV, pero lo vemos tan español, tan castellano, que comprendemos que nunca pudo parecer hombre raro ni extraño a sus vecinos”. (Conferencia. Buenos Aires, Argentina.17-septiembre-1943.PHU).
Luis de Góngora Argote
Sobre el dramaturgo y poeta andaluz (nació en la ciudad de Córdoba) Luis de Góngora Argote, un auténtico hijo del Renacimiento español, Pedro Henríquez Ureña analizó todo lo que consideró importante de sus comedias, décimas, versos, redondillas y cartas.
Rechazó que algunos lo dividieran en “ángel de luz y ángel de tinieblas”, y se opuso a la hipótesis levantada por unos pocos de que “el poeta comenzó bien y terminó mal”.
Contrario a esas opiniones, Pedro Henríquez Ureña consideró que en Góngora “…hay desarrollo, nunca vuelco. Es uno de los artistas que desde la adolescencia se hacen maestros de un oficio… Es Góngora uno de los grandes artistas de la época barroca.” (Repertorio Americano, Costa Rica.23-julio-1927.PHU).
Demostró, además, que no toda la producción gongorina fue culterana. Puso como ejemplo de eso el poema titulado Hermana Marica, el cual revela en su autor una fase propia de alguien con alma de niño. Para resaltar la estructura semántica de esa obra Pedro Henríquez Ureña se refirió al poema del cubano José Martí, que lleva por nombre Los zapaticos de rosa, publicado en el 1889, es decir 262 años después de la muerte de Góngora.
teofilo lappot
teofilo lappot (De tus contactos de Google)