La Revolución Bolivariana no solo es un modelo a considerar, sino un símbolo de resistencia que, asumido con militancia, podría ser el eje articulador de una izquierda dominicana dispersa y desconectada.
Por Rafael Méndez
La izquierda y el progresismo en República Dominicana enfrentan una dispersión que ha anulado su incidencia en el debate público y su conexión con los sectores sociales. La existencia de más de 70 grupos fragmentados evidencia una falta de horizonte común que impide la cohesión. Este panorama ha provocado que las fuerzas progresistas permanezcan marginadas en la política nacional, sin una propuesta unificada que aspire a construir una alternativa de poder.
En las elecciones de 2024, esta fragmentación quedó expuesta con la presentación de tres candidaturas presidenciales, todas incapaces de generar impacto o captar la atención de un electorado que, en otro contexto, podría identificarse con ideales de justicia social y equidad. Los resultados no solo fueron políticamente irrelevantes, sino que evidenciaron la desconexión de las izquierdas con las necesidades reales de la población.
Aunque en ambos acontecimientos trascendentales del pasado siglo, la izquierda actuó a posteriori, y es esa realidad la que debe enseñar ni aleccionar que, en el caso de la Revolución de Abril de 1965, “esto resultó tanto más difícil cuanto que los diversos dirigentes se hallaban desperdigados cuando surgió la notica del golpe de estado”, refiere Piero Gleijeses, en su libro “La Esperanza desgarrada”, y como si fuera un librito repetido, de igual manera sucedió con el estallido social de abril de 1984.
Sin embargo, la historia de las izquierdas dominicanas demuestra que la unidad surge como respuesta a crisis profundas. La Revolución de abril de 1965 y la intervención militar estadounidense obligaron a la izquierda a coordinar esfuerzos, generando intentos unitarios que marcaron un precedente.
De igual forma, la «poblada» de abril de 1984, que paralizó el país durante tres días y dejó más de cien muertos, unió a las izquierdas en una respuesta coordinada frente a las crisis sociales. Estos episodios evidencian que la unidad no es espontánea, sino que responde a la urgencia de articular un frente común.
Un referente como punto de articulación
Frente a este escenario de letargo, debilidad orgánica y dispersión, la defensa militante de la Revolución Bolivariana se presenta como un punto de articulación que permitiría coordinar acciones conjuntas entre las distintas corrientes de izquierda y progresismo.
Al asumir esta defensa con militancia, las izquierdas en República Dominicana tendrían la oportunidad de construir el espacio de coincidencia que tanto necesitan. Este espacio fomentaría una comunicación abierta y sincera, facilitando su articulación a nivel nacional, con un marco de referencia y un discurso capaz de unificar a las diversas corrientes en torno a un proyecto de soberanía, justicia social y autodeterminación de los pueblos.
No se trata de emular el modelo bolivariano, sino de reconocer en él un símbolo de resistencia que podría ser el catalizador para una nueva etapa de unidad y lucha común. La clave es entender que la unidad no es un fin en sí mismo, sino una herramienta necesaria para proyectarse como una alternativa de poder. Sin unidad, las izquierdas seguirán atomizadas, incapaces de confrontar a las fuerzas conservadoras y neoliberales que dominan el escenario político.
La Revolución Bolivariana ofrece ese eje estratégico, no solo como ejemplo de resistencia, sino como un llamado a la acción militante y coordinada. En un contexto donde las luchas populares se hacen cada vez más necesarias para enfrentar la crisis económica y la creciente desigualdad, la articulación de las izquierdas dominicanas en torno a un referente común puede ser la única vía para evitar su desaparición del espectro político.
Ohelmis Sánchez <ecosdelsur01@gmail.com>