Mi Voz, Opiniones

Sobre la moral en el reino de los enanos

«Para crear se necesitan siglos y gigantes; para destruir, un enano y un segundo». Agustín de Hipona 

Por: Agustín Perozo Barinas 

No nos referimos a los bajos de estatura. Sino a quienes la estatura moral les queda alta. Vamos a analizar in extenso ese concepto tan polémico: los santurrones moralistas disfrutarán de esta entrega. 

Escribió Milan Kundera: «La humanidad produce una cantidad increíble de idiotas. Cuanto más tonto es un individuo, más ganas de reproducirse tiene». 

Y Tato Pavlovsky amplió el concepto con esta perla: «Era un país curioso, la mayoría de la gente inteligente dependía de un grupo de idiotas, era asombroso observar como este grupo de idiotas supervisaba, controlaba y dirigía, la suerte de los talentosos. Lo increíble es que el sector de los inteligentes, para contentar a los idiotas, comenzaron a empobrecer sus ideas, porque el grupo de idiotas no las entendían y así poco a poco los talentosos comprendieron que la única manera de progresar en esa comarca era tratar de contentar a los idiotas transformándose poco a poco en idiotas. La idiotización de la comarca llegó lenta e inexorablemente. Lo curioso es que este proceso no fue percibido por los talentosos, de manera que la idiotización paulatina fue un proceso que algunos contemplaban incluso con alegría. Las ideas cada vez más idiotas de los talentosos producían una enorme aceptación de parte de los idiotas, que premiaban a los talentosos idiotizados con cargos cada vez más prestigiosos».

Ya vamos conociendo a qué enanos nos referimos: los que ya casi gobiernan al mundo; desde las grandes élites corporativas y financieras, hasta la misma plebe que les sirve de soporte. Esta plaga depredadora se enquistó en los palacios de poder… solo turnan los rostros. Albert Camus los delató: «Hombres sin ética son bestias salvajes soltadas a este mundo». 

¿Quién no ha escuchado la canción «Imagine» de John Lennon? Muchos fuimos ilusos soñadores, quijotescos enamorados de la idea de un nuevo hombre, una nueva sociedad: justa, sana y feliz. La vida nos estrelló contra un muro, crudo escenario donde el hombre es esa bestia que evoluciona tecnológicamente hacia, probablemente, su propia destrucción. 

Según críticos, la letra de «Imagine» describe posibilidades hipotéticas que no ofrecen soluciones prácticas; letras que a veces son nebulosas y contradictorias, pidiendo al oyente que abandone los sistemas políticos mientras alientan uno similar al comunismo. Señalan la hipocresía de Lennon, la estrella de rock millonaria que vive en una mansión, animando a los oyentes a imaginarse viviendo sus vidas sin posesiones. 

Otros argumentan que Lennon pretendía que la letra de la canción inspirara a los oyentes a imaginar si el mundo podría vivir sin posesiones, no como un llamado explícito a renunciar a ellas: «Lennon sabía que no tenía nada concreto que ofrecer, por lo que ofrece un sueño, un concepto sobre el que construir». Consideraron que la canción estaba plagada de contradicciones y que su ambientación parecida a un himno encaja incómodamente con la súplica de su autor para que imaginemos un mundo sin religión. 

Describieron el «mundo de ensueño» de Lennon sin cielo ni infierno como un llamado a «hacer el mejor mundo que podamos aquí y ahora, ya que esto es todo lo que es o será». En su opinión, «debido a que simplemente se nos pide que imaginemos, que juguemos a un juego de ‘y si’, Lennon puede escapar de las críticas más duras». 

El ex Beatle Ringo Starr defendió la letra de la canción durante una entrevista, afirmando: «Lennon dijo ‘imagina’, eso es todo: imagínatelo».

Pues nos pasamos largos años imaginando un mundo que nunca llegó… a ser testigos de una era brutal, cruel e injusta. Es innegable que la producción en masa y el alto consumo, apoyados en deuda y en nuevas tecnologías en todas las esferas del vivir, nos brindó una nueva realidad de logros y satisfacciones (excepto la deuda, la depredación y la contaminación). 

Entonces, tenemos a Eduardo Galeano, cuestionando lo siguiente: «De los topos, aprendimos a hacer túneles. De los castores, aprendimos a hacer diques. De los pájaros, aprendimos a hacer casas. De las arañas, aprendimos a tejer. Del tronco que rodaba cuesta abajo, aprendimos la rueda. Del tronco que flotaba a la deriva, aprendimos la nave. Del viento, aprendimos la vela. ¿Quién nos habrá enseñado las malas mañas? ¿De quién aprendimos a atormentar al prójimo y a humillar al mundo?»

La calidad de vida está relacionada al estrato socioeconómico al que se pertenece; si usted es inviable económicamente en este dominio, prepárese: en el reino de estos enanos, donde las mentes están casi todas monetizadas, trate de no caer en la insolvencia: lo primero que le faltarán es el respeto, en todos los niveles y tiempos. Usted vale por lo que tiene, todo lo demás es accesorio. Para estos enanos el hombre es como un cajero automático: si no tiene dinero, no sirve para nada.

¿Por qué estos enanos piensan como piensan?, ¿cuáles son sus motivaciones y objetivos?, ¿dónde empollan sus códigos de conducta?

Hay lecturas, como «Las 48 leyes del poder» de Robert Greene y Joost Elffers (y también «postulados axiomáticos» en la serie cinematográfica «El Padrino»), que tienen más peso entre estos enanos que cualquier tratado ético. Ese libro no da poder, es un adoctrinamiento muy acertado para la gente con personalidad de cactus. No son leyes, son comportamientos y asociaciones para absorber la mente y prepararla para la sociopatía. Sobre la serie fílmica, ni decir… 

Usted piensa de tal o cual manera porque le han impuesto, o se ha auto impuesto, procesos mentales ajenos. Una mentalidad crítica, autónoma, es casi una rara aparición, como los fantasmas. El 39% de la población mundial no tiene hábitos de lectura, lo cual fue advertido por Ray Bradbury: «Para destruir una cultura no hace falta quemar libros. Basta con que la gente deje de leer». 

Por ejemplo, ser honesto ya no es una virtud sino más bien una limitante en sociedades que han degradado principios y valores éticos. La honestidad es un mecanismo simple para tener reglas claras donde toda actividad humana pueda desenvolverse sin afectar negativamente, en la medida posible, los intereses de los demás.

La deshonestidad va de la mano de la mentira y Hannah Arendt nos plantea sus consecuencias: «Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras».

Estos enanos desvirtúan los cánones a su antojo y conveniencia… debemos entonces aclarar sobre la moral que tanto les martiriza como a los zorros del desierto de Sechura de Vargas Llosa: «…aúllan como demonios cuando llega la noche para quebrar el silencio que los aterroriza».

Veamos: La moral y la ética son equivalentes. Sin embargo, el uso distingue la ética de la moral. La ética es el estudio, disciplina, o parte de la filosofía que se ocupa de los principios, normas, que se refieren a lo bueno y a lo malo, no a la conducta propia o a la conducta impropia. La ética es la teoría de la moral, y la moral es la práctica de la ética. 

Las éticas y las morales que prevalecen y rigen siempre son legislaciones de otros, lo que el filósofo alemán Immanuel Kant llamaba éticas heterónomas: el mandamiento nuevo, por ejemplo, que nos trajo Jesús; ese es un mandamiento de ética heterónoma porque no es mi mandamiento. 

Cuando es mi mandamiento, cuando es mi decisión ética, entonces es una decisión de ética autónoma. Kant contraponía la ética autónoma a la ética heterónoma. Lo normal, lo prevaleciente, es la ética heterónoma: nosotros nos limitamos a acatar, a obedecer y eventualmente a transgredir. 

Lo ético humanístico es lo ético autónomo y para que sea humanístico, no puede estar sujeto a ninguna autoridad, así sea esta de carácter divino. Pero para que el individuo tenga una manifestación ética, para que sepa distinguir, tiene que tener un contenido, porque la ética humanística no funciona con vacíos sino con contenidos, con sustancias, con entidad, con alguna importancia que tenga ese sujeto en su cerebro, porque si no la tiene queda en un contexto anodino.

La ética humanística no es una ética legislada por otro: por Dios, por los sacerdotes, por los profetas, o por algún santón de la India, sino que las decisiones éticas, las regulaciones éticas, vienen del propio individuo, o sea, es una autodeterminación, es una auto legislación, es una autonomía. No hay una lista a priori de preceptos morales que deberá obedecer para tener supuestamente una conducta limpia, digna y conveniente. 

Para los enanos, la simple intención de la canción de Lennon o la importancia de ser honesto y moralmente digno, de ser libre en el pensar y proceder, son temas irrelevantes. Un ser humano con una ética humanística, autónoma, como explicamos, para ellos es como un tornillo fuera de lugar, desvinculado de su acoplamiento. 

Estos enanos siguen éticas heterónomas, pero degeneradas en la práctica. Asisten a culto en iglesias y profesan, hipócritamente, amor hacia sus semejantes: están sometidos a un poder ajeno, oculto, que les impide el libre desarrollo de un comportamiento sano. 

Una conducta moral autónoma, arraigada en valores y principios de peso ético, sí es vital para una sociedad sana, entendiendo que una sociedad es la suma de sus partes, siendo la humana la determinante. Para estos enanos ello va en contraposición contra el desorden, el libertinaje y el caos, que son las condiciones que necesitan para transformar las sociedades en lo que vemos al presente en la mayoría de los países del mundo: una galopante degeneración del cuerpo social. 

La moral no existe en la naturaleza, argumentan los enanos más radicales, pues, en su lógica, es un sistema creado por el hombre; por lo tanto, el mundo natural no tiene esas «ataduras» morales. Sin embargo, como buenos simuladores, dentro de su maniobrar en las sociedades, usan la ética para disfrazar de legitimidad sus acciones e intereses. Para ellos, como López Aranguren: «Los valores morales se pierden sepultados por los económicos». 

Esta es una de sus favoritas: La Deontología o teoría deontológica. Esta se puede considerar como una teoría ética que se ocupa de regular los deberes, traduciéndolos en preceptos, normas morales y reglas de conducta, dejando fuera de su ámbito específico de interés otros aspectos de la moral. 

Ética y Deontología se utilizan como términos sinónimos, pero tienen diferencias: La Ética profesional establece principios básicos o mínimos universalmente exigibles. Propone motivaciones. La Deontología formula deberes y obligaciones del profesional en el ejercicio de sus funciones.

Curioso, ¿no? Todos conocemos algún político electo o designado, que succiona el Estado como sanguijuela… un enano. Todo dentro de un marco legal porque esa legalidad ha sido legislada por su misma clase. La Deontología aplicada por ellos dentro de sus ámbitos de influencia es sencillamente un chiste de mal gusto. 

Lo que no se lee no existe. Los enanos nos arrastran a su nivel de anticultura. Hasta el planeta mismo empieza a resentirse de tantos excesos contra los ecosistemas (calentamiento global). Las relativamente sanas relaciones humanas están siendo transformadas en relaciones transaccionales. La ética, la moral, la honestidad, son temas de salón sin mayor relevancia. 

Como remate, vamos a concluir con dos citas de Simón Bolivar¹ y Marguerite Yourcenar²: 

¹«Los legisladores (por extensión, los políticos) necesitan ciertamente una escuela de moral. ²La moral es una convención privada; la decencia, una cuestión pública; toda licencia demasiado visible me ha hecho siempre el efecto de una ostentación de mala ley». Escoja, entonces, su enano favorito y propóngale esta lectura. Mientras sigamos endosando con nuestro voto a quienes se enriquecen con el ejercicio político nos saldrá cada vez más caro el desatino: parásitos que nunca han trabajado como tú lo haces deciden qué hacer con lo que tú produces.

Autor del libro socioeconómico La Tríada II en Librería Cuesta.