POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Opiniones encontradas sobre el presidente López
El historiador Fabián Chamorro Torres, citado anteriormente, señala en su biografía sobre el presidente Francisco Solano López que de todos los actores de la historia del Paraguay él es la figura principal. Lo dice con elevados niveles de convicción y acompaña su escrito con elementos que tienden a convencer a los lectores.
No así opina el también historiador Arturo Pereira, quien de manera abierta y sin ningún tipo de anfibología (lo lean como lo lean) analiza a fondo lo que califica de “deformaciones históricas” todo aquello que signifique la exaltación del valor patriótico que diversos escritores y personajes de la vida pública paraguaya le otorgan a la figura del presidente López.
Así de tajante se expresa acerca de ese tema el referido autor: “…la ideologización deformante del Lopismo…promovió la militarización de la cultura y la sacralización del militarismo”. (El Lopismo y el anti Lopismo. Arturo Pereira).
Agrega, además, que el político, periodista y ensayista Juan O´Leary Urdapilleta promovió “…el endiosamiento irracional y acrítico de Solano López”.
Otros escritores de Paraguay, como Anastasio Rolón Medina y Manuel Domínguez, al abordar la guerra de La Triple Alianza dedicaron largos párrafos a importantizar lo que ellos llamaron, respectivamente, el “espíritu de la raza” y “la superioridad de la raza”. Pero al mismo tiempo dejaron de lado aspectos trascendentales sobre esa degollina.
Luces y sombras
Después de estudiar en sus diversas vertientes la historia de Paraguay no tengo dudas de que el presidente Francisco Solano López, caído en combate a los 42 años de edad, tuvo luces y sombras en su accionar como militar y político.
Pienso que tal vez todavía faltan senos por explorar en la existencia volcánica de ese hombre que contribuyó a marcar un antes y un después no sólo en su país, sino en toda América Latina.
Muchos partidarios del presidente López han proyectado su memoria, de cara a las nuevas generaciones, como la de un personaje inmaculado al cual han cargado de elogios excesivos y así lo han presentado al pie del altar de los paraguayos. Entre los que así han procedido hay que citar a los dictadores Higinio Morinigo y Alfredo Stroessner y el escritor Rafael Franco, vinculados a los sectores del poder tradicional de ese país.
Por el contrario, sus adversarios lo consideran como un militar y gobernante atolondrado, dando la impresión a cualquier desprevenido que su presencia en esa guerra fue producto de eso que en la Antigua Grecia se conocía como “hibris”, para no decir insolencia o soberbia, especialmente de alguien con poder sobre los demás. Así impugnan su recuerdo al describirlo en manuales de historia y ensayos diversos.
Sin debilitar su faceta en el terreno de las tinieblas, a veces leyendo alguna narrativa vinculada con el presidente Francisco Solano López pienso en eso que los sociólogos llaman “prestigio encubierto”, cuando desean destacar la dualidad que se bate en quienes al mismo tiempo que atacan a alguien lo admiran en el fondo.
La Guerra Grande ante la Historia
Desde que la Historia hace mención, con despliegue de detalles, sobre las muchas guerras que ha habido y hay en el presente en diversos lugares del mundo, se sabe que se han cometido bajo la cubierta de ellas hechos atroces contra combatientes, pero más contra poblaciones inermes, a quienes con cinismo y eufemismo se les etiqueta con la expresión difusa de víctimas colaterales.
Así, para poner el primer caso registrado, fue la guerra entre sumerios y elamitas en la antigua Mesopotamia, en el lejano año 2,700 antes de la era cristiana; luego superada en sevicia por muchas otras en diversos lugares de la tierra.
Pero para Latinoamérica la guerra que enfrentó a Paraguay con Brasil, Argentina y Uruguay (La Triple Alianza), también conocida como Guerra Grande, ha sido la más devastadora.
Es oportuno señalar que la población no armada paraguaya que fue masacrada no podía considerarse como un objetivo militar legítimo.
En ese escenario infernal que fue la llamada Guerra Grande millares de personas indefensas murieron, fueron mutiladas o desplazadas, entre los años 1864 y 1870, en abierta violación de las normas internacionales en materia de conflictos bélicos.
Los masacradores de La Triple Alianza sabían que desde hacía varios siglos existían reglas claras para ser observadas en medio de enfrentamientos armados. Eran ampliamente conocidos los preeminentes conceptos elaborados al respecto por figuras del prestigio del teólogo español Francisco de Vitoria y el jurista neerlandés Hugo Grocio, para sólo citar dos ejemplos.
Las matanzas reflejadas en pintura
Los cuadros de los pintores argentinos Cándido López, Modesto González y José Ignacio Garmendía presentan, como danzas macabras, imágenes impactantes de las matanzas de gran parte de la población paraguaya durante varios años de la sexta década del siglo XIX.
Esas pinturas tienen tanto impacto visual como el famoso tapiz de Bayeaux del siglo XI (año 1066), en la época medieval, que según historiadores del arte antiguo es una obra colectiva hecha por tejedores de la ciudad de Canterbury que dejaron para la posteridad sus impresiones sobre los horrores que se produjeron cuando el conquistador normando Guillermo conquistó a sangre a Inglaterra y se proclamó su rey hasta que murió, más de veinte años después, el 9 de septiembre de 1087.
El paraguayo Roa Bastos y el argentino Borges
La guerra de Paraguay frente Brasil, Argentina y Uruguay ha sido abordada también por novelistas y poetas.
El escritor paraguayo de renombre mundial Augusto Roa Bastos, célebre autor de la novela titulada Yo el Supremo, al referirse a la contienda armada indicada señaló en el siglo XX que:
“Fue la primera guerra internacional que estalló en el Nuevo Mundo a mediados del siglo pasado en sustitución de las sanguinarias cabalgatas y degollinas de antaño. La guerra de cinco años arrasó a sangre y fuego el pequeño país hispano-guaraní, lo que sometió a la desmembración de más de la mitad de su territorio, privándolo de su salida al mar y convirtiéndolo para siempre en una isla purpúrea, rodeada de tierra, separada del mundo y replegada sobre sí misma como un caracol desmochado e inmóvil”.
El argentino universal Jorge Luis Borges no fue indiferente a la hecatombe que se cometió en el siglo XIX contra el pueblo paraguayo. Dejó en prosa convincente su opinión al respecto:
“…a pesar de ser yo pariente de Mitre y admirador de Gran Bretaña, reconozco que el Imperio británico fue, sin duda, el principal beneficiario de la destrucción del Paraguay de los López”.
Desde que terminó esa terrible guerra, en marzo de 1870, se han incrementado las falacias sobre sus por qué y consecuencias. Aunque la parte esencial de uno de sus nefastos resultados no se puede tapar: el pueblo paraguayo quedó profundamente mermado en su población, su territorio y su espíritu colectivo.
Dicho eso por más que los criterios ideológicos de los publicistas de todos los pelajes hayan querido desdibujar la verdad de los hechos.